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¿Es Costa Rica diferente?  Un baúl de hallazgos

Si la experiencia de Costa Rica sirve como referencia, es para saber que a veces resulta bien pensar en el árbol que dará sombra al que no está aún

La Estación Biológica La Selva es una destacada estación de investigación de ecología tropical situada en Puerto Viejo de Sarapiquí, en la zona norte de Costa Rica. Está unida por un corredor biológico al Parque Nacional Braulio Carrillo en la cordillera Volcánica Central. Fotografía: José Díaz

Carlos Alvarado

10 de abril 2024

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El territorio donde hoy está Costa Rica era al inicio del siglo XVI parte de un limbo espacial entre lo que se conoció como Castilla de Oro y Veragua. Extravagante como puede parecer, las tierras del Ducado de Veragua pertenecían a los descendientes del Almirante Colón, y en 1556 don Luis Colón —su nieto y duque de Veragua— renunció a esas posesiones a favor de la Corona.

Este hecho, aseguran las investigadoras costarricenses Claudia Vargas y Margarita Bolaños, fue lo que finalmente “pudo definir con mayor claridad los destinos de nuestro territorio”.


No fue hasta 1561 que, primero Juan de Cavallón, y luego Juan Vázquez de Coronado con mayor suceso, conquistaron lo que hoy es Costa Rica. Según Carlos Meléndez, Vázquez de Coronado, noble español y bastardo, recibe su primera mención en la historia hasta 1851.

Desde ahí y con la documentación, se crea la idea del conquistador “más humano, más suave en tratar a los indios” (Manuel María Peralta, 1883), el que “más por la persuasión que por la fuerza logró el alcalde la sumisión” (Francisco Montero Barrantes, 1892), de quien se exalta “sobre todo su índole generosa y compasiva” (Ricardo Fernández Guardia, 1909).

Lo que es cierto: Costa Rica tuvo una conquista tardía, como tarde se definió su territorio ya de difícil acceso. Fue una de las últimas fronteras por conquistar. Los españoles que llegaron eran de muchos menores recursos que en otros partes.

¿Se encuentra el excepcionalismo costarricense en esta historia? ¿Es Costa Rica realmente diferente? Es un asunto cercano a mi corazón. En mis cuatro años como presidente de Costa Rica (2018 -2022) y ahora en la Escuela Fletcher de la Universidad de Tufts, he llegado a buscar las respuestas no en un solo lugar, sino como un maravilloso baúl de hallazgos. Cada uno de los hallazgos tiene un valor propio, ninguna es suficiente para el explicar el todo, pero su conexión forma una red que ensaya respuestas.

Pragmatismo Heterodoxo I

Entre estos hallazgos, también se puede contemplar otro aspecto de nuestra historia diferente.

En 1869 en la Constitución, se establece que “la enseñanza primaria de ambos sexos es obligatoria, gratuita y costeada por el Estado”. Este hecho puso a la educación, tanto para niños y niñas, en el centro de la aspiración del país.

Escuela de maestro único o unidocente, en una pequeña comunidad indígena en Piedra Mesa. Foto: José Díaz.

En 1882, es abolida la pena de muerte en el país. El logro es liderado María Emilia Solórzano Alfaro, esposa del entonces dictador General Tomás Guardia. Ella experimentó de cerca la pena de muerte, pues su hermano Lorenzo murió por fusilamiento, por participar en un fallido intento de golpe de Estado.

La pena de muerte era utilizada en casos políticos. María Emilia es recordada porque movilizó a las mujeres para defender la vida de presos militares. Finalmente, en 1882, Tomás Guardia decretó la vida humana inviolable, y desde entonces ha estado en las constituciones del país.

En 1884, San José se convierte en la primera ciudad latinoamericana con iluminación eléctrica cuando se encendieron unas 25 lámparas en el centro de la capital. En 1882 el Gobierno había dado a Manuel Víctor Dengo una concesión para desarrollar la planta hidroeléctrica que llevó a iluminar las bombillas.  

La abolición de la pena de muerte, el derecho a la educación y el acceso al alumbrado público surgieron en un contexto histórico que estableció ciertos valores fundamentales. Para 1824, solo tres años después de lograr independencia, la población en Costa Rica se estimó en 61 746 habitantes. El primer jefe de Estado de Costa Rica fue Juan Mora Fernández, maestro y comerciante. 

Juan Mora Fernández. Primer presidente de Costa Rica. Foto: Wikimedia.

Era un hombre capaz de decir cosas como: “La base principal de un Gobierno libre es la ilustración y los progresos de ésta puede proporcionarlos la edición de periódicos manuscritos. Se invita a los ciudadanos a que establezcan en cualquier pueblo del Estado, un papel público periódico… “.

Hizo repartir almácigos de café para impulsar la economía y, sobre el quehacer de gobernar, nos legó esta poderosa frase: “Deseo que el Estado sea feliz por la paz, fuerte por la unión y que sus hijos corten cada día una espiga más y lloren una lágrima menos”.

John Quincy Adams, el sexto presidente de los Estados Unidos y secretario de Estado del Gobierno anterior del presidente James Monroe, conocía de primera mano el comportamiento imperial de Europa. Por eso diseñó y propuso una doctrina, la cual el presidente Monroe oficializó con su apellido en un discurso al Congreso: “Un principio referente a los derechos e intereses de los Estados Unidos es que los continentes americanos, por la libre e independiente condición que han adquirido y que mantienen, no deben ser en lo sucesivo considerados como sujetos de colonización por ninguna potencia europea.” 

Se inauguraba una nueva página en la historia de la región.

La relación con el vecino potencia 

Tras 80 años de la doctrina Monroe, mucho había pasado. Los Estados Unidos había expandido su territorio de este a oeste. Ya contendía con los países europeos en los juegos de poder.

El siglo XX se inauguraba así con el corolario Roosevelt, una adición —nada menor— a la doctrina ideada por John Quincy Adams. En el mensaje del presidente Theodore Roosevelt al Congreso de 1904, ya no solo estipulaba que las potencias europeas no debían intervenir territorios en el Hemisferio Occidental, pero agregaba que en “casos de mala conducta crónica” en la región, podía “forzar a los EE. UU., con renuencia… al ejercicio de un poder de policía internacional”.

Este hecho marca la historia y está presente hasta el día de hoy de una u otra forma, sea en tradiciones democráticas, migraciones, diásporas o incluso béisbol.

Cuba fue intervenida militarmente entre 1898 y 1902; Haití entre 1915 y 1934; República Dominicana entre 1915 y 1924; Nicaragua entre 1912 y 1933; Panamá, con el tratado Hull-Alfaro, desde 1936 que daba la franja del canal a EE. UU.; Honduras con intervenciones en 1907, 1911 y 1924.

Tras la Segunda Guerra Mundial, al erigirse EE. UU. como la principal potencia capitalista, y en la confrontación de la Guerra Fría, el corolario sería más vigente aún, contra la amenaza que le representaba el comunismo: la caída de Jacobo Árbenz en Guatemala con intervención de la CIA en 1954; la intervención en República Dominicana de nuevo en 1965; y la presencia militar en El Salvador, Honduras, Guatemala, y contra los sandinistas en Nicaragua después de que tomaran el poder en 1979.

Costa Rica tuvo la presencia de la United Fruit Company, empresa estadounidense cuyos intereses habían sido protegidos en toda la región, lo que dio lugar a algunas de las intervenciones militares, especialmente en Guatemala y Honduras, y presiones de la legación de EE. UU. y sus intereses en muchas ocasiones. Se habla de la presencia de un buque norteamericano en las costas nacionales para presionar al dictador Federico Tinoco a abandonar el poder en 1919. Pero no hubo nunca ocupación militar o invasión.

Cosecha de plátanos, División de Costa Rica, alrededor de 1920. Foto: Colección de fotografías de United Fruit Company, Biblioteca Baker, Escuela de Negocios de Harvard.

Cuando me preguntan por qué creo que los costarricenses no emigran tanto como otras nacionalidades, en este hecho encuentro parte de la respuesta.

Pragmatismo heterodoxo II

La década de los 40 del siglo pasado puede que haya sido la más definitoria para generar el orden mundial actual y también para definir a Costa Rica.

La Costa Rica de esa época ya tiene 670 000 habitantes, sigue siendo mayoritariamente agrícola, la mayoría de las personas descalzas y de baja escolaridad tienen una esperanza de vida de 47 años. Corren tiempos de transformación social.

Con experiencia como doctor en el país, e inspirado por la doctrina social de la Iglesia católica y la agenda de Conversaciones de Malinas del Cardenal belga Desiré-Joseph Mercier, el Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia inaugura en su periodo presidencial una época de reforma social.

Consigue avances en educación—la fundación de la Universidad de Costa Rica (1940)—, en la seguridad social y salud—la creación de la Caja Costarricense de Seguro Social (1941)— y derechos sociales y laborales—capítulo de Garantías Sociales a la Constitución (1943) y la promulgación del Código de Trabajo (1943).

Lo logra con una inusual y ecléctica alianza, de su partido Republicano con la Iglesia Católica de Monseñor Víctor Manuel Sanabria y el Partido Comunista de Manuel Mora, uno de sus críticos. Este episodio explica una parte importante de Costa Rica, aun hoy más 80 años después. El mundo estaba en guerra. Y tal vez por aquel estruendo, este hecho extraordinario pasa desapercibido fuera de las fronteras.

Esa década de 1940 tenía más que ofrecer en nuestro entendimiento de las diferencias de Costa Rica, más tesoros del baúl, por así decirlo.

Las elecciones de 1948, donde Calderón Guardia buscaba volver a la presidencia, terminan con acusaciones de fraude. Un movimiento revolucionario liderado por José Figueres Ferrer, años atrás exiliado por criticar al Gobierno, se levanta en armas.

Los revolucionarios ganan la guerra y toman el poder. La lógica tradicional indicaría que una dictadura militar se instauraría, y que las reformas serían retrotraídas. Pero eso no ocurrió.

Don Pepe, como se le conoce a José Figueres, y la Junta Fundadora de la Segunda República lanza una agenda de profundización de reformas, con la creación del Tribunal Supremo de Elecciones para garantizar elecciones limpias y democracia, crea el Instituto Costarricense de Electricidad para dotar de energía al país, nacionaliza los bancos, otorga el voto femenino y prohíbe el partido comunista, prescripción vigente hasta 1974 en el país.

Entre otras cosas notables, no echa para atrás los logros de su rival de guerra—algo poco visto en la política y los conflictos. Esas obras perdurarán hasta el día de hoy. Además, en 1948, intuyendo el rol que los ejércitos jugarían en las dictaduras de América Latina, el 1 de diciembre de 1948 Figueres hace abolir las fuerzas armadas de Costa Rica.

En 1949, Figueres y la Junta Fundadora entregaron el poder a Otilio Ulate, a quien declararon ganador de las elecciones de 1948.  Y desde 1953 hasta la fecha, Costa Rica ha sido una democracia con elecciones ininterrumpidas.

Más allá de la “blanquitud”

Hace pocos años, la Constitución fue enmendada y reconoce a nuestro país como multicultural y multiétnica. Si bien en las fuentes y datos históricos el mestizaje es central en la historia de Costa Rica, durante el siglo XIX como parte del proceso de formación del estado y la identidad nacional, hay un proceso inverso, de pasar de mestizos a un blanqueamiento.

La investigación de Ronald Soto Quirós de la Universidad de Boudreaux demuestra cómo, en el siglo XIX, hay un doble reforzamiento en dos vías: entre el discurso externo europeo y norteamericana de viajeros, comerciantes, cronistas y naturalistas, y la propia élite política del país, imponiendo la idea un tipo racial diferente al del resto de la región, no mestizo sino uno “blanco”.

Un ejemplo emblemático es el relato del escocés Robert Glasgow Dunlop de 1844:

“Los habitantes del Estado de Costa Rica son casi todos blancos, no habiéndose mezclado con los indios como en otras partes de la América española, y los pocos de color han venido sin duda de los Estados vecinos. Su carácter difiere mucho del de los habitantes de todas las demás partes de Centro América. Son industriosos, aunque no les gusta el trabajo rudo, cada familia posee una plantación de café o de caña de azúcar.”

Parte de esa imagen, por supuesto, viene de las brechas en nuestra memoria ancestral. Costa Rica es una tierra de lenguas perdidas. Esta es una diferencia con el resto de Centroamérica, donde las lenguas náhuatl o mayas aún tienen millones de hablantes. Mucha de la memoria originaria indígena permanece borrada o, a lo sumo, perdida.

Orosi, Sarchí, Tibás, Turrucares, Tapantí, Garabito, Escazú, Siquirres, Aserrí… son todas palabras de los costarricenses. Nombran lugares, ciudades. Todos los días las usamos, pero ignoramos en gran parte su significado original en la lengua huetar, hoy lengua muerta.

Aun en el siglo XVI, el huetar era la lengua generalizada en lo que era la provincia de Costa Rica, pero fue prohibida en 1676 por el gobernador Benito de Noboa Salgado. Por estudiosos como Adolfo Constenla y Miguel Ángel Quesada Pacheco conocemos fragmentos de este, nuestro origen perdido. El bribri, cabécar, guatuso, que aún se hablan en el país, aunque con riesgos de perderse, son parte de esas lenguas chibchas.

Josefa de Flores: nuestra abuela y esclava

Para 1771, se estima una población de 23 371 habitantes, siendo 13 995 mestizos (59.9 %), 4218 mulatos (18 %), 2839 indígenas (12.1 %) y 2319 españoles (9.9 %); lo que indica un proceso avanzado de mestizaje.

En 2018, cuando yo era candidato a la presidencia, Mauricio Meléndez, de la Academia de Genealogía, publicó un análisis de mi genealogía. 

Ahí mostraba que mis abuelos maternos, Manuel Quesada Castro (1914-2007) y Noemy Alvarado Romero (1920-1984) eran primos entre sí y, a su vez, tataranietos de Segundo Venegas Picado (1807), “quien fue bisnieto de María Ambrosia Barboza, mulata esclava del sacerdote Gaspar Cascante de Rojas, comisario del Santo Oficio de la Inquisición en Cartago. El cura le donó a su hija Lorenza de Flores y Barboza dos esclavas: Ambrosia y la madre de ella, Josefa de Flores. En 1727, doña Lorenza liberó a las dos esclavas".

Si se estima que Josefa de Flores, la Chepa, como se le conocía en la época, nació en 1700 y que la población de ese entonces era de menos de 14 000 personas, hoy día y diez generaciones después, Josefa es una de las abuelas de miles de costarricenses como yo.

Es decir, centenares de compatriotas somos descendientes de una esclava mulata que fue propiedad del sacerdote del Santo Oficio. En el libro La Dinastía de los Conquistadores se detalló la genealogía de los gobernantes de Costa Rica, también de Centroamérica, donde, en el caso costarricense, Vázquez de Coronado tiene un rol central.

Esfuerzos como el de Meléndez completan esa fotografía antes parcial: “El mito de una Costa Rica blanquísima, “pura y limpia”, se deberá́ cambiar por la realidad histórica de una Costa Rica bastarda en sus orígenes, mestiza y mulata, de una Costa Rica siempre diversa, multiétnica y pluricultural”.

El peso de la tradición

Al examinar este baúl de hallazgos, al mirar críticamente el pasado, sus historias y sus mitos, debemos tener en cuenta adónde nos han llevado estas tradiciones —éxitos y desafíos. La tradición tiene gravedad. Si es buena, empuja a nuevos frutos positivos.

A 2023, la esperanza de vida al nacer en Costa Rica es de 81 años. La población es de poco más de cinco millones de habitantes. La Universidad de Costa Rica, pública, es una de las cinco mejores de Latinoamérica, y el trabajo infantil ha sido estadísticamente erradicado.

El Instituto Costarricense de Electricidad de 1948, en su búsqueda de autonomía energética, es hoy, en gran parte, el responsable de que más de 99% de la energía eléctrica del país sea limpia y renovable.

La abolición del Ejército y los legados institucionales sumaron al legado de 200 años de vida independiente que cimentaron un apoyo mayoritario por la paz y la democracia en el país.

Esa tradición empujó logros como ser anfitriones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, de la Universidad para la Paz (1980), de declarar la Neutralidad Perpetua (1983) en el contexto de la Guerra Fría, o de lograr, junto con Centroamérica, los Acuerdos de Paz que le valió el Premio Nobel al expresidente Óscar Arias (1987).

La relación con aquella naturaleza exuberante también mutó. En la década de 1970, el país creó la red de parques nacionales. Hoy se estima que el territorio de Costa Rica alberga 6% de la biodiversidad del planeta. Cuando muy pocas personas hablaban de cambio climático, el país innovó en la década 1990 con el primer sistema de pago de servicios ambientales a los tenedores de bosques privados por los servicios que dan los bosques a las personas, es decir, un incentivo para no talar árboles.

De 1980 hasta la fecha, Costa Rica ha más que duplicado su cobertura boscosa, para hoy contar con cerca de un 55%, siendo un ejemplo de que es posible revertir la deforestación en el planeta.

Sobre ese legado, en la lucha por ahora abolir el uso de los combustibles fósiles, Costa Rica lanzó en 2019 el primer plan de descarbonización del mundo, después de los acuerdos de París de 2015. Y en 2021, llevó su política de conservación también a los mares, protegiendo el 30% de sus océanos, liderando así la meta global acordada por 190 países en 2022 de protección de 30% de ecosistemas marinos y terrestres para el 2030, decidido en la COP15 de Biodiversidad.

De una base productiva en 1980 que exportaba café, caña y banano, hoy las principales exportaciones son los dispositivos médicos y los servicios, además de agricultura tradicional y no tradicional. Y los logros ambientales sentaron la base para una exitosa industria limpia del turismo distribuido por el país. En 2021, Costa Rica se convirtió en el primer país de Centroamérica en ser parte de la OCDE.

Este baúl de curiosidades es una pincelada. No habla de la anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica (1824) o la Campaña Nacional contra William Walker y los filibusteros (1856 -1857). Tampoco del naufragio de un barco danés con esclavos en 1710 en lo que hoy es Cahuita, o del origen misterioso de las enormes esferas indígenas del Delta del Diquís. Tampoco narra cómo se convirtió en el primer país de Centroamérica en legalizar las uniones de parejas del mismo sexo en 2020.

Las mujeres han hecho la mitad de esta historia, y como una sociedad que lucha por salir del patriarcado, mucha de esa parte de la historia está apenas comenzando a contarse.

El tráfico en las ciudades es de los peores, y se utilizan agroquímicos en exceso. La desigualdad ha crecido, haciendo del país uno de los más desiguales en la región más desigual del mundo. Como toda democracia contemporánea batallamos con los retos del populismo y la posverdad. La presencia del crimen organizado amenaza logros históricos.

La misma fuerza gravedad del legado tiene riesgos, el de criar fama y echarse a dormir. O de no ser capaces de consistentemente innovar y llevar lo recibido de generaciones a un nuevo nivel de bienestar. Como dice el refrán: "Benditos aquellos que plantan árboles bajo cuya sombra nunca se sentarán".

Como lo humano, la historia de un país y su gente es una historia de claroscuros. De contradicción donde no hay pureza, más que la posible en la lucha constante del espíritu humano.

¿Es Costa Rica excepcional o diferente? Yo digo que es singular, y que, si su experiencia y algunas de sus diferencias sirven como referencia, lo son no para imitarlas literalmente, sino para saber que, en el experimento humano, a veces resulta bien ser heterodoxo, creativo y pensar en ese árbol que dará sombra al que no está aún. También que, a veces tener menos en lo material ayuda más en lo esencial. En que puede que la riqueza humana esté en la naturaleza, el anhelo de una buena vida y la paz.

Es un recordatorio de que estamos más que confrontados, interconectados en el entramado del tiempo. ¿Cuáles serán nuestros siguientes pasos valientes de Costa Rica?

El lector futuro lo podrá, en su presente, responder. Una respuesta que puede encontrarse como siempre en el baúl de los hallazgos.

*Este artículo fue publicado originalmente en ReVista, Harvard Review of Latin America como parte de la edición de abril de 2024 sobre Costa Rica.

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Carlos Alvarado

Carlos Alvarado

Expresidente de Costa Rica (2018-2022). Escritor, periodista y politólogo costarricense. Profesor de “Práctica de la Diplomacia” en la Escuela Fletcher de la Universidad de Tufts, en Boston, Estados Unidos.

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