18 de abril 2025

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Quienes una vez pensaron que estas calles serían liberadas, se quedaron viendo cómo los bárbaros los acorralaban
Unos manifestantes nicaragüenses clavan pequeñas cruces, en una marcha en agosto de 2018, en honor a los asesinados durante las protestas de abril de ese año. // Foto: Archivo
De lejos ve aquel estadio de béisbol desde donde dispararon y recuerda los rostros de esos niños a quienes les negaron vivir. Sigue por la calle de la universidad y aunque han pasado varios años, todavía escucha los himnos, los cantos y luego las súplicas y los gritos de quienes caían alcanzados por los balazos. Anda lento por la avenida desierta de alegría, donde el bullicio del comercio callejero solo sirve de mampara para callar la empozada desgracia.
Yendo hacia la rotonda, se asoma para volver a ver aquellos árboles metálicos inolvidablemente derrumbados mientras cundía la celebración. Es mediodía y el sol funde toda esperanza. Vuelve a ver aquella Managua ensangrentada, de luto y llena de llanto. Siente que todavía la sangre no se ha secado, que los muertos siguen ahí tendidos en las calles, que el dolor permanece encharcado en las esquinas, pero las lágrimas ahora caen en silencio.
Mientras avanza, las aves de rapiña patrullan con sus garras afiladas buscando a sus futuras presas. Aquellos que estuvieron ahí, ya se han ido. Otros yacen sepultados y a muchos los mantienen en las cárceles enterrados vivos. Hoy en cada conversación se impone la razón refrenada de nunca más hablar sobre aquél fatídico abril. En cada silencio se escucha el grito desgarrador de la furia. En cada mueca se manifiesta la impotencia de expresarse.
Sigue caminando sin encontrar el norte porque su país se extravió en la locura. Piensa que toda aquella ilusión de esos días quedó en la calle acribillada. Se sienta en un banco y ve pasar solo rostros desconocidos, sospechosos, silenciosos y temerosos que tratan de olvidar a los muertos, pero cada día sus espíritus salen de los bosques, los volcanes y los lagos señalando a todas esas manos asesinas.
El aire calcinado del verano pesa como si fuera la mala conciencia de los poderosos. Concluye que ya no hay más salida que irse de este condenado país a como lo han hecho otros miles. Es mejor escapar y vivir que quedarse aquí y morir de tristeza. Es su último día repasando las memorias del lugar que lo vio nacer y jugar a la pelota con aquellos amigos de su infancia. Se le vienen los recuerdos de los rincones donde amó y donde sufrió por quienes se fueron antes de tiempo. De pronto no sabe por qué está llorando, por qué está existiendo, por qué está sintiendo todo esto si a su alrededor solo quedan seres sin alas ni sueños distraídos nada más en fingir sus triviales vidas en las redes sociales.
No cree volver nunca más. Los que han regresado con la frente en alto, han tenido que partir otra vez humillados. Y los pocos que se han quedado, están resignados a escabullirse en las sombras, a callarse y a volver a ver a otro lado cuando se dan los atropellos y desmanes.
La estampida del tiempo ha llegado veloz. Apura el paso porque es momento de la despedida. Es hora de escupir a Dios, mandar todo a la mierda y maldecir a diestra y siniestra. Quienes una vez pensaron que estas calles serían liberadas, se quedaron viendo cómo los bárbaros los acorralaban. Hoy él se convertirá en otro de los miles de ausentes de esta patria hasta que algún día retornen los vientos liberadores y paguen los culpables. Solo entonces podrá otra vez recorrer estas calles donde hoy no hay espacio para el llanto ni el adiós, donde solo quedan heridas abiertas y caminos desolados.
*El libro En abril yo seguía viva y otras historias verdaderas, de Arquímedes González, ofrece 21 relatos sobre los abusos y la represión en Nicaragua, para honrar la memoria de las víctimas y visibilizar el dolor de miles de nicaragüenses. Con autorización del autor, la Revista Niú publica la presentación del libro y una selección de tres relatos.
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Escritor y periodista nicaragüense. Exprofesor de la confiscada Universidad Centroamericana (UCA). Finalista y ganador de premios literarios como el Premio Centroamericano de Novela Rogelio Sinán. Ha publicado 17 libros, entre ellos “Como esperando abril” y “Atardecer en Venecia”.
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