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La cuarta sentencia de “Orange Is The New Black”

Más que ninguna otra serie en la era del streaming, OITNB ha explotado las posibilidades de la televisión episódica

Juan Carlos Ampié

18 de junio 2016

AA
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“La jaula está llena”, canta Regina Spektor en el infeccioso tema musical de “Orange is the New Black”. En la cuarta temporada, la jaula está más llena que nunca. El tercer ciclo culminó con una brillante yuxtaposición de luz y sombra. Las presidiarias escapaban a través de un agujero en la cerca para disfrutar de las aguas de un estanque. No hay espacio para fugarse, no realmente, pero el momento se experimenta como un jubiloso paréntesis de libertad y concordia. No saben que decenas de nuevas prisioneras arriban a la cárcel. La empresa privada que ahora administra Litchfield apunta a convertirla en un negocio rentable, aunque tenga que hacinarlas como animales. Los 13 nuevos episodios fueron “liberados” en la madrugada del viernes. Apenas tuve chance de ver los primeros tres. Cronistas más diligentes – y con más tiempo – reportan que esta puede ser la mejor, y más oscura de las temporadas. Clasificacion

Incrementar exponencialmente el número de presidiarias capitaliza las fortalezas de “OITNB”. La serie arrancó en un registro tradicional, con Piper (Taylor Schilling), una blanca atractiva y privilegiada, sirviendo como nuestra guía en el mundo de la prisión de Litchfield. Presa por llevar una maleta de drogas en un viaje, la complicaciones románticas de sus relaciones paralelas con la éxotica traficante Alex (Laura Prepon) y un escritor neurótico (Jason Biggs), acaparaban tiempo. Pero algo inesperado sucedió en el camino al comisariato. La dinámica de una protagonista prototípica para la TV norteamericana cedió espacio a una estructura coral. Cualquier prisionera – o guardia, o burócrata – podía secuestrar un capítulo. Y la cárcel esta repleta de personajes fascinantes, con arcos dramáticos que cruzan barreras de género, clase social y nacionalidad. En los Estados Unidos de la era multicultural, la productora Jenji Kohan encontró el concepto ideal para explorar la sociedad moderna en el siglo XXI.


La última vez que vimos a Piper, se había transformado en una especie de líder mafiosa, al organizar un cartel que vendía calzones usados a fetichistas. Su empoderamiento queda minimizado por la privatización de la cárcel. El capitalismo es la perra más mala de todas. Alex estaba siendo estrangulada por un sicario de su jefe narco. Sophia (Laverne Cox), la peluquera transgénero, quedó encerrada en aislamiento. Pensatucky (Taryn Manning) lidiaba con el trauma de una violación mientras miraba al guardia que abusó de ella “trabajando” a Maritza (Dianne Guerrero) como nueva víctima. Big Cindy (Adrienne C. Moore) se convertía al judaismo, Poussay (Samira Wiley) y Soso (Kimiko Glenn) iniciaban una relación. En el lado administrativo, Caputo (Nick Sandow) conseguía los bona fides de los nuevos dueños, mientras los guardias de seguridad abandonaban su trabajo. En un indicio del porvenir, Judy King (Blair Brown), celebridad al estilo de Martha Stewart, se presentaba para cumplir sentencia.

Podríamos llenar páginas de texto recapitulando historias, sin hacerle honor a la nerviosa energía del reparto, y sus vívidas caracterizaciones. Los flashbacks que ilustran las circunstancias que los trajeron a Litchfield siguen expandiendo nuestro entendimiento. El segundo capítulo se dedica a María (Jessica Pimentel), un personaje marginal que gradualmente ha conquistado espacio. Ahora, es la punta de lanza para uno de las nuevas subtramas: el balance racial de prisión ha cambiado. Ahora, las latinas son mayoría. La astucia de Kohan se hace evidente en su reconocimiento de las diferencias dentro del grupo étnico. Las tensiones entre colombianos, mexicanos, dominicanos y cubanos quedan en el récord.

Más que ninguna otra serie en la era del streaming, OITNB ha explotado las posibilidades de la televisión episódica. Si aún no la ha visto, la buena noticia es que las tres temporadas previas están disponibles en la plataforma de Netflix. Al ser una producción original, el acceso no esta sujeto a licencias de distribución con fecha de expiración. La idea de apartar tiempo para ver 52 episodios puede ser intimidante, pero piense que se trata de una gran novela virtual, un torrente de datos que se traduce en imágenes y sonidos. Es un universo contenido que se seguirá expandiendo. En una movida sin precedentes, Netflix anunció que renovaba la serie por tres temporadas más, siempre bajo el control de su creadora original. Estaremos tras las rejas por un buen rato.

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Juan Carlos Ampié

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