Las escenas de este fin de semana en las grandes ciudades de Estados Unidos —Nueva York, Chicago, Filadelfia, Atlanta…—dejaron imágenes elocuentes sobre la activación de la premisa republicana de esa democracia moderna.
A diferencia de algunas grandes movilizaciones de los últimos años en ese país, como Occupy Wall Street, Black Lives Matters o las recientes protestas de las comunidades hispanas, lo que vimos este fin de semana fue, fundamentalmente, una manifestación contra la autocracia.
La consigna “No Kings” remite directamente al ADN de la Revolución de independencia de 1776 y a la posterior institucionalización republicana y federal de esa democracia. Esos principios básicos han tenido una enorme capacidad de resistencia a lo largo de más de dos siglos, como se comprueba en su adopción por parte de movimientos defensores de derechos civiles de diversas comunidades.
La decisión de Donald Trump de organizar un desfile militar el 14 de junio, aprovechando el 250 aniversario de la formación del Ejército Continental Estadounidense en 1775, comandado por George Washington, estableció un perfecto contraste con el clamor de la ciudadanía. A la usanza de las grandes autocracias del mundo —China, Rusia o Corea del Norte—, vimos en Washington una exhibición de fuerza militar, muy a tono con la atmósfera belicista que se esparce globalmente.
Tan importante como el ascenso del malestar de las comunidades hispanas con el racismo y la xenofobia de la actual Administración, que vimos en las últimas semanas, es esta movilización explícitamente antimonárquica del fin de semana pasado. La reafirmación de valores democráticos originarios es un mecanismo que puede potenciar la oposición a la extrema derecha que acompaña y, a la vez, estimula el fenómeno del trumpismo en Estados Unidos.
Lo explicaba muy bien, recientemente, Michelle Goldberg en The New York Times: la mejor y más inesperada noticia del trumpismo es el “despertar de una resistencia” popular y cívica, que va más allá de intereses o demandas sectoriales. La reconquista de lo común, que tantas veces se invoca para proponer el rebasamiento de contestaciones gremiales, se ha puesto en marcha en Estados Unidos.
Habrá que seguir con atención la evolución de este movimiento, que podría tener un impacto discernible en las bases y la cúpula del Partido Demócrata. Si, como todo parece indicar, el Gobierno de Donald Trump decide sumarse de una manera más explícita a la guerra de Israel contra Irán, ese movimiento tendrá que tomar posición contra esta escalada peligrosísima.
No será fácil, dado el fuerte lobby proIsrael dentro del Partido Demócrata, pero no parece haber otra ruta para poner un alto a Trump. Las bases trumpistas, articuladas en torno al proyecto de Make America Great Again (MAGA), se sumarán decididamente al apoyo a la guerra de Israel contra Irán, tal y como hicieron los seguidores de ambos Bush, en el Partido Republicano, durante las dos primeras guerras del Golfo.
*Este artículo se publicó originalmente en La Razón de México.