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Pedro Joaquín Chamorro Barrios: “Les advertía a los carceleros que nada era secreto”

El excarcelado y desterrado cuenta por primera vez en una entrevista cómo fue su encierro en El Chipote, donde compartió con el fallecido Hugo Torres

Pedro Joaquín Chamorro Barrios, hijo del mártir de las libertades públicas quien lleva su mismo nombre y de la expresidenta de Nicaragua, Violeta Barrios de Chamorro. Foto tomada de CxL

Redacción Confidencial

25 de abril 2024

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Pedro Joaquín Chamorro Barrios resistió parte de sus días en prisión recordando los buenos momentos que vivió en libertad antes de su detención arbitraria, y cantando canciones de los años sesenta y setenta, a dueto con su compañero de prisión, el exguerrillero sandinista, Víctor Hugo Tinoco, con quien compartió el periodo más largo durante su permanencia en El Chipote. 

También estuvo en la misma celda con el expresidente del Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep), José Adán Aguerri; el exembajador de Nicaragua en Estados Unidos, Arturo Cruz, y con el fallecido general en retiro, Hugo Torres. Torres fue trasladado a la celda de Chamorro, donde pasó sus últimos días en El Chipote antes de ser trasladado a un hospital.    


Esos cuatro días fueron suficientes para que Chamorro fuese testigo de la gravedad de la enfermedad que consumía al general en retiro, quien ya no podía comer y tenía que dormir sentado en una silla por un intenso dolor lumbar.

“Yo me alegré mucho cuando lo vi partir de mi celda (...) porque pensé que finalmente le iban a dar el tratamiento médico que su caso ameritaba”, contó en entrevista con el programa Esta Noche, la primera que concede tras ser desterrado de Nicaragua. 

Chamorro Barrios plasmó sus anécdotas en el libro Destinos Heredados, que es publicado por capítulos en el diario La Prensa y pronto saldrá a la venta en Amazon. En esta entrevista rememora sus días en prisión, la causa de su encierro y habla de su vida en el destierro. 

Este domingo, 21 de abril, salió publicado en La Prensa el capítulo de su libro Destinos Heredados, sobre sus días en una celda de El Chipote con el general en retiro fallecido Hugo Torres. Cuando llegó a su celda Hugo Torres, ¿qué fue lo primero que notó? 

Que caminaba con mucha dificultad. Lo noté muy deteriorado físicamente. Me pareció que tenía alguna enfermedad. Yo le pregunté y me dijo que venía de la clínica, precisamente, donde le estaban realizando algunos exámenes, pues tenía un dolor muy agudo en la región lumbar, en la espalda. Nunca pude saber cuál fue el diagnóstico porque obviamente eso no lo compartieron en la celda. 

¿Le dijo algo él sobre la enfermedad que padecía? 

Él atribuyó (el dolor) a que estaba haciendo mucho ejercicio. Según él, tal vez como resultado de un exceso de ejercicio. 

¿No tenía diagnosticada previamente una enfermedad o un padecimiento? 

No, él era, según entendí, sumamente activo y en la celda hacía muchísimo ejercicio hasta que se enfermó. Posteriormente, dejó de hacer ejercicio. Quizás para darle un mejor trato, lo trasladaron a mi celda que era más amplia y era más cómoda porque tenía cama. 

¿Cuántos días estuvo Hugo Torres delicado de salud en la celda con usted?  Y, si estaba tan grave, ¿por qué no tenían con él un gesto humanitario de enviarlo a su casa o al hospital? 

Él estuvo conmigo del martes 14 de diciembre de 2021 al viernes 17 de diciembre de 2021. El primer día, le metieron una silla a la celda como un gesto especial para que él pudiera sentarse, cosa que no tenía ningún reo. La sorpresa mía fue que él no durmió acostado sobre la cama, sino sentado sobre la silla, por el dolor.

A la mañana siguiente que se levantó a bañarse, él me manifestó que tenía tres días de no poder defecar y yo le cerré la puerta del baño para que tuviera privacidad. Al poco tiempo, hubo un grito de auxilio proveniente del baño. Yo fui y lo vi tirado sobre la ducha, en el piso, con el agua corriendo sobre su cuerpo, y me dijo que le ayudara a levantarse porque no podía levantarse por sí solo. Fue cuando decidí pedir auxilio, para ver si lo podían llevar a algún hospital, pero no me hicieron caso. 

Golpeé lo más fuerte que pude la puerta y los presos políticos que estaban en la celda vecina se percataron, comenzaron a golpear también la puerta y se armó un alboroto, hasta que llegó la comisionada Johana Wilford y, con mucha violencia, abrió el cerrojo de la ventanilla. Yo le dije: “Mi compañero de celda, el general Hugo Torres Jiménez, no ha podido dormir bien. Se acaba de caer en la ducha. Está muy enfermo. No ha podido defecar en tres días y tiene un dolor tremendo que no le permite ni siquiera acostarse en la cama”. Ella gritó:  “¡Ya lo sabemos todo y le estamos dando seguimiento adecuado!”. Yo me sentí muy mal porque, en lugar de tener un gesto humanitario y buscar cómo llevarlo a un centro hospitalario o atenderlo en la clínica, lo dejaron ahí.

Yo le dije a él: "Hugo, parece que la jefa no te quiere”, y él me respondió: “La que no me quiere es la jefa del jefe de la jefa”, con un sentido de humor cáustico. Al tiempo lo llegaron a sacar de la celda y lo llevaron a la clínica a hacerle más exámenes. 

¿Hubo negligencia o saña de parte de las autoridades penitenciarias en el manejo de la enfermedad de Hugo Torres?

Cuando (Hugo) llegó a mi celda, según me dijo, tenía varias semanas de estar enfermo. Cuando a él lo sacan de mi celda y lo llevan al hospital, después de haberle realizado unos exámenes con supuestamente un aparato de última tecnología, un ultrasonido portátil, él prácticamente no podía ingerir alimentos.

Comía muy poco porque había perdido el apetito. Tenía seis días o siete días de no defecar. Eso es grave. Se estaba envenenando internamente. Y padecía de unos dolores tremendos. Le habían prohibido alimentos que tuvieran sodio porque tenía una inflamación tremenda. Yo pensaba que era nada más en los pies, pero después me di cuenta que las piernas las tenía también bien inflamadas.

No puedo decir más que lo que me consta. Yo me alegré mucho cuando lo vi partir de mi celda y pensé que todo el regaño que había tenido de parte de la comisionada, pues, a lo mejor había valido la pena, porque finalmente le iban a dar el tratamiento médico que su caso ameritaba. 

¿Cómo se entera de la muerte de él? 

Yo me entero por unos gritos en las celdas de las mujeres, diciendo que había muerto. Yo no sé cómo se dieron cuenta, pero así fue que yo me di cuenta. Me llamó la atención que fue tanto tiempo después que salió de El Chipote. Quiere decir que los médicos lograron controlar un poco la situación en que estaba en ese momento.

Posible candidato presidencial 

Esta es la primera entrevista que usted ofrece luego de las dos que dio a CNN y a Univisión en 2021, sobre su anuencia a servir a su país, si le pidieran ser candidato a la presidencia, y que resultan ser la razón de su encarcelamiento, ¿se arrepiente de haber dado esa respuesta? ¿Cree que pudo haber sido distinto? 

No, no me arrepiento porque es lo que me salió del corazón. Es para lo que fui entrenado toda la vida: para decir la verdad. Y no iba a decir: “Ah, no sé, lo voy a pensar”. No me arrepiento, y enfrenté las consecuencias. No esperaba que fuera a ser así pero, de haberlo sabido, tampoco hubiera cambiado la respuesta. 

Lo detienen supuestamente por conspiración, pero al final lo acusaron y condenaron por otros presuntos delitos relacionados con la Fundación Violeta Barrios. ¿Por qué? 

Primero te detienen y después buscan por cuál delito te van a acusar. Y cuando vieron que a mí no me podían acusar por traición a la patria o menoscabo a la soberanía nacional, porque yo jamás había pedido sanciones, ni para Nicaragua, ni para sus ciudadanos, ni en público ni en privado –y lo repito aquí, yo nunca pedí sanción–, me buscaron algún artículo (de opinión) que fuera incendiario y tampoco encontraron nada incendiario en todos mis escritos. 

Entonces me acusaron por la Fundación Violeta Barrios, y me condenaron supuestamente por apropiación indebida de recursos de la Fundación, que no era otra cosa que la cuota de mantenimiento que Cristiana, mi hermana, depositaba en una cuenta del Farallón de Sotavento, una propiedad común que ahora ya está confiscada. 

Era una propiedad familiar que teníamos en San Juan del Sur y ella me depositaba su cuota en mi cuenta para que yo me encargara (del mantenimiento), porque yo era el administrador. Conglobaron lo que había recibido. Fueron unos 15 000 dólares en tres años, de parte de mi hermana. Nunca recibí un cheque de la Fundación, jamás.

Al final, cuando me expatriaron, me expatriaron por traición a la patria, o sea, sin juicio, sin nada, me cambiaron la pena, me cambiaron el delito. Ya de nada sirvió toda la pantomima de juicio que me hicieron, porque era para probar un supuesto delito que no existió nunca. Para expulsarme de Nicaragua, de mi país, me tenían que acusar de traición a la patria y para confiscarme me declararon mal hijo de la patria. 

También me acusaron de gestión abusiva aunque en la Fundación no tenía ningún puesto de gestión, sino un puesto decorativo de vicepresidente, pero nada más. No participaba en la toma de decisiones, ni en el día a día, ni mucho menos. 

Resistencia en prisión 

¿Cómo sobrevivió a la cárcel sin poder leer y escribir?

Me distraía pensando en los buenos tiempos, en los buenos recuerdos. También, cantando. Me permitían cantar en voz alta, pero no muy fuerte. Y Víctor Hugo y yo cantábamos canciones religiosas. Él cantaba el Ave María del Sur y otras canciones que aprendió cuando fue seminarista. Yo cantaba el himno de San Ignacio de Loyola, y también teníamos una sección de canciones de la década de los sesenta y los setenta.

Hacíamos ejercicio y hacíamos análisis políticos de cuándo íbamos a salir, de cuándo nos iban a liberar, si estábamos cerca. Siempre nos hacíamos ilusiones, por lo menos yo, de que iba a salir pronto. Yo pensaba que cuando Daniel Ortega asumiera la presidencia, iba a tirarse un discurso magnánimo e iba a liberarnos tras una amnistía o nos iba a dar un indulto.

También pensaba que los juicios eran para justificar el habernos tenido presos, no para tenernos más tiempo, sino como una justificación de que por algo nos tenían presos, pero me equivoqué completamente. 

Usted también habla de que no sufrió tortura física, pero sí otro tipo de tratos crueles riesgosos para su salud física y mental. ¿Cuáles fueron y cómo le marcaron? 

La parte más dura fueron los primeros dos meses y medio que estuvimos incomunicados, sin poder saber una palabra de nuestra familia y sin poder tener visitas. Yo les decía a los investigadores: "Aquí hay dos rótulos que están mal puestos. Hay un cuarto que dice 'salón de visita' y aquí no hay visitas, y otro dice 'salón de entrevistas', yo pensaba que era para las reuniones que íbamos a tener con nuestro abogado, pero aquí no hay abogado. Aquí lo que hay son interrogatorios diarios". 

Hubo una vez que a mí me levantaron a las tres de la mañana, estaba privado (dormido) porque tomaba pastillas para contener la ansiedad, y me llevaron con una investigadora que no era la de siempre. Y le digo: “Bueno, ¿cuál es la prisa? Si tiene todo el día de mañana para entrevistarme, ¿por qué me tiene que entrevistar a esta hora?”. Y entonces se puso a reír y pues me le hice el dormido, y ahí nomás me sacó de vuelta.

En el libro usted destaca algunos gestos humanitarios que recibió por parte de funcionarios del régimen, desde la teniente que usualmente lo entrevistaba o lo interrogaba, el médico que lo revisaba o los policías que lo custodiaron en la casa cuando le llevaron a casa por cárcel. ¿Había policías malos y policías buenos?

Sí, había policías malos y policías buenos. Eso depende del carácter de la persona. Por ejemplo, había un policía que, cuando me llevaba al interrogatorio, no me permitía que levantara la cabeza, me mantenía con la mano apretando la nuca para ver para abajo, para ver al suelo. 

Otros policías lo trataban con mucho más respeto a uno. Había uno que llamo “El Barbero” porque era el que ponían a cortarme el pelo cuando lo tenía muy grande. Recuerdo que una vez estaba en confinamiento solitario en la noche, yo daba vueltas en la celda, porque estaba inquieto, y machuqué el marco de mis anteojos. Al machacarlos, se aplastaron y ya no me los podía poner, ya no servían. Entonces, me desesperé todavía más y toqué la puerta, el policía abrió y me preguntó cómo estaba. Y entonces le dije yo: “Estoy muy mal, acabo de machucar mis anteojos, se me destruyeron. Quiero que llamen a mi esposa y le digan que me mande unos anteojos de repuesto que tengo en la casa”, y entonces él me los pidió y, para mi sorpresa, me los compuso.

Esa misma noche estaba durmiendo en una celda donde había un enorme chiflón (corriente de aire), porque tenían encendidos los abanicos en el salón de los policías. Los tenían encendidos a full. Entonces, entraba una corriente de aire bien fuerte y yo no tenía ni con qué cobijarme, ni donde poner la cabeza, porque no tenía almohada, ni toalla, ni nada. Entonces, cuando él volvió a la puerta yo le dije: “Estoy muy mal, no aguanto, no puedo dormir porque esos abanicos están provocando un chiflón”, le dije que si los podía apagar, si nadie los estaba usando. Entonces, los apagó. 

También los médicos eran bastante profesionales, pero eran muy limitadas las cosas que podían hacer en una clínica que tenía limitaciones. Una de las cosas que siempre pedimos, y solo cuando Hugo Torres estaba grave lo pudimos lograr, fue que nos hicieran exámenes de sangre, para ver realmente cómo estábamos, si teníamos alguna infección. Yo que padezco de la próstata, quería saber cómo estaba. Y el día que llevaron a Hugo Torres a hacerse exámenes, ese día me sacaron a mí también. Luego me di cuenta que a todos los prisioneros les hicieron exámenes de sangre. Sin embargo, a mí no me dijeron nunca cómo había salido.

Salir a la clínica era para nosotros un deleite, porque era salir un poquito de la celda y, tal vez por un momento, ver el lago de Managua desde lo alto de la colina donde está ubicado El Chipote nuevo, y ver un poco el sol. Yo contaba que había 100 pasos de mi celda a la clínica y 40 pasos, más o menos, a la oficina o al pequeño cubículo donde nos hacían entrevistas o interrogatorios diarios.

Puedo decir que los interrogatorios no eran con grosería ni nada, sino con mucho respeto. Cuando llegaba, casi nunca me mantenían esposado, sino que me quitaban las bridas plásticas en señal de confianza. A veces me las dejaban muy socadas (apretadas). Entonces, yo le pedía al oficial que me interrogaba que me las aflojaran y lo hacían. Tenían esas consideraciones. 

¿Pero sí había un trato diferenciado entre todos los presos políticos?

Yo nada más doy fe de cómo me trataron a mí y a los que estuvieron conmigo. Yo estuve con Arturo Cruz y José Adán Aguerri, primero, como dos meses y medio. La mayor parte de mi tiempo, la pasé con Víctor Hugo Tinoco; cuatro días con Hugo Torres y, al final del tiempo que estuve en El Chipote, casi como 15 días o tres semanas, con José Adán Aguerri de nuevo.

En todo el tiempo que estuve en El Chipote, pasé solo cinco días en reclusión solitaria y la celda donde yo estaba, que era más cómoda, era mucho más aislada, no podía ver nada hacia afuera, era encerrada completamente. No podía ver pasar a la gente a menos que abrieran la ventanilla. No podía comunicarme. En las celdas de los pasillos, donde estaba la mayoría de los prisioneros, sí podían verse a través de los barrotes y podían hacerse señas y pasarse información. Por supuesto que no abiertamente, sino que de cierta manera privada. 

Otro tema muy presente en el libro es la amistad que hizo con su compañero de celda, Víctor Hugo Tinoco, quien en el pasado fue su adversario ideológico. Él del Frente Sandinista, usted de la Resistencia Nicaragüense. ¿Qué reflexión hace de esta relación inesperada? 

Cuando yo vi entrar a Víctor Hugo, estaba desesperado porque estaba en reclusión solitaria. Fueron tres días, que no es nada comparado con lo que estuvieron otros, pero yo soy un poco nervioso y yo me alegré al ver a alguien.

Lo vi alto, con barba, y le dije posteriormente que me parecía haber visto un Cristo de pueblo. Víctor Hugo y yo hablábamos de todo, no creas que evitábamos temas políticos, no discutíamos nada. Él me contó de toda su vida como guerrillero, y yo (a él la mía) como opositor al régimen en que él estaba, el régimen de los ochenta, de los sandinistas.

Y había algunas cosas que le sorprendían a él. Por ejemplo, la historia de la censura. Él ni se enteraba de qué era lo que estaba censurando la Dirección de Medios de Comunicación. Yo no se las decía en señal de reproche, sino en señal de reflexión.

Él me contó cuando se tomó El Sauce, en tiempos de la insurrección final contra Somoza. Pero nunca tuvimos una discusión de carácter político ideológico, y coincidimos en que la salida de Nicaragua es a través de un proceso electoral, elecciones libres y democráticas, y en plena libertad. No me sorprendió tener una buena relación con Víctor, para nada. Tal vez sorprendió a otros que lo mandaron ahí creyendo que iba a ser una relación tensa, porque él venía del MRS (de izquierda) y yo de Ciudadanos por la Libertad (de derecha).

El destierro 

¿Cómo fue el momento en que usted se entera de que lo van a mandar a Estados Unidos sin retorno? ¿Qué es lo que más recuerda de ese vuelo de los 222? 

A mí me habían mandado a mi casa por mi deterioro físico. Entré pesando 194 libras y llegué a mi casa pesando 150 libras y con problemas de la próstata muy severos. El 8 de febrero de 2022, llega un oficial de alto rango y le dice a Martha Lucía, mi esposa, que me van a llevar a una entrevista. Yo pensaba que iba a una entrevista con la pareja monárquica (Daniel Ortega y Rosario Murillo) y que, después de un show mediático, me iban a poner en libertad.

Estuve nublado en mi razón, en mi esperanza, cuando me dijeron que llevara los medicamentos que estaba tomando, entonces dije: “Ah, pues esto no es una entrevista de dos horas, es una entrevista larguísima”. En el camino me di cuenta que no iba para la Casa Presidencial o la Casa de los Pueblos, o a los juzgados. Nos llevaron al aeropuerto. Yo ya tenía una predisposición mental de que, si nos ponían en la disyuntiva de: "Te quedás o te vas", yo tenía que decir: "Me voy", y eso fue lo que hice. Yo firmé inmediatamente.

En el avión vimos gente que no habíamos visto, pero que sabíamos que estábamos presos juntos. Nos abrazamos. El momento más lindo que tuve en el avión, fue cuando corría sobre la pista del aeropuerto y cantamos con devoción y a una sola voz el Himno Nacional de Nicaragua. 

Me senté con mi hermana Cristiana y con mi primo Juan Lorenzo, y vino una de las muchachas de la comisión del Departamento de Estado y nos tomó una fotografía e inmediatamente le dio send (enviar) cuando el avión despegó. Esa foto fue la que circuló y se volvió viral en el mundo. Y con esa foto fue que mi esposa se dio cuenta que me había ido, porque aparezco con la misma camisa con la que salí de la casa.

¿Hubo algún incidente previo al despegue del avión? 

Mi primo Noel Vidaurre tuvo una discusión. Él le dijo al jefe de la operación, por parte del Departamento de Estado, que si había posibilidades de quedarse en el régimen de arresto domiciliario en el cual estaba. Le respondieron que no sabían, pero que iban a consultar a través de un funcionario de la embajada de los Estados Unidos de Managua, para que hiciera la consulta respectiva a la Cancillería y la Cancillería, obviamente, a El Carmen.

Pasó media hora y Noel Vidaurre no se montaba en el avión. Como no venía la respuesta, Noel dijo: "Dígale a la funcionaria que vuelva a probar", entonces la respuesta vino directa.

Uno de los oficiales de la DOEP lo agarró por el brazo y le dijo: “Usted va preso a La Modelo, va bajo arresto”. Noel se asusta y el funcionario norteamericano, lo agarra por el otro brazo y dice: “No, él se queda y está bajo la protección de los Estados Unidos de América”. Por supuesto que lo soltaron y se montó corriendo en el avión. Ese fue uno de los atrasos que tuvimos en la pista. Yo no me di cuenta en absoluto de lo que había pasado con monseñor Rolando Álvarez. Nunca lo vi en la pista. 

¿Qué lo motivó a escribir este libro y cómo fue el proceso? 

Me motivó contar la historia sin odio, como un periodista que soy. Y así les decía a los investigadores: "Yo soy periodista y, cuando salga, créanme que voy a escribir todo lo que pasó". Yo les advertía que nada era secreto, que todo iba a salir a la luz pública. Me motiva contar la historia con la pluma y con la visión que tiene un periodista objetivo, con profesionalismo, sin rencor, sin odio. 

Tuvo que pasar un año antes de que comenzara a escribir, para poderlo hacer relajado, tranquilo en mi escritorio, y lo más objetivo posible, para que la gente comprenda la realidad que yo viví. Yo no puedo dar fe por la realidad que vivieron otras personas, pero esa es la realidad mía, y que quede para la historia también.

Además, a mí me acusaron de tres cosas diferentes. Primero, me detienen por violación a la Ley 1055 y, como no encuentran nada, me meten lo de la Fundación, y al final me declaran traidor a la patria.

Yo esperaba salvarme de ese estigma, porque cuando estaba en la prisión una de las cosas que más le había dolido a mi padre, del cual me acordé muchísimo en el tiempo que fui preso, era que lo habían declarado traidor a la patria porque él, entre comillas, invadió su propio país en una expedición revolucionaria aerotransportada de Olama y Mollejones. Y por cosas infinitamente menores a la gente en Nicaragua los han condenado (ahora) por traición a la patria.

En el libro justamente usted menciona la repetición de la historia, cómo su padre estuvo preso y también padres, abuelos de otros presos políticos que también estuvieron presos juntos, y por eso el nombre, Destinos Heredados. ¿Cuál es esa lección de vida que le deja esta repetición en el destino de los nicaragüenses? 

La idea del nombre viene porque me encontré con que el padre de Arturo Cruz, mi primer compañero de celda, Arturo Cruz Porras, fue compañero de celda de mi padre en 1954. Después, me enteré de que el padre de Víctor Hugo también fue compañero de celda en otra de las “carceleadas” cuando Somoza, creo que fue en 1956 cuando mataron a Somoza García. Víctor Hugo me dio fe de que mi papá era sumamente generoso, compartía los alimentos, así como también nosotros lo hicimos con los otros presos políticos.

La lección de vida que me deja es que, si uno sigue la ideología, los principios, el legado de sus padres, a lo mejor encuentra el mismo destino que ellos. Tristemente, esa es la lección, porque la verdad es que yo nunca me vi preso, jamás. No pensaba que había cometido ningún delito, pues escribía con mucho cuidado para no ofender, como lo sigo haciendo ahora. Pero bueno, eso no es suficiente. Por una pregunta de lo más inocua: "¿Usted aceptaría ser candidato a la presidencia en caso de que su partido lo escogiera o lo proponga?", yo dije que sí, que claro que sí.

¿Se puede recordar sin guardar odio ni rencor? ¿Cómo lo logra? 

Por principio cristiano. No podemos vivir cargados de odio y también por un principio psicológico, pues el que no perdona y vive todo el tiempo enfurecido, se va a enfermar rápidamente. También, aquí (en Estados Unidos) tuvimos ayuda psicológica para superar el trauma de la cárcel, de la pérdida de la libertad. Pero lo más importante son los principios cristianos que nos legó mi padre y mi madre, que han sido sumamente cristianos. 

¿Cómo es la vida ahora en el exilio forzado en Maryland, y con las secuelas del encarcelamiento injusto? 

En libertad, pero añorando siempre nuestra patria, nuestro terruño, y siempre creyendo que fue una injusticia lo que hicieron con nosotros. Algún día habrá justicia. Yo, por lo menos, tengo a todos mis hijos en los Estados Unidos y eso me ayuda a sobrellevar la pena. Esperamos algún día, no muy lejano, regresar y poder abrazar a nuestros seres queridos que se quedaron allá y que también nos hacen mucha falta. 

Además de la gente que está leyendo este libro por entregas en La Prensa, ¿cómo lo podrán adquirir los lectores?

La Prensa está publicando el libro como una primicia para darle un poquito de visibilidad antes de su publicación oficial, como formato de libro Kindle para lectura, en Amazon. En eso estamos trabajando para que se publique en un par de meses. Se va a poder adquirir ya sea electrónicamente en Amazon, o bajo pedido.

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Redacción Confidencial

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Confidencial es un diario digital nicaragüense, de formato multimedia, fundado por Carlos F. Chamorro en junio de 1996. Inició como un semanario impreso y hoy es un medio de referencia regional con información, análisis, entrevistas, perfiles, reportajes e investigaciones sobre Nicaragua, informando desde el exilio por la persecución política de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

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