1 de agosto 2017
Desde hace poco más de una década hemos venido insistiendo, de manera bastante reiterada, sobre la necesidad que tiene el país de aprovechar a plenitud la oportunidad, irrepetible, representada por el denominado bono o dividendo demográfico. Por sí mismo, sin que el país haga esfuerzo adicional alguno, el bono demográfico estaría contribuyendo al crecimiento económico y la reducción de la pobreza.
Pero su aprovechamiento pleno –el cual sí requeriría un esfuerzo sostenido del país a lo largo de varias décadas– debería contribuir a que la economía creciese a tasas mucho más aceleradas, mediante el incremento simultaneo, tanto de los empleos de calidad para la creciente población en edad de trabajar, como de la productividad media del trabajo. El documento del Banco Mundial (“Nicaragua Paving the way to faster growth and inclusión”. Systematic Country Diagnostic, 18 de junio 2017) por primera vez reconoce, de manera explícita, el papel del bono o dividendo demográfico en el crecimiento del Producto Interno Bruto per cápita, y en la reducción de la pobreza.
En efecto, este documento indica que la disminución de la tasa de fecundidad –una de las reducciones en la tasa de fecundidad más rápidas en la región en las últimas décadas– se ha traducido en la disminución de la tasa de dependencia, y en el incremento en la participación de la población en edad de trabajar en la población total.
Aquí tenemos que recordar que, por simple identidad matemática, la tasa de crecimiento del PIB per cápita es igual a la tasa de crecimiento de la población en edad de trabajar como porcentaje de la población total, más la tasa de crecimiento del porcentaje de la población en edad de trabajar que encuentra ocupación o empleo, más la tasa de crecimiento de la productividad del trabajo.
La fase del bono o dividendo demográfico se expresa, precisamente, en el incremento de la población en edad de trabajar como porcentaje de la población total. Entre 2001 y 2014, dicho porcentaje creció a una tasa promedio anual del 1.1% promedio anual, lo cual contribuyó a explicar el 46% de la tasa de crecimiento promedio anual del PIB per cápita, que fue del 2.4%.
Al mismo tiempo, se incrementó el porcentaje de la población que se incorporó a la actividad económica –como resultado, principalmente, de la creciente incorporación femenina al mercado laboral– y que encontró algún tipo de ocupación. Las cifras muestran que, en efecto, el incremento global en la tasa de participación laboral de la población en edad de trabajar obedecería, ante todo, a la incorporación laboral femenina. El denominado ¨bono femenino¨ reflejaría la contribución al crecimiento del PIB per cápita de esta expansión en la participación laboral femenina.
En el caso de Nicaragua, el porcentaje de la población en edad de trabajar que se incorporó a la actividad económica y encontró alguna ocupación creció a una tasa promedio anual del 0.5% entre 2001 y 2015, explicando el 21% de la tasa de crecimiento promedio anual del PIB per cápita.
La contribución del trabajo al crecimiento
Lo anterior significa, grosso modo, que el bono demográfico y el bono femenino explicaron, conjuntamente, un 66% de la tasa de crecimiento del PIB per cápita entre 2001 y 2014. Por su parte la productividad del trabajo, la cual creció a una tasa promedio anual del 0.8% en el mismo período, habría explicado el 33% del crecimiento del PIB per cápita.
El documento del Banco Mundial expresa que, desde el punto de vista de la contabilidad del crecimiento, "el trabajo ha sido el factor que más fuertemente ha contribuido al crecimiento en los últimos 15 años. Esto se corresponde con la declinación en las tasas de fertilidad y la expansión de la población en edad de trabajar en el país, en conjunto con la creciente participación laboral femenina".
El bono demográfico y de género habrían contribuido a la reducción de la pobreza por diversas vías. En primer lugar, el Banco Mundial registra una importante elasticidad de la reducción de la pobreza con respecto al crecimiento del PIB per cápita. En la medida en que el factor fundamental de dicho crecimiento lo han constituido el bono demográfico y de género, también habrían tenido una contribución decisiva en la reducción de la pobreza.
Por otra parte, el proceso de transición demográfica se traduce en un menor tamaño de los hogares a lo largo del tiempo –desde los hogares extensos que predominan al inicio, a hogares más reducidos, con menos hijos y parientes –y en el cambio en la composición de los mismos, que se expresa en el incremento de las personas en edad de trabajar, y en la disminución de las personas dependientes.
En la medida en que las personas en edad de trabajar, que están viendo aumentar su participación en el seno de los hogares, encuentren una ocupación, se incrementará el ingreso global y per cápita del hogar, y en la medida en que el tamaño de los hogares se reduzca, habrá un incremento adicional del ingreso, y del consumo per cápita, que se reflejará en menores tasas de pobreza.
Sin embargo, para que la economía crezca a las tasas requeridas para reducir la pobreza de manera acelerada, y sostenida en el tiempo, que permitan arribar a la fase de envejecimiento en mejores condiciones, el empleo que genera la economía para absorber a la creciente fuerza de trabajo debería ser, en porcentajes cada vez más prominentes, empleo de creciente productividad e ingresos.
En tanto la productividad media de la economía es un promedio ponderado –siendo el factor de ponderación el peso de cada actividad económica en el empleo total–, en la medida en que porcentajes cada vez mayores del empleo sean generados por actividades dinámicas, de creciente productividad, la productividad media de la economía se expandirá a tasas muy altas.
Recuérdese que la tasa de crecimiento de la economía es igual a la tasa de crecimiento de la fuerza de trabajo, más la tasa de crecimiento de la productividad. La implicación es que si a las tasas de crecimiento de la fuerza de trabajo que resultan del bono demográfico y de genero se agregan unas tasas elevadas de crecimiento de la productividad, se obtendrán tasas de crecimiento económico sumamente altas.
Un crecimiento insuficiente y con baja productividad
El documento del Banco Mundial pone de manifiesto que las tasas de crecimiento actuales resultan absolutamente insuficientes. Pero crecer a tasas mucho más aceleradas implicaría el desarrollo de un proceso de transformación estructural, de tal manera que la fuerza de trabajo se estuviese reasignando desde las actividades de menor productividad de la economía, hacia actividades dinámicas, de mayor productividad.
De esta manera, en lugar de que el empleo fuese generado, de manera predominante, por actividades de muy baja productividad e ingresos, como hasta ahora, se iría incrementando de manera sistemática la participación del empleo de mayor productividad en el empleo total, con lo cual crecerían de manera simultánea tanto la fuerza de trabajo, como la productividad, y el crecimiento del ingreso per cápita se aceleraría.
Pero, como indica el documento, esto no es lo que está ocurriendo. Se ha reducido el empleo en la agricultura, que es el sector de menor productividad de nuestra economía, pero en lugar de incrementarse la participación del empleo en actividades de mayor productividad, el mismo se ha reasignado hacia actividades que también son de muy baja productividad, como el comercio y los servicios informales. Esto explica el pobre desempeño de la productividad.
Fíjese usted, si entre 2001 y 2015 la fuerza de trabajo se hubiese estado reasignando hacia actividades de mayor productividad, y como resultado la productividad media hubiese crecido a una tasa promedio anual del 3%, el PIB per cápita hubiese crecido a una tasa promedio anual del 4.6%, en lugar del 2.4%, y no mostraría el grado de rezago tan grande que exhibe en la actualidad.
A su vez el PIB, en lugar de crecer a una tasa promedio anual del 3.7% - 2.9% de crecimiento del empleo más 0.8% de crecimiento de la productividad -, lo hubiese hecho al 6.7%.
Esto indica que no se ha producido un proceso de concertación nacional que tuviese como mira, más que la distribución de privilegios o el aseguramiento de rentas, el promover un proceso dinámico de transformación estructural como el descrito.
Este proceso implicaría un esfuerzo nacional coordinado que pudiese sostenerse a lo largo de varias décadas, en el contexto del cual cada sector asumiese compromisos y responsabilidades, pero resulta muy difícil que esto ocurra en presencia de un proceso político y de una alianza excluyente entre grupos de poder.
Al mismo tiempo, como lo muestra la experiencia histórica, y como lo recalca el documento del Banco Mundial, ello demandaría el desarrollo de instituciones públicas autónomas, profesionales y competentes, concentradas en el cumplimiento de sus funciones y responsabilidades en diferentes esferas del desarrollo, con la legitimidad necesaria para desempeñar la función de coordinación de los esfuerzos colectivos.