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La represión contra Henry Ruiz y José Evenor Taboada

Las represalias contra un abogado empresario y un exguerrillero ermitaño son un síntoma de la fragilidad de la dictadura orteguista

José Evenor Taboada y Henry Ruiz

El abogado José Evenor Taboada (izq) y el exguerrillero Henry Ruiz. // Foto: Archivo

Silvio Prado

20 de marzo 2025

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Las medidas que toman las dictaduras revelan el grado de fortaleza que sienten; o de su fragilidad. Cuando se trata de decisiones encaminadas a su fortalecimiento estratégico es porque consideran que han consolidado una etapa previa que suponía cierto riesgo, como unas reformas constitucionales que consagran definitivamente el régimen político después de haber aplastado a los partidos opositores. Pero cuando se trata de ensañarse con personas, que a todas luces no representan ningún peligro presente o futuro, denotan una fragilidad que solo se puede explicar por la paranoia, la tantas veces citada incertidumbre que lleva a las dictaduras a ver enemigos mortales hasta en la sopa. Solo así puede explicarse la represión practicada en contra de José Evenor Taboada y Henry Ruiz.

Ambos se encuentran en las antípodas de todo: de la política, de la economía, de lo social y, por supuesto, de la ideología. Quizás sólo tengan en común la nacionalidad. Sin embargo, la dictadura, sin que hasta ahora se sepa porqué, los ha colocado bajo la misma mira. A uno lo ha mandado al destierro, al otro al confinamiento, dos medidas opuestas desde el punto de vista territorial: si a uno lo saca del país, al otro lo reduce a su parcela más pequeña. A riesgo de especular, tratemos de encontrar algunas razones en estas actuaciones irracionales.

Taboada es un abogado de prestigio y por ende de mucho éxito en los corrillos de los poderes económicos de Managua. Como es lógico, de él se sabe mucho. Que se sepa, las pocas veces que se acercó a la política fue por vía indirecta como presidente el Banco Central, directivo de FUNIDES y como representante legal del empresario chino que quiso hacer el negocio de su vida con el canal interoceánico. Que se sepa, nunca había estado en el radar del aparato represivo de la dictadura…hasta ahora.

Ahora que ejercía el cargo simbólico de presidente de la Fundación Teletón Nicaragua, una organización con claros fines humanitarios dirigidos a niños y jóvenes con discapacidad. Dicen que la causa de su apresamiento y destierro fue la organización de la colecta de 2025 sin permiso de la dictadura, la misma colecta que venía realizando en los últimos 25 años. Caben dos preguntas lógicas: ¿Por qué esta vez necesitaba permiso? ¿En el caso de que esta fuese la causa, ameritaba un castigo de semejante dimensión?


La reacción del régimen lleva a pensar que el pecado de Taboada ha sido el hecho de presidir una de las pocas organizaciones civiles que quedan en el país. Una organización que cumple con todas las características de autonomía que son un incordio para los dictadores. Como no podían atribuirle nexos con financiamientos internacionales ni alegar supuestas irregularidades de sus registros legales, se han sacado de la manga de la camisa este argumento que huele a otro arranque de ira de la “codictadora” por que algo se haya movido en el país sin contar con su aprobación. De modo que estamos ante otra de sus pataletas de consecuencias nefastas.

De Henry Ruiz tampoco se puede decir que sea una amenaza cierta para la tiranía, salvo porque todavía arrastra consigo una carga simbólica de los valores que alguna vez enarboló la revolución sandinista. Es decir, es la antítesis de la rapiña del orteguismo. Cualquiera que lo conozca sabe que ha sido capaz de llevar a extremos franciscanos su nombre de guerra, Modesto. Pocas personas, que pudiendo vivir con las comodidades y los desahogos heredados de sus cargos en los 80, han optado por la frugalidad y el hermetismo de un ermitaño entre el bullicio de la Managua del bacanal.

De Modesto se sabe poco porque es poco lo que hay que contar. En la era de la hiperconectividad y de las redes sociales lleva a rajatabla su lema de que “lo privado es clandestino”. Eso sí, de sus pocas apariciones públicas se sabe que no traga a los dictadores, que incluso cuando se pensaba que podía democratizarse el FSLN desde dentro se atrevió a desafiar el cargo de secretario general a Ortega. Pero después poco más.

No se sabe, ni es creíble, que fuese parte de una conjura contra la dictadura. No es creíble que Modesto estuviese, por ejemplo, reorganizando la columna Pablo Úbeda que en la segunda mitad de los 70 fue el dolor de cabeza de Somoza en la cordillera Isabelia, entre el norte y el Atlántico del país. Confieso: mi primera acción subversiva contra Somoza fue escribir con spray en una pared de Managua “Modesto, primer responsable de la montaña”. Eran tiempos de la mística y Modesto era su mayor estandarte; sí, mono de montaña, como otras tendencias del FSLN le llamarían después de muerto Carlos Fonseca, pero jamás pudieron arrebatarle el sitial que las leyendas urbanas le atribuían.

Luego en los 80, desde el Ministerio de Planificación, la hamaca colgada en su despacho para dormir, su oposición sorda contra el desarrollismo agrario de elefantes blancos y, también, sus errores: sus silencios tercos frente a las derivas antipopulares de la revolución y la centralización absurda en el Gobierno de la economía. Pero a pesar de ello siguió siendo la reserva moral entre un ecosistema de “vida de comandantes”. Y después el traspaso impecable en 1990 que llevó a reconocer al nuevo ministro del Exterior: “No quiero ser el nuevo Miguel D´Escoto; quiero ser el Henry Ruiz”.

Modesto, oculto en su “corazón coraza” desde entonces optó por la vía más dura, volver a empezar, como si la llanura fuera una travesía de purificación necesaria para reencontrar sus raíces después del diluvio. Algunos creíamos que fue la alternativa más cómoda y se lo dijimos a la cara; queríamos que sacara a la luz la casta, que encabezara la recuperación frente a la debacle de un FSLN que robaba, pactaba con los corruptos y que después terminó dando la orden de asesinar y torturar a muchachos desarmados. Pero no, Modesto exageró en su ascetismo y se fue quedando solo con su emblema, el mismo que un día cualquiera terminó hastiando a la regenta de El Carmen que ha dado la orden de confinarlo aún más de lo que ya estaba. No importa cuán inofensivo fuera, había que castigarlo, borrarlo, ningunearlo rodeado por tres tristes policías. Lo que importaba era eliminar uno de los últimos referentes de un pasado en el que ella no pinta nada.

Si el tamaño de las amenazas dice mucho del talante de los regímenes políticos, la mínima amenaza que representan José Evenor y Modesto, revela hasta qué punto el orteguismo es un tigre de papel. A uno lo han desterrado por lo que es; a otro lo han confinado por lo que fue. Si un abogado exitoso y un exguerrillero ermitaño, sin ningún tipo de militancia política, ponen en jaque a la dictadura y la obligan a echar mano de uno de sus mecanismos más perversos, es que el régimen está más enclenque de lo que quisieran sus adversarios reales. Sólo la irracionalidad de la que el Estado y todo el país son rehenes puede explicar que un régimen absolutista recién entronizado recurra a sus armas extraordinarias para represaliar a dos personas que llevaban una vida normal e inocua. Entre el empresario y el exguerrillero cabe toda una sociedad aherrojada.

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Silvio Prado

Silvio Prado

Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.

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