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Damnatio Memoriae: Condena de la memoria

Los antimotines arrancaron con furia las cruces, y donde se derramó la sangre de Junior y Alex “plantaron” un adoquín pintado en rojo y negro

Una cruz con dos ramas negras, finas y secas, atadas con una tira de plástico indicaban el lugar donde murieron Junior Alexander Núñez y Alex Enrique Machado Vásquez. // Foto: Archivo | Carlos Herrera

Colaboración Confidencial

Sylvia Ruth Torres | Especial para Confidencial

1 de septiembre 2019

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La ciudad de León es caliente. Los nicas decimos: “¡Ayudame a decir caliente!”para hablar de esa temperatura en toda su dimensión. Por eso, estar ahí aquel siete de julio de 2018 fue como estar en el vivo infierno. Ese día en Sutiaba las calles mostraban pedazos de vidrio y los huecos donde habían estado las barricadas de adoquines levantadas por la población, especialmente los jóvenes.

Las aceras estaban vacías, ni perros callejeros deambulaban, pero de repente en un esquina aparecieron dos cruces, una frente a otra, calle de por medio. “Tan frágiles y ligeras”, hubiera dicho el padre Azarías Pallais.

Foto: Cortesía | Radio Darío

Daban ganas de ponerse a llorar. Dos ramas negras, finas y secas, atadas con una tira de plástico y en la base una piedra para que el viento no las derribara. Bajamos del vehículo y nos persignamos. Observamos la mancha color rojo oscuro en el suelo. ¡Era sangre! Ahí habían caído Junior Alexander Núñez y Alex Enrique Machado Vásquez, dos de los atrincherados vecinos de la cuadra de El Alacrán. Ellos y un pequeño grupo de jóvenes detuvieron con sus morteros el avance de unos dos mil hombres sobre la última barricada de Sutiaba. O mejor dicho, de León.

Jóvenes con morteros en una barricada del barrio Sutiaba, de León, el 25 de julio de 2018. // Foto: Archivo | Carlos Herrera

El mortero es un explosivo artesanal de pólvora envuelta en papel, que explota tras ser disparado por un tubo metálico y fue concebido para animar con sus estruendos distintas celebraciones religiosas. Desde mediados de la década de 1990, cuando Daniel Ortega estaba fuera del poder, sus seguidores lo adoptaron con algunas variantes y lo convirtieron en el arma típica de las manifestaciones y asonadas  del Frente Sandinista. En 2018, los jóvenes del movimiento auto-convocado o azul y blanco, como se llaman a sí mismos, se apropió de esta arma con fines principalmente defensivos, ya que al ser disparada a corta distancia puede ayudar a detener un ataque y eventualmente causar heridos.

En Sutiaba era mediodía y las puertas de las viviendas cerradas cuando las patrullas orteguistas comenzaron a avanzar en caravana, como las carretas naguas de los cuentos infantiles leoneses en las que la muerte se desplaza vestida de negro y con afiladas guadañas. Habían abierto las puertas a culatazos y a patadas, buscando a los jóvenes. Daban miedo. Los policías recorrieron lentamente el barrio apuntando con sus fusiles hacia las esquinas vacías; la tensión se reflejaba en sus rostros y parecían tener más temor que nosotras, que nos dirigíamos al mercadito de Sutiaba para comprar verduras.

“Pobrecitos esos muertos”, dijo mi acompañante antes de que entráramos a su casa a cortar todas las flores de su patio. Hicimos un ramo que nos pareció enorme y lo llevamos al sitio de las cruces, junto con unas veladoras grandes.

Foto: Sylvia Torres

Ninguna de nosotras conocía a los muchachos. Averiguando en las redes sociales supimos que Junior era chelito y delgado, y  que apareció en Facebook mortero en mano, detrás de una pared de ladrillos sin repellar. Fue su última imagen en vida; al asomar la cabeza para divisar hacia el norte, un francotirador lo blanqueó de un solo disparo.

¡Vivo se lo llevaron!

Cuando Alexander cruzó la calle para recoger a su compañero herido recibió un disparo en el abdomen . Otros jóvenes intentaron arrimarlo hasta la esquina, pero los antimotines y paramilitares se les dejaron venir encima rafagueando. Sus amigos ya no lo pudieron rescatar. Dicen que la señora de la pulpería quiso meterlo en su casa pero no pudo, y que la fuerza armada, comandada por Fidel Domínguez, jefe de la policía de León, y un paramilitar exfuncionario público, se lo llevó herido y lo ejecutaron.

Honrar a los muertos es una costumbre histórica universal. Todas las culturas tienen lugares memorables donde murió gente considerada importante, como las pirámides mayas o las del lejano Egipto. En Nicaragua, las carreteras están repletas de cruces rústicas que la gente ha colocado junto a las curvas más peligrosas, para recordar el sitio donde han ocurrido accidentes fatales. Hasta en el mar las personas tiran flores y hay una gran cruz en la Peña del Tigre, en el balneario de Poneloya. Los muertos de Sutiaba son lo más importante para sus amistades y sus familias.

Con mi amiga volvimos al lugar de las cruces una semana después para colocar otro ramito de flores, pero encontramos en el lugar hermosas cruces de tubos gruesos, pintados de azul y blanco adornadas con abundantes flores y velas encendidas. Los amigos de los muchachos salieron de sus escondites y construyeron un sitio de recuerdo –memorial, dicen los norteamericanos– para Alex y Junior.

Foto: Cortesía | Radio Darío

Durante la revolución de los ochenta, los sandinistas construyeron un mausoleo en el parque central de Managua para honrar a su líder, Carlos Fonseca, y a otras figuras del partido cuyos restos reposan bajo una llama eterna. Se decía que también hicieron unas fosas en la Plaza de la Fe, para enterrar a los comandantes de la revolución, lo cual no se concretó porque perdieron el poder antes de que se murieran los nueve. Y el primero en morir, el comandante Carlos Núñez, fue enterrado por su familia en el cementerio de León, como el resto de los mortales.

Damnatio memoriae

En 1979, el decreto número dos de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional ordenó  “eliminar la triste memoria del pasado somocista” y sustituir los nombres de calles y edificios por los de los héroes y mártires de la revolución, aunque la mansión Luis Somoza, en Managua, siguió usándose siempre como referencia. Ese afán por rebautizar las cosas y borrar la historia puede tener efectos dañinos. Y vaya hazaña, a 40 años de la caída de Somoza, el orteguismo reescribe el somocismo con la destrucción de instituciones, la robadera, el nepotismo, la reelección indefinida y las matanzas indiscriminadas.

Foto: Archivo | Carlos Herrera

El orteguismo, al igual que todos los regímenes autoritarios en la historia, siempre ha aplicado para quienes no desea reconocer, la costumbre imperial de los romanos, Damnatio memoriae, alocución latina que significa literalmente “condenación de la memoria” o destrucción del recuerdo, que pasa por eliminar todo rastro, imágenes y hasta nombres. Esa medida la aplicó el Senado romano en el año 48 (siglo V) contra cualquiera que molestara a los emperadores. También la implementó Stalin entre 1934 y 1953, borrando fotografías, libros, registros históricos y archivos de sus enemigos, como ocurrió con el más famoso de ellos, León Trotsky.

En Cuba desaparecieron de la historia oficial a mucha gente famosa por no compartir su ideología, tan ridículo como borrar a la cantante Celia Cruz o el cómico radial Tres Patines; también el sandinismo eliminó de la memoria a personas que no consideraba importantes, como Rosy López Huelva, una guerrillera casi fundadora del Frente Sandinista, cuya imagen fue borrada de una foto donde aparecía en la cárcel junto a la comandante Doris Tijerino. Sin olvidar a varios fundadores de ese partido que fueron borrados de la narrativa histórica, sin necesidad de  photoshop. Tampoco los nombres de Hugo Torres y Dora María Téllez aparecen en los libros de historia del Ministerio de Educación que narran el asalto al Palacio Nacional de 1978.

Doris Tijerino y Rosi López Huelva, prisioneras, 1969. // Foto: Memorias de la Lucha Sandinista, de Mónica Baltodano

Esta práctica ha resurgido dramáticamente estos días, al pretender impedir, a través del asedio armado y las amenazas, la celebración de misas por el alma los jóvenes asesinados. En la misa de primer aniversario de Sandor Dolmus, el monaguillo leonés de 15 años aniquilado por un francotirador en junio de 2018, cientos de fanáticos orteguistas armados con tubos, palos y piedras fueron movilizados a la basílica de Catedral para impedir el oficio religioso. De todas formas, la iglesia se llenó de fieles.

En el caso de Alex Enrique Vásquez, Danny López y Mario Antonio Peralta, la misa tuvo que ser pospuesta en tres ocasiones. La primera vez llevaron a sus turbas en buses mientras las patrullas policiales y los paramilitares impedían amenazantes el acceso a la iglesia. La segunda también se suspendió porque los activistas del gobierno rodearon la parroquia, y la tercera fue asediada desde temprano por las carretas naguas de los antimotines. Pese a ello, más de cien personas, casi todas mujeres mayores, acudieron a la misa.

Foto: Cortesía | Radio Darío

Acompañadas por vecinos, las madres lloraron a sus hijos, oraron por sus jovencísimas almas y prohibieron a los jóvenes asistir, para evitar que se los llevaran presos. A la mañana siguiente, las cruces amanecieron engalanadas de flores y globos azul y blanco, los prohibidos colores de la patria. Otra vez los delatores llamaron a la policía, que mandó sus pelotones revienta chimbombas para “limpiar” todo atisbo de memoria.

Los antimotines arrancaron con furia las cruces y en el sitio donde se derramó la sangre de Junior y de Alex “plantaron” un único adoquín pintado en rojo y negro, los colores de la bandera sandinista, tan repudiada hoy a causa del sangriento legado de Ortega en los últimos 12 años.

Foto: Cortesía | Radio Darío

El intento de impedir que el pueblo rinda tributo y celebre la vida de los asesinados puede ser también un malhadado esfuerzo de validar la campaña oficial con la que iniciaron la represión: dijeron que los auto-convocados habían “inventado muertos”, axioma que de tanto repetirlo es admitido como real entre algunos de sus simpatizantes.

Cabe preguntarse por qué las víctimas del gobierno no pueden ser recordadas. ¿Quieren condenarlas al olvido? ¿Imaginan que esas amorosas cruces rústicas y las misas en su honor le restan credibilidad al discurso oficial que deslegitima la rebelión de abril como un movimiento popular y espontáneo?

Altar en memoria de Alex Enrique Machado Vásquez, asesinado por paramilitares en Sutiaba. // Foto: Cortesía | Radio Darío

Es posible que la pareja que desgobierna el país, al sentirse emperadores, castigue así imperialmente, Damnatio memoriae como los romanos en el siglo V hacían con quienes, a su criterio, han cometido traición o un crimen de lesa majestad.

Pero El Alacrán jamás olvida, esas cruces azul y blanco volverán.


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