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El golpe brasileño y el neo-mito orteguista

Nuestra élite política comienza a ver a Brasil con retrógrados lentes bifocales

La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, participa en una conferencia sobre políticas para las mujeres el pasado 10 de mayo, en Brasilia (Brasil). EFE/Fernando Bizerra Jr.

Humberto Meza

19 de mayo 2016

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Apenas consumado el golpe parlamentario a la presidenta Dilma Rousseff, un conjunto de gobiernos repudiaron oficialmente la medida, ocasionando una fuerte nota de protesta (e inusual  para un lenguaje diplomático) de parte del canciller brasileño interino José Serra, contra la UNASUR y los países bolivarianos del los que Nicaragua hace parte. El lunes reciente, el presidente Daniel Ortega hizo lo propio, atacando a la “derecha golpista” y mostrando la solidaridad con sus aliados históricos del Partido de los Trabajadores (PT), encarnados en los presidente Rousseff y Lula. En el intermedio, el presidente de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén, llamó a la embajadora en Brasilia para consultas, mientras Serra descarga la nueva artillería, recordando la cooperación técnica de Brasil al pequeño centroamericano.

Listo. Los aderezos para engrosar el discurso dicotómico y cocinar los nuevos mitos en tiempos electorales están puestos en la mesa. Ortega postuló su séptima candidatura presidencial y tercera reelección al Ejecutivo, dedicando casi todo el discurso central al golpe brasileño, la corrupción galopante en ambas cámaras, cuyos votos echaron a Rousseff de Planalto, y por si algo le hacía falta, hizo su acostumbrada alusión al imperialismo golpista. Todo ello resonó un día después en la Asamblea Nacional, que aprobó una nota de condena al golpe, restringiendo la expresión de diputados del PLI y voilá. Nuestra “derecha” quedó enloquecida.


De repente, nuestra élite política comienza a ver a Brasil con los retrógrados lentes bifocales. Si Ortega dice que fue un golpe contra un gobierno democrático, la oposición alega que el impeachment es democrático, que a la presidenta Rouseff la echaron por corrupta y que es una clara señal de crisis contra los gobiernos bolivarianos.

Algo suena mal aquí. No… ¡Todo suena mal! Con su reacción a la postura de Ortega, la oposición nica deja ver que no se enteró de nada de lo que la prensa internacional ha explicado de Brasil. Que no percibió que medios como NYT, CNN, El País y The Guardian mostraron que un grupo de parlamentarios que enfrentan cargos de corrupción (más del 60%  entre la cámara baja y el Senado) destituyen a una presidenta sobre quien no pesa ninguna evidencia de corrupción. Ni mucho menos supo del apelo de Luis Almagro, Secretario General de la OEA, alrededor de las irregularidades en todo el proceso brasileño.

Que Ortega elabore un cuestionamiento legítimo contra el golpe en Brasil no lo coloca en la misma posición que los gobiernos petistas. Por el contrario, existen un sinnúmero de características en los que podemos ver estilos de mando totalmente diferentes. Prefiero limitarme a tres: la relación del gobierno con la prensa, el tratamiento a las protestas y su política internacional.

Con relación a la primera, Dilma Rousseff dejó clarísima su postura al comenzar el primer mandato en 2011, en medio de la fuerte presión de la gran prensa paulista. Su ya célebre frase:Prefiero el ruido de la prensa libre al silencio de las dictaduras dibujó, de entrada, una tensa relación que tendría con la gran prensa brasileña que le hizo una oposición sin tregua, y no por ello Brasilia llegó a ejercer represalias, reparos fiscales o limitaciones a la cobertura oficial. En Nicaragua… bueno, en Nicaragua ya conocemos de la tensa relación de Ortega con el periodismo, sobre la cual reconocidos analista han hecho sus repetidos diagnósticos en diversos foros.

Los gobiernos petistas, desde Lula a Rousseff, siempre respetaron el peso de las calles. Desde que las protestas se incrementaron, al calor de las demandas por el incremento al pasaje de bus (que dicho sea de paso, no fueron contra el Gobierno Federal, sino contra las Alcaldías, que administran el transporte público) hasta las marchas de “Fuera Dilma, Fuera PT”, nunca existieron represalias por parte de la Policía Civil, Ejército o algún brazo represivo que el PT tuviera. Inclusive, en los últimos meses se le criticó mucho a Dilma su falta de reacción, la que sólo pudo mostrar en enero de este año cuando finalmente llamó a la instauración de un diálogo nacional. Claro, ya era demasiado tarde. En Nicaragua… bueno, en Nicaragua ya conocemos el tipo de reacción que el estado ofrece cuando hay una movilización callejera que no sea convocada por el FSLN.

Y en el plano internacional, Rousseff desarrolló una política externa basada en el multilateralismo que, al final de cuentas, se convirtió en una de las causas de su desgracia. No sólo Brasil se alejó del eje bolivariano (jamás fue parte del ALBA), sino que reforzó sus acuerdos en el marco de los BRICS, cediendo un excesivo peso a China, que al dejar de consumir, puso a las commodities en números rojos y una balanza fiscal negativa a la economía brasileña. Por eso Dilma salió a un rescate, usando un mecanismo, diríamos que dudoso, y que hoy la tiene alejada del Palacio de Planalto. En la Política Externa de Nicaragua… bueno, no hay mucho más que agregar al propio hecho de que somos un país que dependemos de un bilateralismo excesivo que podría generarnos un caos que ni siquiera somos capaces de imaginar.

Es por estas razones, y muchas otras más, que la oposición en Nicaragua se equivoca monumentalmente al legitimar al golpe brasileño como una ecuación más para atacar a Ortega. Al contrario, sus cálculos son erráticos, puesto que los cuestionamientos contra Rousseff sólo contribuyen a reforzar la narrativa orteguista y su paranoia de una “derecha golpista en Nicaragua” que, a la larga, conllevaría a nuevas represiones injustificadas. La disputa nicaragüense no tiene ningún paralelo con el conflicto brasileiro, ni menos contamos aquí con mecanismos de destituciones presidenciales (más allá del voto) que nos lleven a siquiera pensar en estas intenciones.

Es obvio que el PT tiene mucho que agradecer al sandinismo de los años 80. Sería de una enorme miopía no reconocer la importancia que el FSLN de aquellos años tuvo para la creación del PT en 1986. Pero mucha agua ha pasado bajo el puente desde entonces. No sólo ambos partidos han trillado caminos distintos, sino que la realidad de ambas naciones ha dejado atrás (o al menos nos hemos esforzado por hacerlo) las dicotomías de izquierda/derecha; comunismo/capitalismo, para comprender el mundo de hoy en día. No digo que hayamos superado por completo las distinciones, pero sí hemos sido capaces de crear muchos tonos grises entremedio, en los cuales se inscribe la historia de Brasil hoy en día. Mucho haríamos por la ya frágil salud democrática de Nicaragua, si sabemos cómo colocar nuestros propios conflictos en esos grises.

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Politólogo nicaragüense. Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Campinas (UNICAMP) en São Paulo. Especialista en el área de activismo, movimientos sociales y partidos políticos.


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