
AI: En Nicaragua persiste la represión contra opositores, oenegés, Iglesia católica y prensa

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Leonel Calero enseña a otros pequeños productores cómo cultivar de forma amigable con el ambiente, sin usar químicos y protegiendo los suelos.
El productor Leonel Calero y su esposa, Zira Téllez. || Foto: Carlos Herrera
Leonel Calero muestra con orgullo la cosecha de plátanos orgánicos recién cortados en su finca “El Progreso”. Los frutos son de un verde luminoso y de tamaño impresionante. El productor se jacta de hacer producir sus dos manzanas sin pesticidas ni abonos químicos. Aquí todo es ecológico y, por lo tanto, más sano para el consumo humano. “Serán los mejores tostones que comerán”, bromea Calero.
Es una mañana fresca, lluviosa y llena de bruma. Su finca está en la comarca El Mojón, cerca de Catarina, una región de pequeños agricultores y artesanos. En estas dos manzanas crecen saludables los árboles de naranja y limón, los plátanos verdes y los bananos, varios tipos de chile, las pitahayas, el cacao y los tubérculos. Todo lo necesario para la alimentación de Calero y su familia, pero también para comercializar en los mercados de Masaya, donde estos productores orgánicos son buscados –y mejor pagados– por los consumidores.
Calero es un hombre moreno, de mediana estatura, cabello crispado, ojos rasgados y cuerpo macizo. Su día a día transcurre, desde muy temprano en la mañana hasta el atardecer, entre sus cultivos, cuidando con parsimonia las plantas, podando árboles y limpiando los canales que atraviesan la finca, abiertos por él mismo para que el agua de lluvia mantenga la humedad del suelo, básica para el crecimiento de plantas sanas. Este sistema de zanjas abiertas entre las plantas permite lo que Calero llama el “cultivo” de agua, que hace que en su finca nunca falte el líquido, ni en verano, cuando la sequía azota con fuerza varias regiones del país.
El suelo siempre está lleno de hojas secas. Las matas de los plátanos que ya dieron cosecha se secan poco a poco sin removerlas, mientras que los frutos desechados se pudren despidiendo un olor dulzón. Todo eso permite conservar la riqueza de los suelos, tierra fértil que no cuenta, se jacta Calero, con una sola gota de agroquímicos.
“La idea es mantener o mejorar los suelos con la misma vegetación, a través de la integración de multicultivos, porque mientras más plantas hay mezcladas, al podrirse las hojas, mejoramos la biomasa del suelo. Cuando los productores tradicionales queman o barren la basura dejan el suelo descubierto y los suelos se empobrecen”, explica Calero.
La agricultura orgánica ayuda a mantener el equilibro de la naturaleza en una de las zonas del Pacífico del país más pobladas, cuyo ecosistema se ha visto fuertemente afectado.
Calero produce sus propios fertilizantes, una mezcla de diez cáscaras de plátano verde, melaza y una libra de hojas de madero negro que pone a cocer en dos litros de agua. Cuando el líquido se enfría, lo cuela y echa en una bomba, con la que rocía las plantas. Foliación y floración garantizada, asegura. ¿Cómo aleja las plagas de sus plantas? El secreto, dice, está en preparar sus propios plaguicidas. Todo elaborado en el fogón de su casa, el mismo donde se cuecen los frijoles esta mañana lluviosa.
“En esta finca llevamos ya veinte años sin usar químicos, porque creemos que en la naturaleza está todo, de la naturaleza sacamos todos los productos tanto para luchar contra las plagas como para abonar. Muchas veces algunos productores no les dan utilidad, pero son muy efectivos”, dice el productor.
Calero crítica a los productores tradicionales. No solo por las quemas, sino por el derroche de agua, los monocultivos, los químicos y, en general, prácticas agropecuarias que dañan el ambiente. Al depender de un solo producto como los granos –explica este agricultor– estos productores tradicionales terminan el año endeudados, sin alimentos y con suelos muy pobres. Él, en cambio, tiene comida todo el año y su finca es económicamente auto sostenible.
Leonel Calero ha trabajado con el programa Campesino a Campesino, que promueve la Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos (UNAG). Durante más de tres décadas el programa ha atendido a 23 mil familias con 2,500 promotores diseminados a nivel nacional, que capacitan a los productores en el manejo eficiente del agua, reforestación, alimentación de ganado bovino en verano, utilización de tecnologías y seguridad alimentaria.
Este agricultor ha viajado a Sudamérica y a Japón para conocer nuevas técnicas y ahora es un promotor de la agricultura ecológica en Nicaragua y también lo solicitan para expandir su conocimiento en otras regiones de Centroamérica.
“Todo ese proceso de capacitación lo eché a andar en la finca y comencé hacer conservación de suelo, diversificar los cultivos. Entramos en un proceso dinámico, porque además la familia debía sobrevivir a toda costa, y como mi finca es de dos manzanas, tenía que apostar por diversificar los productos y entender qué es lo más importante para el mercado”, cuenta.
En esta pequeña finca toda la familia se dedica a la producción y comercialización de los productos. Zira Téllez, la esposa de Leonel, viaja muy temprano a Masaya, con canastos cargados de jugosas naranjas, enormes pitahayas y deliciosas verduras, que serán prácticamente arrebatadas por los compradores apenas ella se instale en el mercado de esa localidad.
“Yo le vendo directamente al consumidor”, explica, “pero también al que revende. Las ventas han mejorado porque todo lo que vendo es orgánico y se le saca un poquito más de dinero”.
–¿La gente está dispuesta a pagar más por un producto orgánico?
“Sí, responde,“porque saben que es un producto sano, saben que no se van a enfermar y están seguros de lo que van a comer”.
Calero está seguro que la agricultura orgánica es la forma de producción del futuro, en un mundo amenazado por el cambio climático, las cada vez más largas y destructoras sequías, el aumento desproporcionado de la población y la necesidad de producir más comida para más bocas. “Una finca orgánica, además de unir a la familia, es rentable, por lo que los hijos no emigran”, dice el productor.
“Los productores convencionales no pueden demostrar que son rentables –continúa–, porque siembran maíz o frijoles y en verano no tienen más. Y si se endeudaron, tuvieron que vender su producción y quedaron de manos cruzadas. Pero en una finca agroecológica, con muchos cultivos, estás sacando dinero en invierno, en verano, todo el tiempo. Y eso para mí es muy interesante”, explica orgulloso el productor, mientras con un machete de peligrosa hoja pela una enorme naranja.
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