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Deleznable herencia que asoma en la política

La lucha armada victoriosa contra el somocismo degeneró en esta otra dictadura sostenida con el apoyo policíaco-militar

La lucha armada victoriosa contra el somocismo en Nicaragua degeneró en esta otra dictadura sostenida con el apoyo policíaco-militar

Onofre Guevara López

19 de julio 2022

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Esta es una referencia a la petición hecha por un ministro de Adolfo Díaz ante el presidente Calvin Coolidge, en el sentido de que su jefe deseaba… “Orientación, ayuda y cooperación estadounidense”. Eso –traducido del lenguaje oficial de los políticos del protectorado que era entonces Nicaragua— quería decir: necesito que me diga cómo hago para orientar la Presidencia ante la sublevación liberal, también requiero su ayuda para imponerme y su cooperación para desempeñar mi administración para beneficio de vuestro país.

Ni más ni menos. Es lo que Díaz ya había hecho en su primera gestión ordenada por los interventores de 1912 a 1916. ¿Pero cuáles eran las circunstancias políticas del momento para hacer aquella petición?


Año 1926. Los marines estadounidenses tenían poco tiempo de haber abandonado el país, después de catorce años de intervención e imposición de tres presidentes (1912-1926) incluyendo al propio Díaz. En el año 26, Díaz quería sostenerse en la Presidencia que le habían regalado por medio del Congreso, cuando el Gobierno de los Estados Unidos se negó a reconocer a Emiliano Chamorro, autor del golpe de Estado (El Lomazo de 1925) en contra del presidente Juan José Solórzano.

El presidente Carlos Solórzano y su vicepresidente Juan Bautista Sacasa, habían sido electos constitucionalmente en 1925, respaldados por una coalición de las fracciones liberales y conservadores que no contaban con la simpatía estadounidense. La renuencia imperial a reconocer a Chamorro esa vez (pues ya lo había nombrado presidente (1916-1920) no fue por su falta de méritos ante el amo del Norte, sino porque tres años antes (1923, año que Coolidge llegó al poder) Washington había inspirado la firma del Tratado Centroamericano de Paz y Amistad, en el cual se comprometían a no reconocer a gobiernos surgidos de golpes de Estado, “o de revuelta”.

Exactamente lo que había hecho Chamorro. Por eso a Coolidge le pareció muy descarado reconocerlo. En cambio, recurrió a la maniobra de hacer renunciar a Chamorro y nombrar como presidente provisional a un opaco senador (Sebastián Uriza), para después imponer al entonces su ya consagrado títere, Adolfo Díaz.

Constitucionalmente, después del golpe a Solórzano, el cargo le correspondía al vicepresidente Sacasa. Pero como era liberal, el patrón de Washington no lo tomó en cuenta, y los liberales partidarios de Sacasa –y él mismo— impulsaron el montaje de la llamada “revolución constitucionalista”. Enseguida, Coolidge mandó de nuevo a los soldados interventores para apoyar al Gobierno de su títere conservador. Fue dentro de esta “revolución” liberal que nació la rebelión de Augusto Calderón Sandino.

II

Sacasa no era ningún antiimperialista ni cosa parecida, pues antes de iniciar la “revolución” había solicitado el apoyo estadounidense por el medio habitual de su injerencia en los asuntos de Nicaragua –en cualquier de sus modos de costumbre— para hacer respetar la Constitución y él pudiera asumir el cargo de Solórzano que legalmente le pertenecía.

A pesar de que en Sacasa Estados Unidos no encontraría resistencia a sus mandatos, tampoco iba a irse en contra de sus fieles cipayos conservadores. Después de todo, la traición de José María Moncada, como jefe de las “revolución constitucionalista” (1927) le daría lo mismo a los Estados Unidos, porque con sus nuevos cipayos liberales, su protectorado sobre Nicaragua más bien se fortalecería imponiendo a la Guardia Nacional y la dictadura de Anastasio Somoza García.

A la aparente ingenuidad de Sacasa de pedir ayuda a los Estados Unidos después del golpe de Chamorro, el Departamento de Estado respondió dándole una lección de soberanía, solo para aparentar neutralidad, pues entonces ya estaban listos para darle apoyo a Díaz, reanudando su intervención militar. Pero la respuesta que le dieron a Sacasa resultó –tal vez sin quererlo el Secretario Kellogg— también una lección para todos los nicaragüenses serviles:

“… que los nicaragüenses debían dejar de mirar hacia Washington como la última palabra en toda situación [sic] y que, en cambio, lo que debían hacer era buscar algún camino para resolver la situación por sí mismos”.

 Ese texto está reproducido en la página 178 del libro De Zelaya a Sandino. Nicaragua bajo la hegemonía de los Estados Unidos (2021), del historiador nicaragüense Jorge Eduardo Arellano. Quizás no necesite mencionarlo, pero el historiador Arellano es quien más ha investigado y escrito sobre esa etapa de la política intervencionista estadounidense en nuestro país.

Eso ha quedado comprobado en sus últimos cuatro libros de este siglo (pues sobre este tema él ha escrito años atrás): de Zelaya a Sandino, La Pax Americana en Nicaragua: 1910-1932 (2004); Guerrillero de nuestra América (dos ediciones 2006 y 2008); El bien amado de Washington (2016).

¿Por qué pienso en la importancia que adquieren esos textos en la actualidad? Para forjar la memoria histórica de las nuevas generaciones de combatientes cívicos contra la dictadura por la democracia, principalmente la juventud estudiantil y trabajadora, sin dejar al margen a los sectores nuevos ligados a los partidos conservador, liberal y socialcristiano.

También porque, en los últimos años, amplios sectores de las nuevas generaciones solo han tenido conocimiento de la política interventora estadounidense hacia nuestro país, en las disminuidas versiones de los orteguistas, para quienes –como se diría en el argot popular— de esta película solo les interesan los balazos.

Es decir, en su versionada lucha guerrillera de Sandino en contra de las fuerzas armadas interventores de los Estados Unidos, en donde se prioriza el tema de los balazos. Esa versión es la preferida y exclusiva de los orteguistas, la cual no satisface las inquietudes políticas de sectores mayoritarios de las nuevas generaciones de oposición, sino que les provoca un espontáneo rechazo a toda lucha armada.

Ese rechazo ha sido demostrado durante y después de la insurrección popular cívica del 2018. Además, porque existe una causa poderosa: la lucha armada victoriosa contra el somocismo degeneró en esta otra dictadura sostenida con el apoyo policíaco-militar.

III

Contrario a la versión belicista que provoca rechazo entre las nuevas generaciones, sobre todo, porque las consecuencias opresivas que se sienten desde hace cuatro años ya, se hace más necesario un mayor y mejor estudio –o, al menos, una lectura— de nuestra historia política contemporánea.

El hecho de que no se haya hecho con sistematicidad hasta hoy, y se siga dejando pensar que esa historia es solo de balazos, no solo atenta contra la historia misma, sino también educa muy mal a la juventud, porque –como hemos visto— nuestra historia es distorsionada y falseada en sus hechos y protagonistas. Tal es, exactamente, lo que hace el orteguismo con los jóvenes sin formación política y ni siquiera con el conocimiento elemental de la política cotidiana.

Pero, como es sabido también, son jóvenes atraídos con bagatelas de todo tipo, e historietas fantasiosas sobre la lucha sandinista del pasado. En las versiones de Rosario, Daniel aparece como el único comandante de la revolución presente en todos los frentes, sin haber estado más que en una refriega, la que se produjo en Estelí.

IV

El principal motivo para abordar este tema histórico, es tratar de ver cómo se contribuye a evitar que las nuevas generaciones que luchan contra la dictadura pasen del simplista y elemental antiintervencionismo estadounidense que manejan los orteguistas y –al mismo tiempo— evitar que pasen a pensar lo contrario: que la injerencia política de los Estados Unidos es la única vía posible hacia la liberación y la conquista de las libertades pública democráticas.

En concreto… ¿qué se evitaría con un mejor conocimiento de nuestra historia contemporánea?

Correr el riesgo –o el peligro más bien— de que se posesione de la conciencia de las nuevas generaciones de oposición –seguramente que sin pretenderlo—, las ideas que invitan a la sumisión política ante intereses extranjeros sustentadas en aquello de que también necesitan… “orientación, ayudad y cooperación estadounidense”.

Que eso se pudiera pedir con otro tipo de lenguaje político, no le quitaría sus malas consecuencias. A nadie se le oculta la tendencia política pro estadounidense que se mueve dentro de la oposición quienes aún no han perdido el cordón umbilical ideológico que los liga a la vieja concepción libero-conservadora, en cuanto a las relaciones políticas con los Estados Unidos. Seguro que a la mayoría de los opositores no les agradaría que se repitiera aquel feo caso, o sea, el deleznable ejemplo del pasado, arriba expuesto.

V

Pero, si se diera el caso que se repitiera tal sumisión… ¿algún gobierno estadounidense de esta época llegaría a responderles como aquellos funcionarios del Departamento de Estado de entonces… ¡busquen el camino “para resolver la situación por sí mismos!”?

Supongo que no, porque nunca han estado desinteresados en seguir injiriendo en las cuestiones internas de los países latinoamericanos, aunque en alguna ocasión muy especial, en la que los Estados Unidos se viera en serios problemas, cualquiera de sus gobiernos podría decírselo para facilitarse las cosas. ¿Podría ser ahora ese momento, cuando por su geopolítica en Europa no les va bien en materia económica?

En cualquier caso, nada mueve de su sitio razonable la convicción de que la liberación y su futuro desarrollo político, será resultado de la propia acción de los sectores más conscientes del pueblo nicaragüense.

Al margen de estas Cuartillas

*En la fecha universalmente celebrada del 14-J de 1789, arranca el reconocimiento a los Derechos del Hombre, pero, en la realidad, siguen en duda, y más los derechos de la Mujer…

*El 11 de julio liberal del año 1893 fue un suceso con una fisonomía revolucionaria de acuerdo al momento aquel de una Nicaragua más conservadora que ahora…

*Julio también es un mes con una efeméride nacional (el 19) –hoy bajo secuestro, y con su caricatura festiva de la élite del poder— pero imborrable en el calendario de los nicaragüenses…

*Coincidente, por casualidad, en Cuba hubo hace un año un 11-J, de un tipo político que –con el derecho, o las razones políticas que pudieran haber tenido— en nada se parece a nuestro 19-A-18…

*Lo decimos, porque por ahí se habla del suceso cubano como algo similar a nuestras manifestaciones populares de un civismo que el suceso isleño nunca tuvo…

*Y esa comparación ofende la memoria de los centenares de jóvenes asesinados en Nicaragua, y de la perseguida población desde cuando se manifestó cívicamente contra la dictadura…

*Conmueve recordar (¿me van a decir que a ustedes no?) aquellos hermosos ríos humanos pintados de azul y blanco, ondulando pacíficamente por las calles de Managua…

*Manifestaciones de civismo y sana alegría popular, como si en vez de andar en pie de lucha por la libertad, estuviesen celebrando el hecho de haberla conquistado…

*Quienes hacen las comparaciones, falsean la historia de los dos sucesos, pues los manifestantes de aquí no saquearon tiendas ni centros públicos como los de allá…

*Nadie puede mostrar una foto de las manifestaciones en Cuba, que se parezcan a la hermosura cívica de las manifestaciones en Nicaragua, de las cuales abundan fotos y vídeos…

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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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