7 de octubre 2024
Se acaba de producir en México la asunción de la nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, primera mujer en ocupar el cargo. Pero su mandato comienza bajo la larga sombra de su predecesor (y patrón) Andrés Manuel López Obrador, cuya influencia no tiene visos de disminuir en lo inmediato.
En junio de 2006, un mes antes de la elección nacional de ese año en México, escribí un ensayo sobre la candidatura de López Obrador (o AMLO como se lo suele llamar) titulado «El mesías tropical». Fue, sobre todo, un retrato psicológico de un hombre en el que se contrarrestaban una auténtica vocación de servicio con un apetito insaciable de poder.
Resalté allí el carácter desmesurado de AMLO, el total desinterés por el mundo exterior, la ignorancia de la economía y de la empresa, el desdén por la ley, el dogmatismo ideológico y el autoritarismo político. Se trataba de un hombre sin vínculos con la tradición democrática liberal de México y con su tradición socialista. Una figura tiránica y egocéntrica.
Terminé el ensayo señalando la peligrosa convergencia de dos de sus obsesiones: equipararse (bastante en serio) con Jesucristo y alardear de la desenfrenada naturaleza «tropical» del poder en Tabasco, su estado natal en el sudeste de México. Su triunfo me pareció inminente, y por eso advertí que si sucedía, «México habrá perdido años irrecuperables».
AMLO perdió esa elección y la siguiente, en 2012. Pero ganó en 2018 y gobernó seis años, hasta el 30 de septiembre; dejó tras de sí un legado destructivo, aunque habrá muchos en México que no lo vean así.
Como resultado de estas políticas de austeridad (tan neoliberales como las que más), 500 000 personas debieron renunciar a cirugías necesarias, quince millones de recetas quedaron insatisfechas (cinco veces más que bajo el gobierno anterior) y se suspendió alrededor del 97% de la atención oncológica. La cantidad de personas sin acceso a servicios de salud creció de 20.1 millones en 2018 a 50.4 millones en 2022. Además, durante la presidencia de AMLO, más de seis millones de niños no se vacunaron por escasez de dosis. Y su deficiente manejo de la pandemia de COVID‑19 provocó 224 000 muertes.
Además de conferir al ejército un poder considerable, AMLO desmanteló instituciones democráticas y mecanismos de rendición de cuentas. Su último blanco fue el sistema judicial de México. Una ley aprobada durante los últimos días de su gobierno estipula la destitución de miles de jueces (incluidos los de la Suprema Corte) para su reemplazo por elección popular. Esta reforma politizará el poder judicial, erosionará la separación de poderes y pondrá en peligro dos siglos de gobierno republicano. Pero quizás el legado más insidioso de AMLO sea el odio y la polarización que ha generado en la sociedad mexicana.
A pesar de todo el daño que causó, AMLO sigue siendo tan popular al terminar su mandato como al principio. Una razón es la influencia del presidente sobre la verdad percibida: bajo un disfraz de transparencia, AMLO usó sus informes diarios televisados (las «mañaneras») para promover su agenda y difamar a sus críticos. El silencio y la autocensura de los principales medios de comunicación han contribuido a la casi total captura estatal del entorno informativo.
Otro factor importante por el que AMLO mantiene su popularidad es la distribución de dinero a decenas de millones de hogares a través de la red comunitaria «Servidores de la Nación», cuyo funcionamiento es similar al de los Comités de Defensa de la Revolución en Cuba. Una servidumbre voluntaria que afecta a más de la mitad de los votantes mexicanos.
Pero la propaganda oficial no podrá ocultar para siempre las fechorías de AMLO; y las transferencias de efectivo no son una solución sostenible al problema de la pobreza, menos aún cuando van de la mano de la obediencia política. Tarde o temprano, los fieles de AMLO tendrán un doloroso despertar a la realidad. Quizá entonces entiendan lo que los cubanos y venezolanos saben demasiado bien: los líderes mesiánicos prometen el reino de Dios en la Tierra, pero el resultado final siempre es hambre, miseria, opresión y exilio.
Aunque la asunción de Sheinbaum es en sí misma un hito (sobre todo en México, un país sexista con un largo historial de feminicidios), la nueva presidenta apenas ha dado señales de independencia respecto de su mentor. Quizá intente preservar el orden republicano e impedir la destrucción del poder judicial. Quizá diga la verdad de lo sucedido. Quizá comience un arduo y largo proceso de reconstrucción.
Pero si no lo hace, México seguirá perdiendo años y, no menos importante, el lugar modesto pero honroso que hasta hace poco ocupaba entre los países democráticos.
*Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.