3 de diciembre 2018
Las sanciones bilaterales y multilaterales impuestas por la Administración de Donald Trump y el Senado norteamericano contra el régimen de Daniel Ortega, que incluyen una sanción contra la primera dama y vicepresidenta Rosario Murillo, representan —en opinión del veterano latinoamericanista Richard Feinberg— “un mensaje fuerte, excepcional”, para que el presidente Ortega “entre en negociaciones con el pueblo de Nicaragua”.
Aunque Ortega y Murillo se presentan como un binomio político de poder inseparable, el académico y exfuncionario del Gobierno de Estados Unidos considera que la Administración Trump “identifica a ella como el problema”, y está emplazando a Ortega “a que se separe de su política de endurecimiento, su política ideológica, y busque las posibilidades de salir de esta crisis”, a través de un diálogo político.
Profesor de economía política internacional en la Universidad de California, en San Diego, Feinberg fue Consejero de la Seguridad Nacional del presidente Bill Clinton y también funcionario del Departamento de Estado de la Administración de Jimmy Carter. En 1978, cuando Somoza estaba asediado por el levantamiento popular, vino a Managua a reunirse con el dictador para transmitirle el mensaje de Carter de que debía retirarse del poder. Cuarenta años después, Feinberg encuentra un paralelismo trágico entre Somoza y Ortega, en tanto ambos atribuyen a factores externos la causa del descontento y la rebelión nacional, que provoca la represión y la falta de democracia, y espera que Ortega aprenda las lecciones del colapso total del régimen de Somoza.
Autor del ensayo Nicaragua Revolución y Restauración (The Brookings Institution), en el que analiza el escenario de negociaciones que conduzcan a lo que llama un “aterrizaje suave” para resolver la crisis del régimen a través de elecciones anticipadas, Feinberg aún considera a Ortega un interlocutor en la crisis. “Justamente, por eso, ellos (la Administración Trump) sancionaron a la primera dama”, dice en esta entrevista brindada en el programa televisivo Esta Semana.
La sanción a Murillo: el mensaje a Ortega
Durante casi dos años, Trump nunca había mencionado el nombre de Nicaragua, ahora firma una Orden Ejecutiva sancionando a la vicepresidenta del país, la autoridad más importante después del presidente. ¿Cuáles son las implicaciones de estas sanciones contra el régimen de Ortega?
Muestra varias cosas muy importantes, primero junto con la Nica Act que está casi saliendo del Congreso por unanimidad, todos los demócratas y los republicanos están en favor de este acto de sanciones fuertes, bilaterales y multilaterales, en contra del régimen. Eso muestra que no son solo unos cubanos-norteamericanos en Florida que están preocupados por lo que está pasando aquí, sino toda la clase política norteamericana.
En cuanto a las sanciones, muestra que la Administración en Washington sí está poniendo atención a Nicaragua. ¿Y por qué Rosario? La idea fue no empezar gota a gota, mirando a funcionarios menores, para llegar directamente a la persona que ellos ven como la más difícil, la que está opuesta a un arreglo político, que sería la primera dama. La señal para el partido sandinista es que ella es un problema, no una solución, es el pasado no el futuro. La gente del partido debe dejarla al lado y enfocarse con Daniel, que en el pasado se ha mostrado como un hombre más pragmático, más flexible, con la esperanza de él que tome en cuenta que seguir con esta actitud de confrontación no le va a llevar a ningún lado, y mejor sería entrar en negociaciones, en diálogo con el pueblo de Nicaragua.
El presidente Ortega ha dicho siempre que la vicepresidenta Murillo representa el 50% del poder y ambos se presentan como un binomio político inseparable. ¿Estados Unidos está haciendo una distinción entre Ortega y Murillo?
Así lo leo yo, porque es muy excepcional imponer sanciones a una primera dama y a un vicepresidente de un país. Eso muestra que ven a ella como el problema. Y a él hay esperanza de que se separe de su política de endurecimiento, su política tan ideológica, y llegar a las posibilidades de salir de esta crisis.
La economía va en descenso rápidamente. Nicaragua está bien aislada. El hecho de que la OEA haya tomado estas medidas tan fuertes contra del régimen, eso es muy especial, no son cosas que pasan todos los días. A los gobiernos de América Latina no les gusta sancionar uno al otro, pero tomar esas medidas contra el país muestra que hay preocupación fuerte, no solamente en Washington, sino en casi todas las capitales de América Latina.
Mencionaste la ley que aprobó el Senado, que está a punto de ser refrendada por el Congreso. ¿Qué impacto tendría esto en las gestiones del Gobierno de Nicaragua en el Banco Mundial, en el BID, en el Fondo Monetario Internacional?
Estos organismos multilaterales han sido sumamente importantes en ayudar a Nicaragua para construir caminos, carreteras, en poner más electricidad, en los últimos años. Con este acto y con lo que está pasando aquí, por la incertidumbre política que tiene un impacto en la economía, no se pueden esperar más préstamos del Fondo Monetario, o préstamos y donaciones del Banco Mundial y del BID tampoco. Unos 500 millones de dólares están perdidos para el país por la situación política, por la falta de diálogo, por una política de represión, no de reconciliación por parte del Gobierno.
¿Pueden estas presiones externas facilitar un cambio en Nicaragua, si no hay una presión nacional con la misma fuerza? Aquí estamos bajo un estado de excepción, un estado policial en el cual las manifestaciones y las marchas están prohibidas: hay acoso, persecución y las cárceles están llenas de más de 500 presos políticos.
No puedo sugerir cómo debe actuar la oposición en Nicaragua. Había marchas muy fuertes y ahora hay una situación sumamente difícil con esta represión selectiva. Yo puedo sentir en Managua casi un estado de excepción y una represión generalizada, eso es obvio.
Pero la economía va en descenso y eso no es por gusto del sector privado, sino cómo reacciona un mercado frente a una incertidumbre dramática. La gente no compra cosas, los empresarios no invierten, hay menos importaciones, menos consumo, menos salarios, menos empleo, todo va para abajo, y eso es por reacciones espontáneas de mercado. Es un error pensar que es una conspiración de unos “golpistas” para destruir la economía, eso es no entender cómo funciona una economía en un momento de incertidumbre dramático.
El Gobierno rechazó las sanciones a través de un comunicado, pero este jueves en un acto público frente a la propia Embajada de Estados Unidos, el presidente Ortega guardó silencio. En base a tu experiencia en política exterior, ¿deberíamos de leer eso como un preámbulo de alguna negociación, o que se está preparando más represión?
Todavía es temprano y es difícil saberlo. Es obvio que hay un intento de mostrar que aquí todo está normal, que la economía funciona bien y que estamos entrando en vacaciones, que hay mucha alegría y la gente está haciendo fiesta. Evidentemente, esa no es la realidad del país. ¿Cómo van a reaccionar? Hay que esperar. Si ellos piensan seguir con el camino de la ilusión, de la normalidad, de la represión no va a llevar a ningún lado, sino a la destrucción del país.
En el ensayo que publicaste en The Brookings Institution, hablabas de las condiciones para la negociación de un “aterrizaje suave”, un concepto que tiene diferentes interpretaciones. ¿El presidente Ortega seguiría siendo un interlocutor dentro de esas negociaciones, después de estas sanciones?
Justamente por eso yo creo que ellos pusieron las sanciones sobre la primera dama, diciéndole a él: “por favor, dejala al lado, usted que es el presidente, la autoridad del país, el líder del partido, que sin duda es lo más fuerte del país, usted debe entrar en negociaciones para resolver este problema lo más pronto posible, antes que haya más daño a la economía y a la sociedad”. Ese es el mensaje, vamos a ver si lo recibe y cómo reacciona.
El “aterrizaje suave”: ¿es posible con Ortega?
¿Qué significa un “aterrizaje suave”, desde tu perspectiva?
“Suave” en el sentido que no seguimos con estas luchas sangrientas, que van destruyendo la sociedad y la economía, como sería regresar a los años 80 sería una tragedia aquí, nadie debe querer eso. Entonces, un “aterrizaje suave” es que las varias partes del país se ponen de acuerdo en que no es bueno para nadie esta lucha prolongada que ya ha empezado, hay que cortar esta lucha, entrar en un diálogo y reconciliación. ¿Para qué? Varias instituciones en este país ya no funcionan bien, todo el mundo sabe eso, entonces hay que reconstruir esas instituciones electorales, judiciales, con personas que son más honradas, que dan una seguridad a todo el pueblo y con eso entrar otra vez a elecciones realmente libres y democráticas. Yo que creo por la falta de confianza que existe en el país, hay que tener una cierta auditoría internacional para legitimar, para todo el mundo las elecciones en Nicaragua.
Pero, ¿cómo puede ser un aterrizaje suave, si hay más de 300 personas que han sido asesinadas y ningún policía, ningún paramilitar ha sido investigado, señalado o procesado y más de 500 personas presas por haber salido a protestar y a demandar la renuncia del presidente y la vicepresidenta?
Se supone que un arreglo entre las varias partes aquí en Nicaragua va a solucionar varios de esos problemas, seguramente dejar libre a estos prisioneros políticos, sin duda. ¿Qué hacer en cuanto a la justicia? Eso es una cosa para que los nicaragüenses lleguen a una solución, no es para mí dictar cómo deben tratar eso los nicaragüenses.
En tu ensayo decís que para Estados Unidos el presidente Ortega ya no es un factor de estabilidad ni para Nicaragua ni para la región. ¿Por qué?
Porque hasta el 2016 Ortega gobernaba con estabilidad en el país. La economía crecía, había tranquilidad, en general las elecciones mostraron que él tenía un cierto apoyo popular, quizás no tanto como lo mostraba en las elecciones, porque no eran totalmente libres y limpias, pero tenía una cierta autoridad.
Pero en las últimas elecciones en 2016, hubo una gran abstención y ni siquiera había partidos de oposición compitiendo.
Empezando en 2016, de ahí empezó a entrar la duda, si él es un hombre de estabilidad o inestabilidad, y en los últimos dos años ha sido evidente. Él, que se mostraba ágil y flexible en el pasado como político (hay que reconocer que en su vida ha tenido sus momentos de saber manejar la política), parece que perdió estas capacidades en los últimos dos años, sería por la influencia de ella, sería por otros problemas que quizás él tiene, no sabemos, pero la esperanza es que él todavía tiene la inteligencia y la flexibilidad de salir de este callejón sin salida, en el que él mismo se ha metido.
El “autoritarismo duro”
En 2011, cuando se produjo la reelección inconstitucional de Ortega, escribiste un artículo describiendo su sistema como “un autoritarismo suave”. ¿Sigue siendo válido ese término hoy?
Hoy en día no, ya es un régimen autocrático, no totalitario, claro que no. Aquí hay un sector privado, hay medios de comunicación libres, etcétera, no es totalitario, es un error decir que ya estamos en Cuba.
Pero lo que estás describiendo está bajo persecución: los medios, las organizaciones no gubernamentales, incluso el sector privado ha sido objeto de tomas de tierra por grupos armados.
Hay señales preocupantes, pero todavía estos sectores están ahí, todavía el 80% de la economía está en manos privadas. Pero sí, un régimen que mata a mucha gente, que persigue a otras, que tiene policías por todos lados, eso ya no es suave, eso ya es duro.
El embajador Kevin Sullivan, recién llegado al país, ha tenido tres apariciones en encuentros privados: con el cardenal Leopoldo Brenes, con la Iglesia; con defensores de derechos humanos; y con el alto mando del Ejército. Esta reunión del embajador de Estados Unidos con el Ejército ¿cómo se debe leer?
El embajador Sullivan es un amigo mío desde hace muchísimos años, es un hombre muy profesional, muy bien respetado dentro de la diplomacia de los Estados Unidos y de toda América Latina, entonces me alegro de que él esté aquí. La señal que él ha mostrado en sus primeros días es muy clara: de que los Estados Unidos quiere apoyar a los derechos humanos, a la democracia, se juntó con el Ejército, pero no con la Policía Nacional que ha estado mucho más involucrada en la represión de los últimos meses. Es una señal clara de que la represión no es la manera de resolver los problemas políticos en Nicaragua.
Las lecciones del colapso de Somoza
En 1978, cuando eras un joven funcionario de la Administración Carter...
Si, súper joven...
Fuiste enviado para transmitirle un mensaje cara a cara al dictador Anastasio Somoza Debayle para que se retirara del poder. Sabemos que Somoza no aceptó, ¿hay algún paralelismo entre esa crisis de Somoza y la que enfrenta Ortega hoy? ¿Hay algo que aprender de la crisis de Somoza?
Hay mucho que aprender. Que la historia por favor no se repita, esta tragedia de lo que pasó en Nicaragua y con toda la destrucción, todos los muertos y todos los daños a la economía en la lucha contra Somoza. Somoza no se dio cuenta del balance de fuerzas, él siempre decía “la oposición no es nada, aquí todo está normal”.
¿Qué te respondió Somoza cuando le transmitiste el mensaje de Carter?
“Usted es súper joven, usted no sabe nada, no sabe lo que ha hecho mi familia por los Estados Unidos, hemos sido leales a los Estados Unidos”. Yo le respondí que los Estados Unidos no tiene aliados permanentes, tenemos intereses y nuestro interés en este momento es la estabilidad y si es posible una democracia en Nicaragua y usted no puede ser parte del futuro de Nicaragua. Desgraciadamente él dijo: “No, la oposición no es nada, yo me quedo aquí, soy hombre fuerte”. Hay que esperar que no se repita esta tragedia ahora en Nicaragua.
¿Qué puede aprender Ortega de esa crisis? Porque él alega que está siendo objeto de una acción intervencionista, injerencista de Estados Unidos, aunque hace un año tenía las mejores relaciones con Estados Unidos.
A mí me choca como las palabras ahora de Ortega son casi lo mismo de las palabras de Somoza en esa época: “Aquí no hay ningún problema”. Entonces era: “Son los comunistas y cubanos los que están haciendo los problemas aquí, no es el pueblo nicaragüense”. Esperamos que Ortega no crea en estas palabras de su régimen, esperamos que él tenga una visión más realista de que los problemas no vienen del exterior, los problemas vienen del descontento muy generalizado del pueblo nicaragüense.