19 de noviembre 2024
El 20 de enero comenzará el segundo mandato de Donald Trump. Ya se han planteado numerosos interrogantes sobre cómo gobernará, en qué temas incidirá y cuán racional o rupturista será, tanto en política interna como en la agenda internacional, unas cuestiones perfectamente trasladables a la relación entre EE. UU. y América Latina. Si bien la región no está entre las máximas prioridades de la nueva Administración, desde la perspectiva latinoamericana es una cuestión esencial para su futuro.
Sería preciso conocer cómo el pensamiento de Trump, en ciertas cuestiones bastante laxo, se traducirá en políticas concretas. ¿Habrá un Trump pragmático o un Trump maximalista o ideologizado? ¿Cuánto pesará su deseo de pasar a la historia y ser reconocido por ello? También será decisiva la composición de su nuevo equipo. Algunos cargos del nuevo gabinete son importantes, como el secretario de Estado, el secretario del Tesoro, el zar de la frontera (migraciones), el responsable del Consejo de Seguridad Nacional o el director de la DEA. Al contar con la mayoría en el Senado, sus nombramientos no deberían tener ningún problema en salir adelante.
Si América Latina no fue prioritaria para el primer Trump, tampoco lo será para el segundo, aunque habrá países y temas con mayor impacto, comenzando por la presencia china en América Latina. Tampoco se pueden olvidar México y las migraciones, cuestiones que serán prioritarias, sin olvidar el narcotráfico y la relación con Cuba y Venezuela. Los primeros nombramientos que se van conociendo, como Marco Rubio para el departamento de Estado o Tom Homan en migraciones hacen esperar tiempos muy duros y difíciles tanto para Cuba como para los migrantes sin papeles.
Hay otros aspectos no menores, como el futuro de la Alianza de la Prosperidad Económica de las Américas. Si bien fue una iniciativa de Joe Biden para reforzar la relación de los países más afines con EE. UU., ésta podría seguir funcionando. En 2025 se debe celebrar la X Cumbre de las Américas en República Dominicana. Como Trump no acudió a la VIII Cumbre (Lima, abril de 2018), su presencia en la X reflejaría su interés por la región. Tampoco hay que perder de vista a la Organización de Estados Americanos (OEA), que en marzo de 2025 elegirá a su próximo secretario general, y entonces la opinión de Trump será decisiva.
Tras su elección, Trump recibió numerosas felicitaciones, destacando los presidentes más identificados con su ideología o con el tratamiento que esperan para sus países. Entre los más entusiastas, Javier Milei, que viajará en breve a Miami para asistir a la Convención Conservadora, y Nayib Bukele. De hecho, Milei apostó por Trump y ganó. También hay otros, como el paraguayo Santiago Peña, muy entusiastas sobre el futuro.
Sin embargo, hay cuestiones más controversiales, que asoman como problemáticas para muchos países. Una política económica más proteccionista, en línea con la iniciada por Biden, y el fortalecimiento del dólar, serían causa de rebotes inflacionarios y de nuevas dificultades.
El vínculo con México es y será esencial, tanto desde la perspectiva de la relación bilateral como del Tratado entre México, EE. UU. y Canadá (T-MEC o USMCA en su versión inglesa), cuyo contenido deberá revisarse en 2026. Si en su primera presidencia, el trato con López Obrador fue cordial, de momento hay más incertidumbre sobre su interlocución con Claudia Sheinbaum, que podría ser más tensa y polémica. Uno de los temas en discusión será la presencia de China en México y el posible uso del territorio mexicano para exportar coches chinos, o autopartes, al mercado de EE. UU.
La frontera sur es centro de otras controversias, no solo porque la mayoría de los migrantes ilegales entran al país desde México, sino también porque buena parte del fentanilo consumido en las ciudades estadounidenses tienen el mismo origen. En sentido inverso, las quejas mexicanas provienen de la exportación no controlada de armamento, destinado básicamente a los carteles de la droga.
A la vista de todo esto, como se ha dicho, no se descarta un endurecimiento de la relación con Cuba, especialmente por la debilidad del régimen. Con bastante probabilidad Nicaragua también sufrirá una nueva vuelta de tuerca, aunque con Venezuela la incertidumbre es mayor, especialmente en lo relativo a la producción de hidrocarburos. Otra cuestión relevante será el tratamiento a aplicar a Edmundo González, aunque es difícil que reciba el título de presidente legítimo que recayó en Juan Guaidó.
En el otro extremo, sería concebible que las críticas a las violaciones salvadoreñas de los derechos humanos se atenúen, mientras las reformas económicas de Argentina podrían tener mayor respaldo. La duda es, si con apoyo de EE. UU., el FMI librará o no nuevos fondos. Pese a que EE. UU. ha firmado tratados de libre comercio con Chile, Colombia, Perú y América Central y República Dominicana (DR-CAFTA) por no mencionar a México, habrá que ver cuánto de sus contenidos se mantendrán.
En su anterior mandato, Trump no tuvo ningún problema en nombrar al cubano americano Mauricio Claver-Carone al frente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), saltándose todas las tradiciones que garantizaban el puesto a un latinoamericano. Hoy, muchos apuestan a que el nuevo presidente presionará a las autoridades electorales brasileñas para levantar la inhabilitación a Jair Bolsonaro para ser candidato en las presidenciales de 2026.
Los gestos y las decisiones del nuevo presidente serán importantes en el nuevo rumbo de la relación entre EE. UU. y América Latina. Con una salvedad, se trata de una relación de doble dirección, cuya evolución no depende solo de Trump. La fragmentación imperante en la región no augura nada bueno para la relación hemisférica. Como ha ocurrido de forma tradicional con las administraciones estadounidenses de cualquier signo, todo indica que, una vez más, lo bilateral primará sobre lo regional.
*Este artículo se publicó originalmente en El Periódico, de España.