15 de septiembre 2024
A propósito de la existencia del centro de espionaje en la base militar de Mokorón y del centro de entrenamiento militar ruso para según el dictador Daniel Ortega “enfrentar mejor al narcotráfico, al crimen organizado, […] a los golpistas […] y a los terroristas”, me ha sido inevitable no pensar en la película “La vida de los otros”, cuyo estreno en 2006, coincidió con el regreso al poder del autócrata sandinista.
La temática de “La vida de los otros”, que ganó decenas de premios en los festivales de cines más importantes de la industria, incluyendo el Oscar que ganó al año siguiente bajo la categoría de “Mejor Película Extranjera”— trata sobre el espionaje que la Stasi (la policía secreta de la Alemania Oriental en la Guerra Fría) practicaba no solo dentro de la población civil sino también dentro de sus mismas filas.
¿Qué tienen en común un operador de alto rango de la Stasi, un ministro de Cultura, un dramaturgo y una actriz de teatro? En un sistema de control absoluto de poder que pone a sus ciudadanos unos contra otros, de cuyas denuncias casi siempre sale un “traidor” y un “defensor”, quien recibe este último, un “premio” por defender a la patria (un empleo, un cupo en una universidad, un carro, etc.), porque eso de acceder a mejores privilegios y prebendas de otro tipo están reservadas solo para los altos mandos del partido, las vidas de estos personajes, como las del resto de la población, son parte de ese entramado corrosivo que un día llevó por nombre las siglas RDA: República Democrática Alemana.
En esa RDA en donde el que cuestiona el solo movimiento de las hojas de las hayas es llevado a las instalaciones de la Stasi para ser interrogado hasta la saciedad por uno de sus 100 000 agentes—que reciben información de sus 174,000 informantes, ocurre esta triste historia cuya principal víctima le ha tocado el turno al mundo de la cultura, más en concreto, a los protagonistas y demás personajes secundarios que mantienen a flote la vida teatral de un país deprimido por la escasez económica y la falta de libertades.
La trama de “La vida de los otros”
Un Ministro de Cultura (Bruno Hempf) le ordena a un capitán de la Stasi (Gerd Wiesler) que instale un equipo de vigilancia en el apartamento del escritor y dramaturgo (Georg Dreyman) por sospechar que este es un enemigo del Gobierno. Pero ya en pleno ejercicio de su trabajo (con cámaras y micrófonos instalados dentro del apartamento en cuestión, que se comunican con una pequeña estación oculta en el mismo edificio) Wiesler—un convencido y fiel defensor de ese proyecto de poder monolítico, sufre una terrible desilusión. Wiesler se da cuenta que los motivos reales de la encomienda de Hempf no tienen nada que ver con la política. Sus razones son más bien románticas: está interesado en la pareja sentimental de Dreyman, la actriz de teatro Christa-María Sieland—y anda en busca de cualquier cosa comprometedora para sacarlo de su camino.
En ese momento Wiesler se da cuenta que el sistema al que él ha servido por tanto tiempo no es más que un sistema clientelista económico para sus bases, y por ende, corrupto (mientras su propaganda ideológica divulga la igualdad de clases) y lo que es peor, comprende que la vigilancia política está corroyendo los tejidos más profundos de la sociedad: la familia y las relaciones humanas.
Entonces decide ocultarles a sus superiores y al mismo Hempf las andanzas antigubernamentales de los colegas de teatro de Dreyman y de este mismo quien, entre otras cosas, publica un artículo bajo anonimato sobre las altas tasas de suicidio que hay en el país (la vida bajo vigilancia constante se ha vuelto insoportable), y que hasta ese entonces eran escondidas por las autoridades. Ante un ojo y una oreja giratoria que todo lo ve y lo escucha, el “delito” de Wiesler es descubierto. El castigo, que durará hasta el fin de la caída del telón de acero en 1989, no tarda en llegarle.
Como un esfuerzo por preservar la memoria histórica de esa etapa tenebrosa del Sozialismus dictatorial y sus apéndices, en Berlín se ha abierto el Museo del Espía Alemán (Deutschen Spionagemuseums) en donde sus visitantes pueden hacer un recorrido de la historia del espionaje desde sus tempranos inicios (muchísimo antes del tumultuoso siglo XX) hasta llegar a los métodos utilizados por la RDA, la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas y demás países satélites de la “Cortina de Hierro”.
De vuelta Nicaragua
Esta historia, como las miles que fueron saliendo a la luz del día con la caída del Muro de Berlín, recuerda mucho a lo que los nicaragüenses dentro de Nicaragua viven bajo la dictadura. El ejemplo más reciente de este pan de cada día que viven los nicaragüenses es el caso del grupo de WhatsApp “La Comuna”, conformado por el hijo del fundador del F.S.L.N., Carlos Fonseca Terán y otros ocho integrantes —todos simpatizantes del partido quienes, a excepción de Fonseca Terán— han sido encarcelados por “robo al erario público” en esos mismos calabozos que ellos mismos seguramente, en algún momento, pidieron o estuvieron de acuerdo a que fuese enviado cualquier “traidor a la patria”.
Para aquel que piense que la situación ha llegado a un punto límite, la pareja de dictadores ha ordenado un paquete de leyes que le exigen a las compañías telefónicas que entreguen información sobre llamadas, mensajes de texto y de voz y de geolocalización de cualquier número telefónico. Las comparaciones que hiciera el papa Francisco entre la dictadura Ortega-Murillo con las dictaduras del nazismo y la del 17 (en referencia a la Revolución de Octubre en 1917 en Rusia que desembocaría en el régimen de terror del estalinismo), calan hoy más que nunca.
En su artículo, “¿De qué se nutre la tiranía?”, el ya fallecido sociólogo e investigador nicaragüense, José Luis Rocha, responde: “Vive de todos. […]. Vive de los impuestos que te perdonaron, los contratos que te adjudicaron y las cuotas de carne que en el mercado venezolano te otorgaron. […] Vive de los crímenes que justificaste a quien pagó puntualmente el diezmo […]. Del discurso servil y el silencio cómplice” ….
A menudo, yo me pregunto: ¿cómo caerá esta tiranía? Y a veces la respuesta la encuentro en lo que en gramática se conoce como “la voz pasiva” que se construye con la “se impersonal” y que a menudo se centra en la acción (el verbo) sin identificar al agente (el sujeto) que realiza esa acción. La omisión de ese sujeto es porque simple y sencillamente no es relevante.
Usamos “la voz pasiva” cuando escribimos: “En 1989 se cayó el Muro de Berlín”. Pero, ¿quién derrumbó ese muro? Poco importa. La cosa es que se cayó y que lo más importante (desde el punto de vista estético) las mujeres del Bloque del Este se dieron cuenta de inmediato que ese peinado rizado (“el permanente”) hace siglos que había dejado de estar de moda y se pusieron manos a la obra para deshacerse de él.
Usamos también la voz pasiva cuando decimos: “Las hojas de los arces se mecían toda la noche”. Pero, ¿y quien las mecía, el viento, algún fantasma de la oscuridad?” Poco importa. La cosa es que esa mecedera de árboles me trajo una corriente de aire que tanto necesitaba.
Es muy posible que una acción o la suma de miles de acciones (sin la necesidad de un agente) es la que va a hacer caer a la dictadura. En un país como Nicaragua cuyos ciudadanos seguimos llevando en nuestro ADN el gen del autoritarismo, en donde todos quieren aparecer en las portadas de los periódicos como los protagonistas, salvadores y libertadores de los nicaragüenses de esta última dictadura para luego decir: ¡Yo fui el que te liberé, a mí es a quien debés tu libertad!”—es quizás lo que mejor le conviene a nuestro país en estos momentos.Dejar que la dictadura se caiga por sí sola… Aunque en realidad sabemos que en el fondo, sí hay un agente detrás empujando esta acción: la misma represión y vigilancia que ejerce la dictadura entre sus propias filas—que valga decir de paso, no aparecerán en portadas de revistas y periódicos de medio mundo por carecer de un rostro. Y esto, nos va a hacer un enorme favor.