21 de julio 2017
I. Rosa: “vengo a la plaza para mantener mi trabajo y porque tengo familia”
Rosa espera la señal para moverse de su lugar. Dirige su mirada hacia uno de sus superiores y espera la orden. Transcurren cinco minutos y nada. Observa cómo los demás ciudadanos, que están en la Plaza de la Fe, de Managua, por pura “devoción”, aligeran su paso a pesar de que el presidente Daniel Ortega no ha empezado su discurso. La celebración del 19 de julio, más parecido a una fiesta patronal en honor a Ortega, está apunto de aguarse por un temporal.
Rosa, quien trabaja en el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), se da por vencida cinco minutos más tarde. Su jefe no hizo ninguna señal y mientras más personas huyen del aguacero, ella saca una bolsa plástica de su pantalón y guarda su celular. Escucha a lo lejos que Ortega se despide y mientras él abandona su sitio, ella está parada junto a sus demás compañeros soportando la lluvia que “aguó” el discurso del presidente de Nicaragua.
“Llegué mojada a mi casa, pero pude ver los fuegos artificiales. Tardaron casi quince minutos. Pensé que nunca se iban a terminar… y los pleitos del final, eso fue un infierno”, confesó la mujer vía telefónica, luego de que el recorrido de su trabajo le diera un aventón a su casa.
Rosa, que trabaja desde hace cinco años en el INSS, siempre tiene que asistir a los actos del presidente Ortega. Una negativa puede significar un despido. Ausentarse por enfermedad no está contemplado salvo que “uno se ande muriendo, no vale diarrea o calentura”.
Ella dice que le debe mucho a su partido. Obtuvo su trabajo gracias a la recomendación de un líder sandinista que vive cerca de su casa. Dice que por eso tiene que aguantar las arbitrariedades de sus jefes. “Si a mí me dijeran que es opcional (ir a la plaza o cualquier otra actividad), quizás iría con todo gusto. Pero lo que se ganan exigiendo es que uno se aburra. Yo lo hago por mantener mi trabajo y porque tengo una familia que mantener, pero no es bonito estar a veces hasta las diez u once de la noche porque el jefe así lo quiere”, reflexiona.
Para este 19 de julio Rosa salió desde el medio día de su casa. Su pareja fue a dejarla a las oficinas centrales del INSS y luego, junto a sus demás compañeros, caminó hasta la plaza. Se asoleó y luego se mojó.
“Yo sé que otros compañeros estuvieron arriba. Pero ahí mejor no quiero opinar”, comenta la mujer.
II. Graciela: “tengo mi carrera, buen puesto, estoy feliz de celebrar con el comandante”
Graciela aceptó hablar con la condición de que no se escribiera su verdadero nombre. Ella trabaja en el Estado y se confiesa admiradora de Ortega. A sus 29 años asegura que, aunque no vivió ninguna etapa de la revolución, está contenta con todo lo que el presidente ha hecho en el país.
“Tengo mi carrera, tengo un buen puesto, y eso me hace feliz. Celebrar junto al presidente es bonito. Te dicen una hora específica y te llevan en un microbús. Te da un poco el sol, pero después bailas al son de las canciones y te sentís parte de todo”, dice Graciela a través de una llamada telefónica.
Graciela fue parte de las personas que estuvieron a la espalda de Ortega. Ella estuvo sentada y agitó sus manos al ritmo de las canciones testimoniales. Tuvo refrigerio las veces que fue necesario. Y cuando la lluvia empezó a ser más fuerte, salió del entarimado enflorado junto a los demás elegidos.
-¿Quién te pidió que estuvieras en ese sitio?
-Mi jefe. Fuimos varios compañeros, no solo yo, responde.
La llamada con Graciela no se prolonga. Se despide porque “está cansada”. Además que debe madrugar, pues planea pasar el día siguiente en la playa.
Ella forma parte de los centenares de jóvenes movilizados por órdenes de la vicepresidenta, Rosario Murillo, para seguir las coreografías también diseñadas por la poderosa esposa del Comandante. Estos jóvenes son el “ejército” forjado por Murillo, un nuevo “partido” que, según dijo el presidente Ortega en su breve discurso, es el “relevo de la revolución”. La Juventud Sandinista es un aparato centralizado que moviliza a decenas de miles de jóvenes que juran estar viviendo la segunda etapa de la revolución, pero aún está por verse si su fanatismo pasará una prueba de lealtad si se produjera un cambio en el régimen.
[destacado titulo="Una fiesta patronal"]
Los fuegos artificiales anuncian la llegada de Daniel Ortega y Rosario Murillo a la tarima principal. En la plaza las personas aplauden, gritan, bailan. Es una alegría total. “Hoy nos vamos temprano”, le dice una joven a su novio antes de besarlo.
Desde abajo, la coreografía de la Juventud Sandinista no se logra apreciar bien. Solo se ven muchas banderas y varias manos pidiendo “paz”. Las bocinas que están por toda la plaza suben el volumen. Las personas tratan de llegar hasta el perímetro de seguridad que rodea la tarima en la que está el presidente Ortega. Va a comenzar la celebración, más parecida a una fiesta patronal en la que el patrón a celebrar es el Comandante.
Este 19 de julio la plaza no está a reventar. Hay grandes huecos vacíos en medio del gran terreno. Algunos usan la sombra de un “Árbol de la vida” (creación de la vicepresidenta Rosario Murillo catalogado como derroche por sus críticos) para protegerse del sol. Otros hacen ruedas celebrando a “Daniel”.
Acercarse a la tarima principal, esta vez no fue difícil. “Me acuerdo que antes no lo podía ver así de cerca. Yo creo que es porque el lugar es más grande”, le dice una señora a su esposo, quien le responde “lo que pasa es que hoy la gente no vino, así que aprovechemos para verlo”.
En medio de la muchedumbre una madre y su hija intentan ver a Ortega, pero las banderas no permiten a la niña reconocer al mandatario. Un hombre sube a la menor en sus hombros. La niña ve a Ortega y se echa a llorar.
¿Por qué llora?, le pregunto a la mamá.
“Es que vio al presidente, nunca antes lo había visto”, responde.[/destacado]
[destacado titulo="Un mercado con mucho ruido"]
El otro escenario de la celebración del 38 aniversario de la revolución es la avenida Simón Bolívar, que parecía más un mercado. En lugar de tramos había varias tarimas adornadas con imágenes de Daniel Ortega y Rosario Murillo, como seres divinizados por los lugartenientes del régimen. Cada una tenía su propia atracción: rondallas de marimba, grupos musicales, bailes de danza árabe o tradicional. El exagerado volumen no permitía disfrutar ninguna de las atracciones que presentaban. Era una competencia para conocer quién dejaba más sordo a su visitante.
Rubén Ramírez es un militante sandinista que tiene 37 años. Los recuerdos que tiene sobre aquel 19 de julio de 1979 se los debe a su padre. “Y he seguido todo lo que él me enseñó y por eso apoyo al comandante”, aseguró con aplomo.
El tema de la construcción del Canal Interoceánico, una promesa incumplida que en los planes oficiales va a partir literalmente en dos a Nicaragua, no es tema trascendental en su vida. Si se materializa está bien, sino pues vendrán cosas mejores, dice.
Pablo Roberto Mercado caminó con toda su familia por la avenida Bolívar. Admira al Comandante, aunque desconoce que el Gobierno ha comenzado a cobrar por sus programas sociales. “Él (Ortega) ha hecho mucho por este pueblo, tantas obras y proyectos”, afirma. “No sé si vayan a construir el Canal pero es lo de menos”, responde. “No sabía que estaban cobrando por los programas sociales, ese Plan Techo y el otro”, dice.
La mayoría de ciudadanos que han venido esta tarde a la plaza coinciden en que el aniversario de la revolución es una verdadera fiesta que permite hacer de todo. Varios caminan con su lata de cerveza en la mano. Otros con termos en los que llevan ron, hielo, gaseosas y vasos.
Los caminantes no tienen tiempo para entrevistas. Y cuando se les pregunta por las promesas no cumplidas del gobernante, dicen que “si no es hoy, pronto va a ser”.
Connie Obando celebra la “liberación de Nicaragua” del dictador. A ella no le interesa si el sonido de la música de las tarimas está tan alto que parece hacer estallar los oidos. “Es un día de alegría, qué importa”. Para ella no es problema que algunos programas sociales ya no sean gratis. “Es un precio simbólico el que ahora cobran, todos tienen para darlos”, dice mientras una de sus hermanas la toma del brazo para que sigan caminando.[/destacado]
[destacado titulo="La lluvia “aguó” la fiesta del Comandante"]
Ortega toma la palabra en medio de la marcha de muchos de sus “simpatizantes”. La amenaza de lluvia estaba dejando la plaza vacía poco a poco. Solo prevalecían los trabajadores del Estado y los grupos de personas que seguían tomando alcohol y brindando por el presidente.
El discurso no tuvo el poder de hacer que la gente se quedara escuchando. La lluvia cada vez era más fuerte y el volumen de los parlantes subió a su máximo nivel. “Bendita lluvia”, dijo Daniel y las personas celebraron el grito.
La música sandinista irrumpió en los parlantes y así dio por finalizado el comandante su discurso de 17 minutos. De nuevo fuegos artificiales.
¿Qué te pareció el discurso del presidente?, pregunto a varios asistentes.
“Magnífico, me encantó. Todo lo que dijo es verdad, para que lo escuche el imperialismo”, responde Pedro Lacayo Solís, quien resta importancia a la omisión que hizo Ortega sobre los temas de fondo que afectan el país como la crisis del INSS o las las elecciones municipales sin transparencia.
“La lluvia vino a empañar un poco todo. No habló nada de eso, pero no importa”, justifica Lacayo Solís.
Jacobo Castillo dice que el discurso de Ortega fue acertado. “Me gustó lo sincero que fue, que promete las cosas y las cumple”, asegura.
“Lo que más me gustó del discurso es que somos libres, la paz, la alegría y que no somos torturados”, dice Ivette Medina.
A las seis de la tarde la lluvia era más fuerte. Y en los parlantes de las tarimas volvió a sonar música testimonial. Se activaron los grupos musicales. Algunos se quedaron bailando, otros continuaron su camino. El mercado en que se convirtió la avenida Bolívar poco a poco se fue quedando sin gente. El aguacero “aguó” la fiesta a Ortega y sus fieles.[/destacado]