22 de septiembre 2019
Llegaron preparados, coordinados y listos. La mayoría tenía la certeza de que no avanzarían ni un kilómetro de los cuatro puntos donde iniciaría la convocatoria. Y de hecho, así fue. Este sábado, Managua amaneció militarizada con centenares de agentes, patrullas y paramilitares —que operan en complicidad con las autoridades. Pero el estado de sitio, impuesto de facto por la dictadura orteguista, precisamente hace un año, fue burlado una vez más. En las calles llueve fuerte, pero la convocatoria no se cancela. No hay marcha, pero sí piquetes y plantones que hacen ver absurdo el despliegue policial en la Carretera a Masaya, una de las principales arterias de Managua.
Magdalena burla un cordón intimidante de policías, que estaban apostados frente al edificio del Centro Pellas, en Carretera a Masaya. Se burla de ellos sin darse cuenta. Su hija, de 21 años, le había dicho que fueran a protestar, y que sino ella se iría sola. Magdalena, de 59 años, y su hija tomaron dos buses y llegaron desde el barrio San Judas, a seis kilómetros de donde estaban las manifestaciones, hasta la Carretera a Masaya.
La mujer de falda larga, de un metro con 50 centímetros y piel quemada por el sol, se salta un pequeño muro de medio metro, mientras que el rostro intimidante de unos cien antimotines la observan impávidos. Permanecen como gárgolas, sin moverse. Detrás de ellos está el comisionado Juan Valle Valle, coordinando el operativo. Después de saltar el muro, Magdalena y su hija corren hacia la entrada del edificio, donde unos ochenta protestantes gritan jubilosos. Tal vez Magdalena desconozca el simbólico acto que acaba de hacer y que resume la jornada de este día. Ella, una mujer que ha venido desde uno de los extremos de la capital para inflar un par de globos azul y blanco y sacar desde el fondo de su cartera, —doblado hasta más no poder— una pañoleta con los colores de la bandera.
Se mantiene la represión en el edificio del Centro Pellas, donde un grupo de manifestantes planeaba salir a marchar contra la dictadura de Ortega. Una persona ha resultado herida. Los agentes tiran piedras y canicas. El edificio permanece rodeado. @confidencial_ni #SOSNicaragua pic.twitter.com/x1aOHlpeEy
— Franklin Villavicencio (@fvillabravo) September 21, 2019
Eso es lo primero que hace. Está nerviosa. Busca dos bolas de servilletas casi deshechas en lo más profundo de su bolso. Las desenvuelve y extrae de ellas cuatro globos sin inflar. Le da dos a su hija y ella se coloca entre sus labios otros dos. Pareciera que en ese bolso anda cosas prohibidas. Y la verdad es que en Nicaragua sí están prohibidas. Sacarlas en la calle ya ha provocado que otros manifestantes pasen una tarde, una noche, o hasta meses en las cárceles del país.
—No le voy a negar que tuve miedo —responde al ser consultada sobre la hazaña que acaba de hacer— pero es peor seguir viviendo en una dictadura.
Llena de aire los globos y se coloca la pañoleta azul y blanco en una mano. Se une al grupo de manifestantes que gritan consignas y permanece expectantes a cualquier escalada de represión.
Heridos por policías
A esta hora, un poco más de las 11, ya habían herido a un muchacho. Pedro Estrada, un excarcelado político y atrincherado de la Universidad Autónoma de Nicaragua (UNAN) fue impactado en su frente con una bomba aturdidora que explotó tras ser tirada por un oficial. El joven de 21 años fue socorrido por un grupo de manifestantes que lo trasladaron bajo techo y envolvieron su cabeza para mitigar el sangrado. Una señora se desmayó, pero su condición no era grave.
El sonido de unos vidrios rotos hace que el grupo de manifestantes busque refugio en uno de los costados del edificio. El contingente de policías había lanzado una chibola —o canica— que impactó en una de las ventanas de la fachada de vidrio. No es la primera ventana que la Policía Nacional rompe de esta edificación, símbolo del gran capital. Este centro financiero ha sido el epicentro de piquetes y plantones desde que inició la rebelión cívica de abril en 2018. Sus trabajadores suelen salir de vez en cuando a la hora del almuerzo con banderas azul y blanco, y retan al régimen desde el parqueo.
Pero esta vez el asedio ha sido más brutal. Todos los accesos al edificio permanecen cerrado, al igual que sus calles aledañas. Pareciera que dentro se refugia algún capo de la droga, o un terrorista yihadista que la Policía quiere capturar. Así de brutal es el despliegue. Pero dentro solo hay unas ochenta personas que no tienen ni morteros. Adentro hay jóvenes universitarios y señoras como Magdalena, que hartas de la opresión no les importa moverse seis kilómetros en bus a través de unas calles militarizadas, o pasar frente a las narices de uniformados, paramilitares y agentes armados con fusiles AK-47.
—Saber que hay gente que viene, ¿y quedarnos nosotras en la casa? No podíamos— dice sin reparo.
El 23 de septiembre de 2018 la dictadura de Daniel Ortega aplastó una de las últimas convocatorias cívicas antes de su prohibición, el 28 de ese mes. Magdalena recuerda ese día. Como hoy, también se fugó de casa junto a su hija. Dice que una de las cosas que la impulsó a venir hasta aquí fue el recuerdo del joven Matt Romero, una de las últimas víctimas de la represión y por cuya memoria se protestó este sábado. En esta ocasión no hubo muertos, ni detenidos.
Cuatro plantones, cuatro puntos
Unas quince patrullas de la Policía del régimen llenas de agentes van y vienen a lo largo de la carretera. Tienen asignado cubrir un radio entre las oficinas de Movistar, la Rotonda Centroamérica y el Centro Pellas. En toda esta distancia hay cuatro focos de protestas, cuatro grupos de células pequeñas —en comparación a las manifestaciones de abril— pero suficientemente grande para hacer bulla y poner a correr a centenares de policías por la capital.
En Plaza Vistana —cerca de la rotonda Centroamérica—; en el parque del restaurante Rostipollos —frente a la Lotería Nacional—, al costado del edificio de Movistar y en el Centro Pellas, los grupos de manifestantes gritan consignas. Ya tenían claro que si no lograban avanzar los kilómetros de la marcha, pues se quedarían ahí plantados. Plantados, gritando y ondeando banderas.
Así desplegó la dictadura a la Policía para no dejar marchar a la población en Managua. En el resto del país también las ciudades amanecieron llenas de patrullas. #ReporteCiudadano @confidencial_ni pic.twitter.com/CUzxuCT6uv
— Yader Luna (@Lunacero) September 21, 2019
Esta es una nueva modalidad de protesta simultánea que un par de veces atrás se había visto. La coordinación, en esta ocasión, hizo la diferencia. Cada grupo de manifestantes se tomó un punto, y no se movieron de ahí. Por un lado estaban los miembros de la Unidad Nacional Azul y Blanco, por otro la Alianza Cívica por la Democracia y la Justicia, en otro los estudiantes, y en uno más los presos políticos. Se veían rodeados y expectantes. El régimen creyó que los había aislado en su propia convocatoria, sin saber que esa era parte de la estrategia. La marcha fue frustrada, pero la oposición frustró también el “estado de sitio” de la dictadura.