19 de agosto 2021
En estos días somos testigos de una paradoja reveladora: la negociación entre el Gobierno de Nicolás Maduro y una representación amplia de la oposición venezolana, en México, hecho central de la política latinoamericana contemporánea, está recibiendo una cobertura limitada u opaca, sobre todo en medios bolivarianos. La parquedad informativa refleja que la negociación genera malestar en los poderes de ese bloque geopolítico.
Lo primero que habría que hacer en una cobertura equilibrada, como han hecho pocos medios de la izquierda regional, es mencionar todos los nombres de los involucrados. De la parte del Gobierno de Nicolás Maduro intervienen el actual presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez, el gobernador del estado de Miranda, Héctor Rodríguez Castro, y el hijo del presidente, Nicolasito Maduro Guerra.
Por el lado de la oposición, una representación amplia de la alianza que preside Juan Guaidó, encabezada por Gerardo Blyde, reúne a delegados de Acción Democrática, como Luis Aquiles Moreno, de Primero Justicia, como Tomás Guanipa, de Voluntad Popular, como Carlos Vecchio, de Nuevo Tiempo, como Luis Emilio Rondón, de Copei, como Roberto Enríquez, de La Causa R, como Mariela Magallanes, además de Stalin González, enviado del dos veces candidato presidencial Henrique Capriles Radonski.
La forma en que ha sido planteada la negociación no podría ser más prometedora y factible, si existe voluntad política de ambas partes. Lo que se negocia es, en esencia, garantías de procesos electorales imparciales e internacionalmente acreditables, a partir de las próximas elecciones regionales de noviembre de 2021, a cambio de una revocación de sanciones internacionales contra funcionarios y el Gobierno mismo de Nicolás Maduro.
Como toda negociación entre polos políticos enfrentados, el acuerdo, para llegar a buen puerto, debe resistir la presión de las bases extremistas de cada lado. El sector más intransigente de la oposición y el exilio venezolanos, que sostiene que no hay nada que hablar con Maduro y apuesta al colapso expedito de su régimen, con apoyo de Estados Unidos, es uno de esos actores. El otro proviene de la corriente más autoritaria del gobierno madurista y sus aliados en el bloque bolivariano que, en los últimos años, han probado que aspiran a una Venezuela monolítica, sin oposición interna, como evidencia el hecho de que tantos líderes antimaduristas estén inhabilitados, procesados o exiliados.
El acompañamiento internacional del proceso de negociación está geopolíticamente bien repartido: el mediador es Noruega; Rusia y Holanda participan como oyentes en la mesa; Estados Unidos, Alemania, Canadá, Bolivia y Turquía son “amigos” de cada lado y México es la sede. Una negociación así es posible en Venezuela, pero su éxito depende del verdadero compromiso de ambas partes con una salida democrática y soberana para un conflicto tan largo y costoso.
*Artículo publicado originalmente en La Razón.