26 de diciembre 2024
En la última elección, un grupo de votantes expresó una aparente contradicción: apoyan el aborto pero eligieron a Trump, el presidente que lo debilitó. ¿Está en riesgo ahora?
En octubre de 2016, el entonces candidato a la presidencia estadounidense Donald Trump, prometió que, de ganar, nombraría jueces que terminarían con la interrupción voluntaria del embarazo. Cumplió.
Los votos de los tres jueces ultraconservadores que él puso en la Corte Suprema de Estados Unidos fueron claves para derogar, en 2022, Roe v Wade, la histórica decisión judicial que, por casi tres generaciones, había garantizado el aborto sin causales en Estados Unidos. “Después de 50 años de fracasos, sin que nadie se acercara siquiera, logré anular Roe v. Wade, para gran sorpresa de todos”, alardeó Trump en Truth Social este año.
La mayoría de los votantes estadounidenses apoya la interrupción voluntaria de los embarazos. Esto ayuda a entender por qué la candidata del Partido Demócrata, Kamala Harris, decidió apostar durante su campaña presidencial a la agenda vinculada con los derechos reproductivos. Tenía razón, pero no funcionó.
Los votantes ratificaron el aborto en siete de los diez estados en los que hubo referéndums al respecto, que se realizaron en simultáneo con las elecciones presidenciales del cinco de noviembre. Sin embargo, en cuatro de los Estados donde ganó el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, también ganó Trump. En Florida, bastión del líder republicano, hubo más personas que votaron para defender el aborto en la consulta popular (57%) que quienes apoyaron al candidato republicano (56%), aunque no alcanzaron el 60% requerido para ratificar la medida.
Los votantes cortaron boleta, apoyaron el derecho al aborto, pero se enfocaron en otras preocupaciones, particularmente económicas, al momento de elegir a quien llegue a la Casa Blanca. Los resultados alumbran un complicado escenario para los derechos reproductivos: los votantes los valoran, pero no los priorizaron este año.
Sin derecho al aborto
Desde el terremoto legal de 2022, la batalla por los derechos reproductivos se trasladó al plano legislativo. La decisión Dobbs v Jackson no criminalizó el aborto, sino que derogó la decisión previa de la Corte Suprema que lo había garantizado bajo el paraguas del derecho constitucional a la privacidad, un derecho que también respalda la autonomía personal en decisiones de salud.
Después de Dobbs, los políticos estatales se apresuraron a prohibir o proteger el aborto legal. Activistas de los dos lados apostaron a poner el tema ante los votantes en referéndums estatales. En casi todos los casos, los votantes ratificaron el derecho al aborto.
La decisión de Harris se construyó sobre una estrategia que fue particularmente exitosa para los demócratas en las elecciones de medio término de 2022, justo después de la decisión Dobbs. Ante el ataque de la Corte ultraconservadora al aborto, los votantes vieron en el Partido Demócrata la defensa de los derechos reproductivos. Y este espacio, a su vez, vio una estrategia para aumentar la participación electoral, factor que solía favorecer al progresismo. Algunos consideran que sirvió ese año para detener resultados contundentes en favor de los republicanos, opositores ante un presidente con bajo nivel de aprobación.
¿Cómo explicar, entonces, que los mismos votantes que apoyaron el aborto también votaron por Trump, quien se jactó de tirar abajo las cinco décadas de jurisprudencia que lo garantizaba? Un giro habilidoso de la campaña republicana parecería haber sido clave. Al inicio de la campaña, el magnate republicano seguía en su camino antiaborto, al prometer una prohibición nacional de la interrupción voluntaria del embarazo. Es uno de los objetivos más deseados de los provida, pero no cuajaba con las prioridades de la mayoría de los votantes, según las encuestas.
Los asesores de campaña de Trump intervinieron oportunamente durante una extensa charla a bordo del Trump Force One y lo convencieron de que la propuesta podría limitar sus opciones en Estados clave en los que se celebrarían referéndums sobre el aborto. La postura de Trump con relación a este tema ha fluctuado con los años y esta vez no fue la excepción.
Finalmente, al aterrizar, el entonces candidato prometió oponerse a una prohibición nacional y dejar en manos de cada Estado el tema del aborto. Una movida salomónica que desarmó la apuesta de Harris como defensora de los derechos reproductivos y liberó a los votantes a enfocarse en otros temas que favorecían más a Trump.
A través del espejo
La aparente neutralidad de Trump hacia el aborto ignora la realidad de Estados Unidos después de Dobbs, un fallo que tuvo el efecto de un sismo en un país acostumbrado a cincuenta años de aborto legal. Dos años después, en 13 Estados está totalmente prohibido el aborto; en cuatro más esta limitado a seis semanas de gestación, antes de que la mayoría de mujeres sepa que están embarazadas.
Las mujeres que actualmente tienen edad reproductiva nacieron con el derecho al aborto y sus madres también. Ahora retrocedieron a la situación de sus abuelas. Por su parte, México se convirtió en un refugio para las que tienen recursos para interrumpir un embarazo.
Las decisiones judiciales con relación al aborto aumentaron la disparidad en el territorio estadounidense. Esto no impacta solamente en la interrupción voluntaria del embarazo, sino que también limitó de forma estrepitosa el derecho a la salud de las mujeres. Se multiplicaron los casos de mujeres que, debido al temor de los profesionales a violar las nuevas leyes antiaborto, no pudieron recibir atención médica durante crisis obstétricas. Como suele ocurrir, las nuevas prohibiciones afectaron de manera desproporcionada a las mujeres más vulnerables.
A pesar de las limitaciones, la cantidad de abortos en Estados Unidos creció 11% después de 2022. En Estados donde se permite el aborto aumentó 26%, según el prestigioso Guttmacher Institute, que defiende los derechos reproductivos. Miles de mujeres tuvieron que viajar a otros Estados para interrumpir sus embarazos, incurriendo en altos costos económicos y personales.
¿Y ahora qué?
La batalla por proteger los derechos reproductivos no pasa solamente por la legalización o no del aborto: hay un sinfín de limitaciones que carcomen el acceso al derecho, incluso en situaciones donde se puede obtener legalmente. Mientras los activistas proaborto buscan garantizar el derecho, los antiaborto se frustraron porque Trump mantiene su negativa a una prohibición nacional, pero igual apuntan a limitar el acceso de otras formas.
Algunas de ellas están detalladas en el programa Project 2025 del Heritage Foundation: aumentar las regulaciones para las drogas utilizadas en abortos medicamentosos; requerir consultas médicas presenciales donde actualmente se permiten virtuales; limitar la financiación del procedimiento en la salud pública; y restringir la financiación de organizaciones que brindan servicios reproductivos, incluidos abortos. También podrían ampliar el derecho a objeción de conciencia.
Los defensores de los derechos reproductivos miran con preocupación la composición del Gobierno entrante, que podría avanzar con estas iniciativas. Eso incluye a personas como Ed Martin, quien ha defendido la prisión para mujeres que abortan y podría recalar en la Oficina de Gestión y Presupuesto, que revisa la financiación de programas, para asegurar que se alinean con las prioridades de la Casa Blanca. O la exprocuradora de Florida, Pam Bondi, nominada a fiscal general de Estados Unidos. Ella defendió restricciones al aborto y en su nuevo puesto podría tratar de restringir el envío de medicamentos abortivos a Estados donde está prohibido el aborto.
Menos claro aún es lo que hará Robert F. Kennedy Jr., el exdemócrata convertido en independiente, que fue nominado al Departamento de Salud y Servicios Humanos, que tiene autoridad sobre una variedad de agencias nacionales que impactan en el aborto, incluyendo la regulación de medicamentos y servicios de salud públicos. Al igual que el presidente electo, Kennedy tiene un discurso cambiante sobre el aborto –históricamente apoyó el derecho, el año pasado dijo que apoyaría una prohibición nacional, y ahora busca convencer a los republicanos antiaborto que esta de su lado-.
Desde las elecciones, Trump ha dado indicios de que el aborto ya no sería su prioridad, pero esta aparente moderación distrae de los objetivos de sus aliados políticos. Los movimientos que forman parte clave de su poder político tienen como eje central la ideología de la familia patriarcal, según marca un informe del Carnegie Endowment for International Peace: “Los políticos de extrema derecha pueden aprovechar la incomodidad de algunos votantes con las normas progresistas de género para ser elegidos. Sin embargo, una vez en el cargo, suelen promover políticas relacionadas con el género que van mucho más allá de lo que la mayoría de los votantes apoya”.
¿Y ahora qué?
* Este artículo fue publicado en Cenital