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Ortega y la antipolítica

Fernando Bárcenas

17 de agosto 2020

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Para ser dictador no se requiere prácticamente nada. Básicamente, al igual que para delinquir, sólo se exige falta de escrúpulos. Es la característica de los Somoza y de los Ortega, que encontraron el campo culturalmente despejado para asentar sus reales.

Ambas dictaduras, sin pretensiones políticas, no obedecieron a objetivos circunstanciales para debelar un auge de las luchas de masas en un momento de crisis del sistema, como ocurrió con el fascismo en Italia, o con el nazismo en Alemania, o con Pinochet en Chile. Aquí surgieron por inmadurez del Estado, por falta de partidos políticos con influencia de masas. Por un sistema de producción estancado, profundamente atrasado, en el cual, las disputas de intereses fraccionales se resuelven en combate abierto, si no hay un árbitro dictatorial indiscutible.


Alternativa de poder

El grueso de la población está consciente que Ortega debe ser removido. El problema estriba, más que en sacarlo, en construir la alternativa para sustituirlo. Todas las miradas se han enfocado en la salida de Ortega, no en construir esta alternativa de poder.

En abril faltó la consigna básica que un consejo de luchadores en las barricadas accediera al poder. No hubo un órgano en grado de reclamar el poder. Se dejó a Ortega la iniciativa de renunciar o menos. Por ello, las mejores enseñanzas de abril son negativas, como en un ensayo fallido. La enseñanza máxima es que hubo una falta absoluta de dirección política y militar.

¿Qué se ha hecho para subsanar esta falla fundamental?

La sociedad, de momento, padece un vacío político, sin alternativa al orteguismo. Esto agrava la caída de Ortega porque surge el fantasma de la anarquía o de la dominación extranjera.

En todo caso, Ortega no es un político, aunque se haya cruzado con el poder en los últimos cuarenta años. En todo este tiempo, con una enorme carga parasitaria ha hecho que el Estado se retraiga de sus funciones básicas, como un órgano vestigial que deberá morir con la dictadura. Y, culturalmente, ha hecho que la sociedad degenere hasta calzarle a él como un guante. Su función antisocial, retrógrada, lo convierte en el anti político más brutal. El país, para esta dictadura, no cuenta un ápice, por ello, el orteguismo adquiere un carácter simplemente mafioso.

Ortega, ahora ha espulgado el terreno político con mayor esmero que Somoza, eliminando cualquier asomo de vida política sana. Esparció, entonces, ventajosamente, la maleza de la corrupción, aliado a los partidos zancudos, a la iglesia, a los grandes empresarios, a los sectores académicos de las universidades, a los periodistas oficiales y semioficiales, que adherían al poder dictatorial sin ideología, por las razones más miserables.

De manera, que ahora cunden espontáneamente anti políticos, incluso entre sectores de la juventud que después de abril se opuso a Ortega sin asomo de coherencia. La improvisación, la falta de método, es la madre del atraso que engendra dictadores y zancudos, a uno y a otro lado de la contienda.

Ortega no va a caer…, mientras no surja una alternativa de poder. El problema es más grave que derrotar a Ortega.

El zancudismo el arma infalible de Ortega

La Coalición Nacional, como organización electorera, ha conseguido desprestigiar a la parte visible de la juventud estudiantil que despertó en abril. Los asesores extranjeros que promueven la formación de la coalición, han empujado a los muchachos a compartir trincheras con los pactistas, con los zancudos, con aquellos que no tienen otro horizonte político que obtener del poder dictatorial, mediante elecciones fraudulentas, un pedazo del pastel. Y se les ha puesto a marchar por ese camino.

La unidad es una necesidad para el aterrizaje suave. Es un requerimiento norteamericano, expresado directamente a los políticos tradicionales de la Alianza Cívica y de la UNAB. La juventud ahora pide asientos de dirección en la coalición, por ser jóvenes, en lugar de pedir una estrategia nacional, por ser combatientes de la nación.

La consecuencia, es que ahora la ciudadanía siente por esta agrupación de políticos tradicionales, diseñada desde el extranjero, más rechazo que por Ortega. Los norteamericanos no están acostumbrados a darle importancia a la conciencia política de la población.

Hoy la coalición opera a la sombra de Arnoldo Alemán, que ha tomado la iniciativa dentro de la agrupación (derrotando a los jóvenes y a los empresarios con las mismas reglas que tontamente aprobaron). Y toda victoria de Arnoldo Alemán, por osmosis, es una victoria que obtiene Ortega sin mover un dedo. De modo, que parece campear a ambos lados de la contienda.

El aterrizaje suave como estrategia inútil de la coalición

Es un error creer que el problema sea solamente el PLC o Arnoldo Alemán, como sugiere el ex asesor Miranda, que busca un Frankenstein para explicar superficialmente un conflicto secundario. Es una necedad creer que hay alguna diferencia –como afirma Miranda- si la coalición la dirige el PLC o la dirige la Alianza Cívica o la UNAB. En ello no hay diferencia estratégica alguna. Si uno de ellos estrangula al otro, o si se llevan de “pellizco en la nalga” (como dicen los tiquillos), es políticamente insignificante. Ambos no deciden nada. Sus contradicciones, por ambas partes, son triviales.

El fracaso estratégico está en el aterrizaje suave, bajo control norteamericano. El problema es que la estrategia de la Coalición Nacional está dirigida por los norteamericanos, que buscan un aterrizaje suave.

El aterrizaje suave electoral es lo único que los norteamericanos pueden aceptar. Aunque prácticamente, desde ahora, se revele como un fracaso.

El subsecretario Kozak se reunió virtualmente con la Alianza Cívica y con la UNAB (más el movimiento campesino), para regañarles abiertamente porque amenazaban con romper la unidad dentro de la coalición por el dominio que ha conseguido el PLC. Y los convocados, interpretaron que la reunión de regaño fue un espaldarazo, porque sólo los convocaron a ellos. A los norteamericanos les tiene sin cuidado quien prevalece dentro de la coalición (contrario a lo que sostiene superficialmente Miranda), lo único que les interesa es que vayan unidos a las elecciones, según su plan.

La anti política recurre a la ética

En vista que los jóvenes estudiantes y los viejos agentes de los empresarios, que militan en la Alianza Cívica y en la UNAB, no se oponen al aterrizaje suave electoral, optan por creer que lo decisivo es que recuperen el control de la coalición (que no pueden romper porque la unidad les viene impuesta por los norteamericanos). En consecuencia, aprueban ahora unos principios éticos que, a su modo de ver, pondrían a la defensiva a los partidos zancudos, más curtidos en el oficio electorero. Piensan, tontamente, que por ser una fuerza emergente (aunque esta fuerza sea dirigida por los empresarios y por los políticos tradicionales) tendrían una superioridad ética, que de alguna forma inclinaría burocráticamente la dirección de la coalición a su favor.

Donde quiera que la ética deja de ser una reflexión individual, para construirse a uno mismo, y se convierte en principios de comportamiento obligatorio, hay un intento inquisidor de aplastamiento vulgar del ser humano. En política nadie se organiza en torno a principios éticos. Ninguna sociedad en la historia persigue principios éticos. Hace más de 500 años la política se ha independizado de la moral y de la ética, y ningún debate político es en torno a la ética, sino, en torno a líneas de acción para resolver problemas sociales. La ética, como un perro faldero, sique a la política progresista que amplía derechos al ser humano.

A líneas gruesas, a los norteamericanos les interesa salir de Ortega sin estridencias, los matices de la correlación de fuerzas dentro de las llamadas corrientes opositoras son irrelevantes. Es pelea de grillos, que ellos se proponen silenciar. Lo importante, para los norteamericanos, es que la escogencia de la fórmula electoral sea de su agrado. Si su estrategia electoral fracasa, es relativamente también de poca importancia, porque, pasadas las elecciones fracasadas podrían llegar a un acuerdo de convivencia con Ortega cuando lo deseen, para que haga nuevamente el trabajo sucio que le asignen. Incluso entregar el país a los especuladores.

Obviamente, para el pueblo nicaragüense tal fracaso electoral norteamericano, totalmente previsible, sería un desastre. Por ello, debe diseñar, desde ahora, su propia estrategia de lucha independiente contra Ortega. Al margen de la coalición, del PLC, de la Alianza Cívica y de la UNAB. La tarea es trabajar por esa conciencia política independiente.

Ingeniero eléctrico


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