15 de noviembre 2016
Todo se desarrolló ante un respetable público planetario entre mitad jubiloso y mitad temeroso. Tan particulares fueron esas elecciones que, otra vez y ahora más que nunca, llamaron la atención de todo el mundo, tal como solo puede atraerla un imperio global con cuyas políticas afecta desde la economía y la soberanía de las naciones hasta la comida de los pobres de la Tierra. Es tan grande esa atención, que no la consiguen los juegos olímpicos ni los campeonatos mundiales de fútbol, solo para mencionar los más próximos y parecidos en lo fantasioso y lo espectacular. Además, con una campaña electoral histórica por lo histérica en ese país norteamericano. (“América”, les gusta decir a los afectados con el complejo Monroe).
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En ese país, su realidad política ofrece muchas claves para descubrir lo que hay detrás de lo teatral, necesario tener cuenta para conocerlo un poco mejor. Durante la campaña a ninguno de los votantes de Trump –59.9 millones, por lo menos la mitad mujeres— le desagradó su misoginia, su vulgaridad ni su xenofobia. Eso significa, que la cuestión ética ha sido la menos presente durante la decisión de sus votantes. Algo muy similar –quizás más que similar— a la conducta electoral de algunos nicaragüenses y, peor, de algunas mujeres, con respecto a Ortega.
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El voto mayoritario a favor de Trump, fue también un voto de rechazo al corrupto sistema político de su país, y él supo convencer de ello a los votantes; sin embargo, por mucha verdad y justicia contenidas en sus críticas, nunca las concibió ni las dijo en contra de todo el sistema político, económico y social que hace posible la corrupción de sus políticos, sino para salvarlo, porque él mismo es un destacado producto de ese sistema.
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En las elecciones estadounidenses funcionó un complejo racismo: el de los blancos pobres que votaron por Trump, en apoyo de su rechazo a los negros y los latinos en Estados Unidos; y ese mismo racismo se expresó en favor de su promesa de hacer retornar las empresas que se trasladaron a otros países, en donde explotan el trabajo de negros y mestizos latinos, africanos y asiáticos. Eso revela que la promesa de Trump de hacerlas volver es, en el fondo, un interés clasista de que vuelvan a explotar el trabajo de los blancos norteamericanos pobres y mejorar la economía nacional.
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Todo lo errático que Trump pueda llegar a ser desde la presidencia, no será muy diferente a lo que ha sido cada uno de sus presidentes de todos los tiempos, unos peores que otros. Lo que falta ver, por ejemplo, es si el complejo industrial militar y los grupos financieros harán de Trump un genocida atómico como Harry S, Truman, en Japón; un jefe de torturadores en Chile, como Richard Nixon; un bruto reaccionario padrino de matones en Nicaragua, como Ronald Reagan; o un genocida de pueblos medio-orientales como George W. Busch. Y Trump, parece tener madera para ser todo eso y aún más.
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El triunfo de Trump ha provocado una lógica alegría entre los gobernantes derechistas de América Latina, pero eso no incidirá positivamente en el carácter colonial de las relaciones que Trump hereda de los presidentes anteriores. Ese tipo de relaciones coloniales solo los han logrado cambiar o variar de intensidad los pueblos que así lo han decidido, y han sido capaces de enfrentar la agresividad imperial o neutralizarla, en defensa de su soberanía e independencia.
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La victoria electoral de Trump, siendo un comerciante inescrupuloso, explotador de la tahurería y beneficiario del negocio con la belleza y la dignidad de las mujeres de todo el mundo, se la debe a la deformación de los valores humanos y sociales de la sociedad norteamericana, de los cuales muchos se sienten orgullosos pero que, en la realidad, y en la práctica de grupos sociales multimillonarios que los contradicen o los anulan.
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El pronto reconocimiento y las felicitaciones de Clinton y Obama a Trump, no son solo muestras de cortesía política; tampoco es la expresión de la “fortaleza” y el “fundamento de la democracia” de ese país, sino también, y principalmente, parte de un ejercicio habitual de los políticos demócratas y republicanos, porque todos son dependientes de las cúpulas dominantes en lo económico, institucional y militar. Los millones gastados en sus campañas, son inversiones por las cuales esas cúpulas obtienen grandes utilidades, pues son las que diseñan las políticas que los políticos ejecutan.
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Eso indica que sus contradicciones y rivalidades personales, aun siendo ciertas –¡y expresadas con cuál brutal retórica!—, no son fundamentales y tampoco irreconciliables. Todo es parte del mismo espectáculo. Po eso, desde antes que amaneciera el 9/N, los políticos republicanos que rechazaron a Trump por sus defectos personales, cambiaron el contenido y el tono de sus discursos en busca de la “reconciliación”. Igual sucede con los políticos de ambos partidos y de todo el mundo con intereses afines o por cortesía diplomática.
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Con el control de los republicanos en el senado y la cámara de representantes, más la derecha de los demócratas en ambas cámaras, seguirán siendo puentes a través de los cuales pasan las órdenes de los poderes fácticos de las cúpulas industriales y financieras de los Estados Unidos, apoyados por el trabajo efectivo de sus “lobbistas”, o lo hacen por las vías institucionales. De modo que no será la voluntad de Trump, como no fue la de los otros presidentes, la que determinará las políticas fundamentales de ese país.
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No se puede olvidar tampoco que Trump –igual que si hubiese ganado Clinton— será un gobierno de las minorías: fue elegido con casi el 25% de la población del país, porque los 90 y pico de millones de los votos de uno y los 90 y pico de millones de la otra, apenas más de la mitad de los ciudadanos aptos para votar. Pero allá la presidencia casi siempre se gana con el voto de otra minoría aún más chiquita: con los votos de la selecta cúpula de los “Consejos Electorales”. Dicen que Trump “ganó” con 280 votos. ¡Toda una flamante “democracia” de una ínfima minoría de la minoría!
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Frente a esa realidad, donde manda esa minoría con poder atómico, hay que sentir lástima por quienes se hacen ilusiones con Trump, comprender a los que sienten temores y simpatizar con la lucha de los sectores populares que allá protestan contras esa “elección”, lo que, en esencia, es un rechazo al injusto, arcaico y corrupto sistema electoral. Entonces, sobran los motivos para estar alertas y en pie de lucha ante un probable empeoramiento de la situación internacional. Pero, para eso, no vale fijarse demasiado solo en Trump, sino en los poderes reales, siempre ocultos detrás de la Casa Blanca.
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Ruperta y Ruperto
- Pese a los centenares de millones de dólares invertidos en la fantasía electoral gringa, Rupertó, no le sacaron ni la mitad del provecho que Daniel le sacó a los doce millones de dólares que invirtió en sus “elecciones”…
- ¿Cómo es eso, Rupertá?
- Muy sencillo, Rupertó: Trump apenas ganó con el 25% de los votos de la población, y los 280 votos de los “Consejos Electorales”; y Daniel “ganó” con el 72% (y un poquito más)… ¡que le asignó un solo Consejo Electoral!
- Significa que avanzamos mucho en materia de productividad, Rupertá…
- Así fue demostrado con las abstenciones, digo con las “elecciones”, Rupertó…
- Gracias a Dios, Rupertó, por ser un país con tanta productividad, cuando apenas estrenamos reinado…
- Pero así como sus majestades cambiaron casi sin votos el sistema político, Rupertá, ojalá su Corte cambie el nombre de República de Nicaragua, por el de… ¡Reino de Farsilandia!
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