
21 de febrero 2025
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Puede que Trump carezca de las habilidades de Mao como escritor y teórico, pero posee el mismo instinto animal para confundir a los oponentes
Escultura del líder chino Mao Zedong en una granja en Shaoshan, China. // Foto: EFE/Archivo
Cuando J.D. Vance, el factótum del presidente estadounidense, Donald Trump, habló sobre la “amenaza desde adentro” de Europa en la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich, su audiencia tuvo que hacer un esfuerzo para entender la nueva estrategia confusa de la política exterior norteamericana. El presidente chino, Xi Jinping, por su parte, ha permanecido relativamente callado desde el regreso de Trump a la Casa Blanca —pero eso no significa que esté menos preocupado por lo que ese regreso presagia—. Tampoco podría haberlo tranquilizado la respuesta descarada de Trump a una pregunta en octubre de 2024 sobre qué haría si Xi bloqueara a Taiwán: “¡Xi sabe que estoy completamente loco!”.
El líder de la mayoría en el Senado, John Barrasso, lo expresó de forma más decorosa: “El presidente Trump se postuló claramente para ser un perturbador, y va a seguir haciéndolo”. No está equivocado. En los primeros diez días de su segunda Administración, Trump firmó más de 50 órdenes ejecutivas; ofreció a todos los trabajadores federales una gratificación por despido; intentó congelar fondos que ya habían sido asignados por el Congreso; amenazó con aranceles contra numerosos países, y puso nerviosos a los aliados con un sinfín de otros decretos ofensivos.
Ahora bien, existe un antecedente para la guerra relámpago de Trump: Mao Zedong. Si bien Mao, que lanzó la violenta Revolución Cultural china, y Trump tienen poco en común en materia de geografía, ideología o peinado, a los dos se los puede describir como agentes de la insurrección.
La inclinación de Mao por el desorden estaba profundamente arraigada en la relación problemática que tenía con su padre, a quien describió en una charla con el escritor Edgar Snow como “un maestro de tareas severo” y un “hombre de temperamento irascible” que le pegaba a su hijo con tanta brutalidad que éste a menudo se escapaba de la casa. Pero Mao aprendió de esta “guerra” a defenderse por sí mismo: “Cuando defendía mis derechos rebelándome abiertamente, mi padre cedía, pero cuando permanecía manso y sumiso solo me maldecía y me pegaba más”.
Esta experiencia formativa de la infancia moldeó a Mao como persona y lo arrastró a la política de oposición que contribuyó a catalizar el caos y el desorden que se apoderaron de China durante décadas. Como escribió el académico y diplomático estadounidense Richard Solomon en la época de la Revolución Cultural: “Así, los esfuerzos de un solo individuo por romper los lazos de la subordinación personal encontraron un significado más amplio en la lucha de una nación por superar la subordinación política”. Aquí, vale la pena destacar que, durante sus años de formación, Trump también tuvo un padre acosador que solía decirles a sus hijos que solo conseguirían ser “reyes” si eran “asesinos”.
Durante su juventud, Mao se convirtió en un gran admirador del Rey Mono, Sun Wukong, de la novela clásica china Viaje al Oeste (西游记). Mao se sentía tan cautivado por el Rey Mono, un personaje rebelde y mágicamente dotado cuyo mantra era “Crea un gran desorden bajo el cielo” (大闹天宫), que terminó uno de sus poemas con la frase: “¡Aclamamos a Sun Wukong, el hacedor de milagros!”.
La insurrección campesina que Mao lanzó contra el Gobierno nacionalista de Chiang Kai-shek en los años 1920 fue solo el comienzo de su llamada “revolución permanente” (不断革命), y hubo muchas campañas políticas y luchas por el poder ruinosas luego de que fundara la República Popular China en 1949. En 1957, la Campaña Antiderechista persiguió a cientos de miles de intelectuales, mientras que de 1958 a 1962, el “Gran Salto Adelante” (大跃进) para colectivizar la agricultura provocó más de 30 millones de muertes por inanición y enfermedades relacionadas con la hambruna.
Pero su revuelta política más épica fue la Gran Revolución Cultural Proletaria de 1966, lanzada en respuesta a lo que él consideraba la resistencia burocrática a su absolutismo por parte de sus compañeros dirigentes. Escribió el primer “cartel de grandes caracteres” (大字报), llamando a la juventud china a levantarse y “bombardear los cuarteles generales” (炮打司令部) del mismo partido que él había ayudado a fundar. En la violencia y el caos que vinieron después, muchos líderes, como el presidente Liu Shaoqi y el secretario general del PCC Deng Xiaoping, fueron purgados, mientras que otros —incluido el propio padre de Xi, el viceprimer ministro Xi Zhongxun— fueron sometidos a “sesiones de lucha” interminables, enviados a las Escuelas de Cuadros del Siete de Mayo (五七干校) para la “rectificación y reforma del pensamiento” (思想改造), encarcelados o incluso asesinados.
Convencido de la rectitud de su cruzada contra lo que los partidarios de Trump llamarían el “estado profundo”, Mao publicó una columna en el periódico People´s Daily en la que aconsejaba que “no hay por qué tenerles miedo a los maremotos. La sociedad humana ha evolucionado a partir de los maremotos”.
La permanente creencia de Mao en el poder de la resistencia lo llevó a celebrar el conflicto. “Sin destrucción, no puede haber construcción” (不破不立), proclamaba. Otro eslogan del que hacía alarde en la época declaraba: “Mundo en gran desorden: ¡excelente situación!”. (天下大形势大好). Este impulso de alterar o “voltear” (翻身) la estructura de clases de China resultó extremadamente destructivo. Pero Mao justificó la violencia y la agitación resultantes como elementos esenciales para “hacer la revolución” (搞革命) y construir una “Nueva China”.
La Administración Trump tiene un apetito igualmente voraz por la disrupción y el caos. El CEO de Palantir, Alex Karp, cuyo cofundador Peter Thiel también es un acólito de Trump, describió recientemente la revisión del Gobierno de los Estados Unidos del nuevo presidente como una “revolución” en la que “a algunas personas les cortarán la cabeza”. Y el verdugo en jefe de esta revolución parece ser la persona más rica del mundo, Elon Musk.
A pesar de las diferencias obvias, Musk recuerda más que un poco a Kuai Dafu, que fue designado por el propio Mao para dirigir el movimiento de la Guardia Roja de la Universidad de Tsinghua. Kuai no solo sembró el caos en su campus, sino que condujo a 5000 compañeros de la Guardia Roja a la plaza de Tiananmen gritando consignas contra Liu y Deng, antes de intentar asediar el complejo cercano de los dirigentes, Zhongnanhai, algo parecido a lo que hizo la versión de Trump de la Guardia Roja en el Capitolio de Estados Unidos en 2021.
Dado que Xi alcanzó la mayoría de edad durante la Revolución Cultural de Mao y que él mismo fue enviado al campo a “comer amargura” (吃苦) durante siete años en su juventud, sin duda aprendió un par de cosas sobre cómo hacer frente a semejante caos. Aun así, es posible que a Xi le cueste comprender que Estados Unidos —un país que muchos chinos han admirado durante mucho tiempo, incluso utilizando la expresión “la luna es más redonda en Estados Unidos que en China” (美国的月亮比中国的月亮圆)— ahora haya engendrado su propio gran progenitor de la agitación vertical.
Puede que Trump carezca de las habilidades de Mao como escritor y teórico, pero posee el mismo instinto animal para confundir a los oponentes y mantener la autoridad siendo impredecible hasta la locura. Mao, que habría acogido con satisfacción la catástrofe que se está produciendo ahora en Estados Unidos, debe estar mirando hacia abajo desde su paraíso marxista-leninista con una sonrisa, ya que el viento del Este puede finalmente prevalecer sobre el viento del Oeste —un sueño que había anhelado durante mucho tiempo.
*Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.
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Sinólogo estadounidense. Director del Centro sobre las Relaciones entre Estados Unidos y China de Asia Society. Coeditor de Chinese Influence and American Interests: Promoting Constructive Engagement. Exdecano de la Escuela de Periodismo de la Universidad de California, Berkeley.
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