En los últimos días, una mayoría de gobiernos latinoamericanos se ha posicionado en contra de los bombardeos de Estados Unidos a bases nucleares de Irán. Muy pocos gobiernos, como el argentino de Javier Milei, cuya relación cada vez más cercana con Benjamin Netanyahu y Donald Trump lo coloca en otro plano geopolítico, han respaldado explícitamente esa acción unilateral y no aprobada por el congreso estadounidense.
Sin embargo, el rechazo mayoritario de América Latina al bombardeo de Trump tiene componentes distintos en la política exterior de los gobiernos latinoamericanos y caribeños. Hay gobiernos de izquierda, como los de Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia, que se oponen a la escalada y a la ofensiva de Israel en Gaza, luego de oponerse también a la invasión de Rusia en Ucrania y al ataque terrorista de Hamas el 7 de octubre de 2023.
Cuando gobiernos progresistas como los de Uruguay y Chile, con un récord amplio de respaldo a las resoluciones de la ONU a favor de la paz en el Medio Oriente o en Ucrania, llaman a que ese foro le ponga un freno a Estados Unidos y a Israel, lo hacen desde una coherencia diplomática a toda prueba. En cambio, gobiernos como los de Venezuela, Nicaragua y Cuba, tradicionalmente sectarios en su apoyo a Rusia y a Irán, se posicionan desde otra perspectiva.
Durante décadas, La Habana y Caracas han cultivado una relación de complicidad ideológica y energética con Irán, que va más allá de la apuesta concreta por un equilibrio geopolítico en el Medio Oriente. Tanto el socialismo cubano, en su fase postsoviética, como el chavismo venezolano se han presentado como procesos políticos hermanados con la Revolución islamista de los ayatolas.
Hace una década, cuando aún vivían Hugo Chávez y Fidel Castro, Mahmud Ahmadineyad viajaba constantemente a La Habana. El líder iraní impulsó proyectos de colaboración energética con varios gobiernos de la Alianza Bolivariana, incluidos el ecuatoriano de Rafael Correa y el boliviano de Evo Morales. Desde Rusia, Vladimir Putin, otro gran aliado de Teherán, Caracas y La Habana, respaldó ampliamente aquellos movimientos.
El lenguaje de los posicionamientos de estos días permite advertir las profundas diferencias de fondo. Venezuela y Cuba han acusado a Estados Unidos de “actos criminales”. Sin embargo, Brasil, México, Colombia, Chile, Bolivia, Uruguay y Guatemala han llamado a las “partes o naciones involucradas” a la “contención y al cese inmediato de hostilidades”.
La prensa bolivariana sostiene que todos esos gobiernos latinoamericanos se han “sumado” a las demandas de Venezuela, Cuba y Nicaragua, pero no es así. La diplomacia de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos está llamando a una paz en el Medio Oriente, que no suscribe las represalias de parte de Irán o el “derecho a la defensa”, que han reclamado para sí tanto Vladimir Putin en su guerra contra Ucrania o Benjamin Netanyahu en la suya contra Gaza.
*Artículo publicado originalmente en La Razón de México