Lo conocí en cuarto año de secundaria. Estudiábamos los dos en el Instituto Pedagógico de Managua, Colegio La Salle. En la sección “C” y yo en la sección “A”, una diferenciación que usaban los curas de ese tiempo que implicaba una diferencia en las clases sociales.
Nos hicimos muy amigos, y compartíamos ideas y sueños de esa edad. ¡Estábamos en esa época en que la juventud lo hace pensar y soñar en que uno lo puede alcanzar todo! En esos entonces, él era el mejor, o el segundo mejor, estudiante de su sección y siempre lo fue. Él decía a menudo que no tenía que estudiar mucho para aprender y así fue, en todo el tiempo que lo conocí. Más tarde otras personas que compartieron con él—siendo estudiante de medicina—cuentan que siempre fue el mejor o uno de los mejores estudiantes en donde cursó.
En aquella época, al igual que otras personas, ambos éramos simpatizante del F.E.R. (Frente Estudiantil Revolucionario). Formamos una célula con otros cuatro integrantes que proveníamos del Colegio Pedagógico, colegio católico, privado. La mayor parte de las células existentes se conformaban por estudiantes que provenían más bien del Instituto Ramírez Goyena, colegio público que era el más combativo. Nosotros tuvimos la suerte de ser liderados por un dirigente universitario ya de relativa importancia en ese entonces, René Núñez.
Un recuerdo que permanece en mi memoria de aquella época es cuando el papá de mi compañero de colegio le regaló un automóvil Cutlass negro, automático, último modelo, cuando cumplió 16 años. Un regalo extraordinario para la clase media alta de aquella época—y quizás de esta también. Su padre decía que esto le ayudaría a vencer su timidez y darle popularidad entre sus compañeros. En él, salíamos a pasear por la Avenida Roosevelt. Lo que estoy narrando termina en el año 1970.
Me volví a encontrar con él cuando asistí a la vela de su padre, a quien yo quise mucho y con el que tuve una relación privilegiada. Ya había terminado la época de colegio y estudiábamos en la universidad.
Y así agarramos caminos diferentes.
No lo volví a ver hasta muchos años después, que ya ambos éramos mayores, de unos cincuenta años. Yo había estado trabajando en la Presidencia de la República, Institución con la que trabajé tres años.
Mi compañero de colegio, la persona con la que yo había compartido sueños e ideales, ya era otra persona completamente distinta: un militante del FSLN, diputado de la Asamblea Nacional y había logrado que lo nombraran desde la década de los 90 como máximo y eterno dirigente de la Federación Nacional de los Trabajadores (FNT). Mi compañero de colegio había convertido esta organización en una turba de paramilitares, desde luego controlada por el FSLN.
No recuerdo exactamente la ocasión, pero yo estaba asistiendo a una reunión convocada por el entonces presidente de la República, Enrique Bolaños. Tengo que decir que me alegró mucho el encuentro con mi compañero de clases después de tantos años. Al finalizar la reunión iban caminando juntos él y la señora Doris Tijerino. Él se dio vuelta, me quedó viendo y le dijo a la señora Tijerino: “Él (refiriéndose a mi) es un vendido, ¿cómo puede ser que se volvió Liberal? ¡No puedo entenderlo!” Yo le respondí, “vos sabes que no soy Liberal, pero quiero recordarte de una anécdota, ahora que está presente la señora Doris Tijerino…” y procedí a contarle la historia del regalo que su padre le había hecho en su cumpleaños número 16, el Cutlass negro que era la envidia del resto de compañeros de curso.
Esta fue la última conversación que tuve con mi compañero de escuela.
Más tarde me enteré que, además de la posición que señalé anteriormente que él ostentaba, Ortega y su mujer ya lo habían nombrado en un cargo sumamente importante. Daniel Ortega había logrado desmantelar y desarticular una serie de programas sociales que diversas ONG implementaban con jóvenes pertenecientes a pandillas y otros socialmente marginalizados. En ese contexto, mi excompañero de colegio fue nombrado como encargado de manejar todos los sectores sociales y productivos del país. Era una posición de poder. En su nuevo puesto, él se encargaría de reclutar a los parias que quedaron desamparados tras la eliminación de los programas sociales manejados por las ONG. Ahora entiendo que en su nueva posición, él era el encargado de reclutar a los jóvenes excluidos y miembros de pandillas, para posteriormente engrosarlos en las filas de la Juventud Sandinista, los ahora llamados “grupos paramilitares”.
"Venid los parias de la tierra", como dice “La Internacional”. ¿Cómo alguien que hizo un juramento Hipocrático, que prometió sanar al ser humano cómo médico—de la misma manera en que los policías juraron servir y proteger al pueblo—se aprovechó de los jóvenes socialmente excluidos, de sus traumas y problemas, para convertirlos en armas letales del Estado? "Venid los parias de la tierra": qué fácil lavarle el cerebro a un huérfano de la sociedad, al que nadie quiere, el que es un estorbo. Ortega es un especialista en este tipo de abuso emocional a personas vulnerables. Más claro no está. En inglés le dicen un "trustafarian": alguien de clase social media alta y privilegiada, que tiene el lujo de adoptar un estilo de vida hippie (comunista), un disque guerrero de justicia social, pero que maneja carros y duerme en casas lujosas y come comida orgánica. Un acomplejado que nunca se sintió lo suficientemente bueno por haber nacido en una clase privilegiada y que, con el paso del tiempo, optó por hacerse el liberador de los pobres y de las clases trabajadoras, solo para abusar de sus vulnerabilidades y convencerlos de que sus posiciones de desventaja son la culpa de la clase media alta. Por eso es fácil que estos jóvenes excluidos y abandonados se conviertan en armas letales en contra de su mismo pueblo.
Desde el 2009, los medios periodísticos vinculan a mi excompañero de colegio con Unimark (Universal Marketing Associates, S.A.), una compañía de distribución de medicinas que ha ganado contratos millonarios con el Estado. En el 2016, pasada la tercera consecutiva toma de posesión de Ortega y la primera de su mujer como vicepresidente del país, y en vista de que René Núñez se había retirado de la Asamblea por motivos de salud, el que había sido compañero mío, fue nombrado presidente de la Asamblea Nacional. ¡Ya lleva 16 años de ocupar cargos en la Asamblea! Desde esta posición que implicaba aún más poder, él le ha demostrado a Ortega y su mujer, una lealtad de hierro que va más allá de ser el médico internista de la familia.
En los últimos tres meses en los que el país despertó demandando una verdadera democracia, y en los que Daniel Ortega y su mujer han respondido con unos niveles de criminalidad nunca imaginados, desde la Presidencia de la Asamblea Nacional mi excompañero de colegio, sugiriendo o cumpliendo órdenes de Ortega, conformó una “Comisión de la Verdad, Justicia y Paz”. Esta Comisión se encargaría de “conocer, analizar y esclarecer la verdad de los sucesos acaecidos en el país”. Para este fin se juramentó, a nada más y a nada menos, que al padre Francisco Uriel Molina Oliú; a Francisco López Lowery, a Mirna Cunningham, a Adolfo Jarquín Ortel y a Cairo Melvin Amador, como miembros de esta. Inmediatamente la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia (CUDJ), dijo que “la investigación por parte del Ministerio Público y la mal llamada Comisión de la Verdad”, presidida por el presidente de la Asamblea, “no tiene validez”, expresando que los asesinos no pueden investigarse a sí mismos. También desde la Asamblea se aprobó la “Ley contra el Terrorismo”, la cual se adjudica la potestad de acusar a cualquier ciudadano que se oponga al régimen de ser terrorista y castigarlo hasta con 15 años de cárcel.
Recientemente me enteré de que el nombre de mi excompañero de colegio, está incluido en una carta en la que diversas organizaciones nicaragüenses se dirigen al Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, en la que se acusa a un grupo de personas allegadas al régimen de Daniel Ortega de crímenes de lesa humanidad.
Las razones por las que se incluye a mi ex-compañero de colegio en esta lista son, entre otras: (1) siendo Presidente de la Asamblea Nacional realizó llamados públicos al ataque e incitación a la violencia que provocaron la masacre de 19 personas asesinadas el Día de las Madres, (2) su complicidad con el régimen al no cumplir con el mandato constitucional de investigación, suspensión de inmunidad y destitución del Presidente frente a la evidencia de delitos y faltas graves cometidas por el Presidente, (3) ser cómplice de la represión al aprobar leyes urgentes para criminalizar las protestas como terrorismo y (4) aprobar en el Congreso controlado por los Sandinistas la entrada de tropas extranjeras, en particular las venezolanas y cubanas.
La última vez que supe de él fue esta semana, cuando en las redes sociales, se mencionaba que el joven Marcos Novoa, denunció que en la finca de Gustavo Porras, mi excompañero de colegio, fue torturado, mientras lo tuvieron injustamente detenido.
Ya se han cumplido más de 100 días de lucha y sigue la matanza indiscriminada hacia hombres y mujeres valientes, 450 o más muertos, 2000 heridos, y miles de desaparecidos y desplazados. ¿Cuándo y cómo cambio mi compañero de colegio, la persona que estudió para salvar vidas y ahora es uno de los que orquestan y dirigen las masacres contra el pueblo? Quizás se conjugaron en él dos verdades repetidas en frases muy conocidas: “El poder corrompe” y a medida que se hace más grande, corrompe aún más. También la corrupción de los mejores es la peor que existe.
Y aun así, me duele profundamente alguien que en su momento, fue muy bueno y fue mi amigo.