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Vuelo a ras de suelo

La profesión la dominan editores que tiemblan ante la más mínima acumulación de letras

Guillermo Rothschuh Villanueva

18 de septiembre 2016

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Con cierto deje de originalidad, Martín Caparrós emprende uno de sus viajes recurrentes hacia el centro de la crónica. Sus disquisiciones sobre la forma de escribirlas, una paciente asimilación de la manera que acomete su oficio de cronista. Adecuación feliz entre teoría y práctica desde su propia perspectiva. Ensaya su propia definición. La crónica es un kiwi: no se sabe si es un pájaro o un fruto, si hay que correrlos o pelarlos. Lacrónica (Editorial Planeta, 2016), tejido en alto relieve, testimonio irrecusable de sus andanzas por el mundo y confirmación expresa de sus concepciones de un género al que ha dedicado los mejores años de su vida. En 1991 fue a ver a Jorge Lanata, director de Página 12, para formularle dos propuestas. Lanata le contrapropuso descubrir, escribir territorios. Antes de hacerlo se adentró por los caminos de sus mayores. Se impuso la leer cuatro obras capitales: Lugar común la muerte de Tomás Eloy Martínez, Operación Masacre de Rodolfo Walsh, Music for chameleons de Truman Capote e Inventario de otoño de Manuel Vincent. Como sus antecesores, ratifica: antes que la escritura está la lectura.

Consecuente con la premisa de estar reinventando —jamás atenerse a lo establecido— buscó volver apetecibles sus propuestas. La necesidad de refrendar lo mucho o muy poco que ha dicho acerca de lacrónica, vierte en un mismo texto su forma de entenderla, aderezada con crónicas que refrendan sus conceptos. Convalidación ingeniosa de su largo trajinar. Con idéntica pasión y obsesividad, busca el tono y estructura para cada una de sus crónicas y encuentra en la alternancia de teoría y texto, la mejor forma de construir la fortaleza. Son 535 páginas las que dan cuenta de su novedosa formulación. Cuando tiene que reiterar posiciones lo hace sin remilgos. No le importa insistir en sus planteamientos. Sus acometidas a veces resultan virulentas. Un tanto provocativas. Por momentos suele mostrarse intransigente. No teme mal disponerse con los infieles. La salud de la crónica, su existencia y desarrollo, su aclimatamiento, le importan tanto, que no está dispuesto a hacer concesiones de última hora. El momento que vive el periodismo apremia. Esto supone ser consecuente hasta el final. Perseverar. Jamás dimitir.

Ratifica su perspectiva, confronta la máquina-periodismo, no teme dejarla al desnudo. Llama la atención a los incautos y vivianes. No transige. La objetividad no existe. En todo relato hay alguien que decide qué se debe contar y de qué manera hacerlo. Caparrós levanta el dedo acusador. Los medios no están dispuestos aceptar que la objetividad es una quimera. Supondría que sus narrativas están saturadas de subjetividades. El juego de prestidigitación no funciona. Devela el subterfugio. El conejo de la objetividad se queda en la chistera. El truco ha consistido en equiparar objetividad con honestidad y subjetividad con trampa. Desencaja los gonces de la prosa informativa. Su intención —¿mala intención?— ha sido desparecer al sujeto. Lacrónica no se disfraza ni mimetiza. Sus cultores tienen la honestidad de quitarse la ropa. Sus artífices dicen, esto es lo que yo vi, yo supe y les cuento. Avala sus afirmaciones. Un ejemplo. El Día de los Santos Inocentes, los medios hacen algo distinto: incluyen noticias falsas, presentadas como bromas. Con esto pretenden hacernos creer que los otros 364 días no mienten.

El tributo de Caparrós a Kapuscinski más que merecido, aunque supongo que su identificación con el polaco, proviene de las similitudes que guardan el uno con el otro. Con la misma presteza que deshace entuertos y disiente de los otros —a Vargas Llosa le mete un codazo— muestra admiración por aquellos con quienes se identifica y reconoce sus maestros. El pretexto lo ofrece K. Caparrós le había solicitado una entrevista y Kapuscinski volvió a repetir que él jamás había hecho una entrevista. C no se arredró. Continúo haciendo de entrevistador. ¿Dónde encontrar su condescendencia? ¿A qué razones atribuir que solo haya chistado para sus adentros? En sus líneas de parentesco entre K y C. Los orígenes de las coincidencias pueden diferir, no así las consecuencias. Los dos han sido viajeros incansables. K lo hizo porque lo enviaban. C porque decidió hacerlo. Ambos son obstinados. Su pasión no conoce límites. K insiste que la crónica es literatura construida a partir del material de la realidad. K, equipara el trabajo periodístico con el del misionero: abre caminos para que los pueblos se conozcan.

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Existen otras características genéticas compartidas. Kapuscinski y Caparrós no creen que el periodista deba guardar distancia frente a lo acontecido. Son firmes creyentes y están persuadidos que los mejores textos son aquellos donde el periodista se implica. La objetividad —remata K—  produce texto fríos, textos muertos. En la hora definitiva del periodismo, cuando este pareciera navegar a la deriva y que se va a estrellar contra los arrecifes, Kapuscinski está convencido que todo empezó a cambiar hace muchos años. El periodismo escrito sigue empequeñeciéndose. La televisión se enseñorea. Se ha convertido en hegemónica. Ante la dominación del mercado todo sucumbe. La noticia se convierte en mercancía. La tesis de K no debe sorprender a los nicaragüenses. El gran capital se metió a controlar la profesión. El primer arponazo: “Empresas dirigidas por gerentes que responden a patrones que responden a los bancos. El siguiente: Ahora, con el gran capital, empezaron a manejar el mundo de los medios señores que no son periodistas, que ni siquiera les interesa el periodismo”.  Su afán es doble, hacer dinero y controlar la agenda.

En Lacrónica Caparrós hace una aseveración que no comparto, afirma que la crónica es bien sudaca. Deja en el aire qué entiende por sudaca. Aceptar esta tesis equivaldría admitir que América del Sur comienza en el Río Bravo y termina en la Patagonia. Apenas menciona a América Latina. ¡Inadmisible! En El insomnio de Bolívar (2009), el mexicano Jorge Volpi, en solo el prólogo —Confesión y Confusión— se desmarca. Siendo estudiante de filología hispánica en Salamanca, sus compañeros de pupitre creían que era sudaca, siendo muy mexicano. La crónica abarca un espacio geográfico inconmensurable. Caparrós lo deja sentado de manera implícita. Al nombrar a Monsiváis, Villoro, Poniatowska, Almanzan, Martínez D′Aubuisson, Salinas, etc., da dos pasos adelante. Su mención del Nuevo Periodismo estadounidense —lo cree envejecido— evidencia que su mirada es amplia, no por eso debemos compartir su desliz. La mención que hace de Antología de la Crónica Latinoamericana Actual de Darío Jaramillo Agudelo y Más que ficción de Jorge Carrión, lo salvan del infierno.

Caparrós— cultor empedernido de Lacrónica— alega en todas sus letras que la crónica es un anacronismo. Muchísimo antes que él lo dijera, lo expresó de forma idéntica el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera, fundador de la crónica moderna, junto a nuestro paisano Rubén Darío y el cubano José Martí. Monsiváis, el grande, en su antología de la crónica en México —A ustedes les consta— cita textualmente a su coterráneo: “La crónica, señoras y señoritas, es, en los tiempos que corren, un anacronismo… la crónica ha muerto en manos del repórter, quien es tan ágil, diestro, ubicuo, invisible, instantáneo, que guisa la liebre antes que la atrapen… A medida que los escritores bajan, los repórters suben”. Increíble. Ante la aparición de la figura del reportero en Estados Unidos, el mexicano está convencido que no hay nada que oponer. Descorazonado, apostilla la muerte de la crónica. En otras palabras, certifica  la desaparición del cronista. Ante el avance arrollador de las tecnologías de la información y comunicación, algunos adelantaron el fin del periodismo, confundiendo el final del papel con su desaparición. Olvidan que antes existió la piedra y el papiro.

Hoy más que nunca la crónica rebosa alegría, cautiva, embelesa, cuenta como nadie historias diversas, se hace cargo de temas disímiles, la web ha venido a oxigenarla. Caparrós no se engaña. Su visión está asentada sobre roca. La profesión la dominan editores que tiemblan ante la más mínima acumulación de letras. Prescribe que Lacrónica es el tipo de periodismo que la mayoría de nuestros medios no publican. Luego añade: Lacrónica es una manera de contar el poder de otra manera: el poder de la violencia, bandas, narcos. Ecos de Talase, adelanta que lacrónica será marginal o no será. “Nuestro trabajo —se confiesa— consiste en saber qué significa marginal y llevarlo a la práctica”. No hay manera que cambie. Los cronistas deben seguir buscando otras formas literarias para sustentar el relato real. Lo nuevo no pueden ser únicamente las tecnologías de información y comunicación. Como le confió Kapuscinski, en América Latina, más que en cualquier otro lugar del mundo, la crónica está ligada a la literatura. Una verdad que debe seguir cultivándose, profundizándose, reinventándose.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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