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Ucrania y Gaza: Multilateralismo o fracaso

En Ucrania y Gaza se usa a los civiles como carne de cañón y se distorsiona el derecho a la autodefensa para justificar actos de represalia y venganza

Sede de la ONU en Nueva York.

Vista exterior de la sede de la ONU en Nueva York, EE. UU. // Foto: EFE/Peter Foley

Mohamed ElBaradei

27 de noviembre 2024

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A mis 82 años, he vivido innumerables convulsiones políticas y sociales, las suficientes como para acostumbrarme a los ciclos recurrentes de la historia. Pero los últimos acontecimientos me han dejado profundamente conmocionado y atemorizado. Los principios básicos del derecho internacional, establecidos tras la Segunda Guerra Mundial, están siendo flagrantemente socavados. La prohibición de adquirir territorios por la fuerza, la obligación de proteger a los civiles durante los conflictos, las limitaciones del derecho de legítima defensa y el mandato del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de “mantener la paz y la seguridad internacionales” se están desmoronando, con escasa consideración por las consecuencias.

En Ucrania y Gaza, la ocupación se ha convertido en un arma para resolver disputas. A los civiles se los utiliza como carne de cañón y se distorsiona el derecho a la autodefensa para justificar actos de represalia y venganza —en Gaza, estas acciones rozan el genocidio—. Mientras tanto, Estados Unidos y Rusia abusan sistemáticamente de su poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, reduciéndolo a un órgano sin poder, incapaz de reclamar un alto el fuego en ninguno de los dos conflictos. En medio de esta agitación geopolítica, las ejecuciones extrajudiciales, antes condenadas universalmente, se celebran como triunfos.

Esta ruptura refleja la rápida transformación del sistema de seguridad multilateral en un orden multipolar dominado por tres grandes potencias, cada una centrada específicamente en proteger sus intereses y en ampliar su esfera de influencia, dejando al resto del mundo cada vez más inseguro. En el panorama mundial actual, la regla cardinal parece ser: con suficiente poder, los Gobiernos pueden salirse con la suya.

La erosión de las reglas y normas internacionales se ve agravada por un doble rasero evidente. El apoyo incondicional de las potencias occidentales a las acciones de Israel en Gaza y el Líbano —justificado, repetidamente, con el estribillo de que “Israel tiene derecho a defenderse”— contrasta marcadamente con las duras sanciones económicas impuestas a Rusia. Es cierto que Rusia inició la guerra en Ucrania, al igual que Hamas lo hizo en Gaza, pero las violaciones del derecho internacional por parte de Israel han sido tan numerosas y atroces que ha asumido, de hecho, el papel de agresor.


Este doble rasero se ha sentido con particular intensidad en todo el mundo en desarrollo, donde la percepción común es que el compromiso de las grandes democracias con los derechos humanos termina en sus propias fronteras. En consecuencia, una profunda sensación de injusticia e hipocresía ha intensificado la desconfianza de larga data entre el Norte y el Sur Global.

Lo alarmante es que las tensiones geopolíticas se están profundizando en tanto la humanidad lidia con tres amenazas existenciales que exigen de una cooperación internacional estrecha: el cambio climático, la carrera armamentista nuclear y el auge de la inteligencia artificial.

La crisis climática ya ha escalado hasta convertirse en una catástrofe ambiental declarada, caracterizada por tormentas, inundaciones, sequías e incendios forestales cada vez más frecuentes y severos. Sin recortes drásticos de las emisiones de gases de efecto invernadero, se proyecta que el calentamiento global superará el umbral de 2°C fijados por el acuerdo climático de París de 2015 y que alcanzará 3°C para fin de siglo. Sin embargo, la comunidad internacional es incapaz de acordar sobre las acciones y la financiación necesarias para evitar el desastre. Se espera que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, que se retiró del acuerdo de París durante su primer mandato, vuelva a hacer lo mismo, poniendo en peligro el progreso hacia una acción climática eficaz.

De la misma manera, los esfuerzos por mitigar la amenaza nuclear han retrocedido hasta convertirse en una frenética carrera armamentista. En marcado contraste con la afirmación de Ronald Reagan y Mijail Gorbachov de que “una guerra nuclear no se puede ganar y nunca debe librarse”, algunos Estados con armamentos nucleares hoy hacen alarde, abiertamente, de sus arsenales. Rusia, por ejemplo, ha amenazado repetidamente con desplegar armas nucleares tácticas en Ucrania. A estos peligros se suma el hecho de que el Nuevo Tratado START —el último acuerdo que queda en pie para regular los arsenales de las dos mayores potencias nucleares del mundo— expirará a principios de 2026.

Al igual que en el caso del poder nuclear, abordar los riesgos que plantea la IA exige una supervisión y colaboración a nivel global. Pero, en el clima de confrontación y política de riesgo de hoy, es altamente improbable que se produzca una cooperación significativa entre Estados Unidos, China y Rusia.

La creciente desigualdad, tanto entre países como al interior de ellos, es otro motor importante de inestabilidad global. Las disparidades económicas, sumadas a la creciente desconfianza pública de las élites, han alimentado el auge reciente del populismo. Esto es particularmente preocupante, ya que la historia ha demostrado que una desigualdad fuera de control crea un terreno fértil para el ascenso de líderes autoritarios y fascistas.

Hace falta una nueva mentalidad con urgencia. A falta de un orden de seguridad efectivo e inclusivo, la carrera armamentista global se intensificará, aumentando la probabilidad de una guerra nuclear. El aislacionismo y las guerras comerciales, que sofocarán el crecimiento económico y sustituirán el Estado de derecho por el Gobierno por la fuerza, no son la respuesta. Por el contrario, los Gobiernos deben reconocer que la única salida es a través de la cooperación y el compromiso.

También es necesario reconocer que la globalización, si bien no está exenta de defectos, aporta grandes beneficios. Frente a los desafíos monumentales de hoy, podemos trabajar para garantizar la libertad y la seguridad para todos o mirar cómo el mundo se hunde en el caos. Para quienes tachen esto de idealismo ilusorio, he aquí un realismo contundente: sin un compromiso renovado con la libertad, la igualdad, la dignidad humana y la solidaridad, nos enfrentamos a la perspectiva muy real de una ruina colectiva.

*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.

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Mohamed ElBaradei

Mohamed ElBaradei

Exvicepresidente de Egipto. Director general emérito del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Recibió el Premio Nobel de la Paz en 2005, conjuntamente con el OIEA.

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