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Vargas Llosa: Liberalismo y revolución

Lo primero que habría que recordar es que el escrito peruano se autodefinió como socialista durante mucho tiempo

Vista de varias portadas de diarios peruanos que destacan la muerte del escritor Mario Vargas LLosa, en Lima. // Foto: EFE/Paula Bayarte

Rafael Rojas

21 de abril 2025

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Se ha repetido hasta la saciedad en estos días que el escritor peruano Mario Vargas Llosa, recientemente fallecido, fue un intelectual liberal. El adjetivo no basta, sobre todo en un mundo cada vez más lejos de la Guerra Fría, cuando era posible, aunque también insuficiente o equívoco, singularizar las ideologías de los intelectuales públicos con denominaciones como “socialista” o “liberal”, como si se tratase de gentilicios.

Lo primero que habría que recordar es que Mario Vargas Llosa se autodefinió como socialista durante mucho tiempo. Sus ideas políticas habían surgido en Lima, durante la dictadura de Manuel Arturo Odría, a mediados de los 50, cuando siendo estudiante en la Universidad de San Marcos se acercó al Grupo Cahuide, nombre del guerrero inca que se enfrentó a la conquista española en el siglo XVI, que servía de alias al ilegalizado partido comunista peruano.

Luego, cuando se trasladó a Madrid y París, entre fines de los 50 y principios de los 60, la biografía política de Mario Vargas Llosa se confunde con la de toda la intelectualidad latinoamericana involucrada en la Revolución cubana. Durante toda la década de los 60, Vargas Llosa estuvo estrechamente vinculado al proceso revolucionario cubano y hasta 1971 fue miembro del núcleo editorial de la revista Casa de las Américas. En aquellos años, aunque cuestionara decisiones del Gobierno cubano o de Fidel Castro, como el apoyo a la invasión soviética de Checoslovaquia o las UMAP, siempre se identificó como socialista.

Siguió identificándose así en los años 70, a pesar de su renuncia a Casa de las Américas y su oposición al arresto y confesión pública del poeta Heberto Padilla. A pesar, también, de su involucramiento en el proyecto de la revista Libre, en París, donde se cuestionó la homofobia, la censura y el dogmatismo que avanzaron en Cuba después del primer Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971, y donde también se defendió a los Gobiernos de Salvador Allende en Chile y Juan Velasco Alvarado en Perú. De hecho, es muy probable que Mario Vargas Llosa se presentara como socialista todavía después de haber leído a Hayek y Popper y entrado en contacto con la obra de Milton Friedman, en un viaje de éste a Lima, en 1979, donde entonces residía el escritor peruano.

En su correspondencia con su gran amigo, el intelectual uruguayo, también orgullosamente socialista, Ángel Rama, es legible esa proyección ideológica. El diálogo entre Rama y Vargas Llosa se mantuvo hasta la muerte del primero en el conocido desastre aéreo de 1983, en Madrid. Las últimas cartas entre ambos, cuando Mario Vargas Llosa era becario en el Wilson Center de Washington, revelan el entusiasmo muto del uruguayo con la novela La guerra del fin del mundo (1981) del peruano y de éste con el gran ensayo La ciudad letrada (1984), que prologaría en su publicación póstuma por Ediciones del Norte.

De aquella estancia en el Wilson Center, que coincidió con los Gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher, Mario Vargas Llosa salió adscrito al neoliberalismo, una orientación que utilizaría como plataforma doctrinaria en su campaña presidencial de 1989 y 1990, en Perú, frente a Alberto Fujimori. Esa identidad neoliberal sería públicamente asumida por Vargas Llosa durante los años 90 y 2000. Pero cabría preguntarse si se mantuvo intacta durante sus últimas décadas de vida.

En todo caso, la adjetivación de Mario Vargas Llosa como liberal tendría que ser una que permita comprender por qué en algunos de sus últimos proyectos de ficción, como La fiesta del chivo (2000), El paraíso en la otra esquina (2003), El sueño del celta (2010) y Tiempos recios (2019), se activa un imaginario favorable a las revoluciones, las utopías y la descolonización y contrario a las dictaduras, la homofobia y el racismo. Los héroes de esas novelas (las hermanas Mirabal, Flora Tristán, Roger Casement y Jacobo Arbenz) eran todos revolucionarios.

*Este artículo se publicó originalmente en La Razón de México.

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Rafael Rojas

Rafael Rojas

Historiador y ensayista cubano, residente en México. Es licenciado en Filosofía y doctor en Historia. Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) de la Ciudad de México y profesor visitante en las universidades de Princeton, Yale, Columbia y Austin. Es autor de más de veinte libros sobre América Latina, México y Cuba.

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