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Vargas Llosa y la conjura de los necios

Fue uno de los intelectuales más influyentes en el debate público en el último medio siglo de los dos lados del Atlántico. Un “ intelectual orgánico”

Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa firma el libro de honor del Observatorio del Roque de Los Muchachos, del Instituto de Astrofísica de Canarias, en 2018. // Foto: Iván Jiménez | IAC

Jaime Ordóñez

15 de abril 2025

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Con Mario Vargas Llosa se generó en América Latina un debate absurdo en las últimas décadas. A pesar de ser uno de los más grandes escritores de nuestra lengua –junto con Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, y dos o tres más–, muchos se ofuscaron por sus posiciones políticas: el apoyo a Margaret Thatcher en su día; a las posiciones de Milton Friedman y asociados, etc. Sin embargo, esas críticas se basaban en una típica “falacia de asociación” aristotélica. En este caso, confundir la obra literaria de alguien con sus convicciones ideológicas. Es como tratar de demeritar la grandeza de Jorge Luis Borges por haber ido a Chile en la época de Augusto Pinochet, o a Pablo Neruda por escribir la Oda a Stalin, un panegírico mediocre a quien mató a millones de seres humanos en Siberia, lo cual no puede devaluar, sin embargo, la belleza de su Canto General.

Por otro lado, ni siquiera es posible imputarle ese pecado. Es falso que Mario Vargas Llosa jamás apoyara dictaduras. En Tiempos recios, todo lo contrario, hizo un saldo de cuentas con la figura de Jacobo Árbenz y más bien se enfrentó a la ultraderecha guatemalteca recordándoles que Árbenz nunca fue comunista y que su caída fue orquestada por la CIA y los empresarios criollos locales que se oponían al Código de Trabajo y las reformas sociales. Vargas Llosa fue siempre un liberal (económico, pero también ideológico) consecuente con su manera de pensar.

Conversación en la catedral y La ciudad y los perros (que me hipnotizaron cuando los leí de adolescente) creo que estarán para siempre dentro de los libros más importantes de la historia de nuestra literatura latinoamericana. En alguna medida, fue el Faulkner de nuestra lengua. Experimentó la descomposición del tiempo y los distintos ángulos y narradores con una maestría excepcional.

Nos enseñó a releer a Flaubert, a Balzac, a Tolstoi, con otros ojos. Creo que leí toda sus novelas, incluidas La casa verde, La guerra del fin del mundo, la magnífica La fiesta del chivo, otra obra maestra. Incluso en sus obras menores, como La tía Julia y el escribidor (pocas veces me he reído a carcajadas leyendo un libro), era certero, un amanuense de las palabras.


Aparte de su neoliberalismo económico (que le chirriaba a muchos, incluidos los que somos más bien keynesianos), lo más importante es que fue un libre pensador en lo ideológico, consecuente hasta el final, criticando autoritarismos de uno y otro signo. Tanto criticó a Hugo Chávez o Nicolás Maduro, como a esa ultraderecha guatemalteca que derrocó a Jacobo Árbenz o al Donald Trump de la toma la Capitolio. Ese Mario Vargas Llosa era sólido, coherente, un libre pensador en la tradición de Russell y la escuela europea.

Ayudó a promocionar en nuestra lengua a Popper, Isaiah Berlin o Raymond Aaron, metiendo aire fresco al debate maniqueo latinoamericano de la Guerra fría, atrapado por la “Teoría de la Dependencia” y su victimismo. Además de uno de nuestros más grandes novelistas, Mario Vargas Llosa fue uno de los intelectuales más influyentes en el debate público en el último medio siglo de los dos lados del Atlántico. Un “ intelectual orgánico”, como pedía Antonio Gramsci.

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Jaime Ordóñez

Jaime Ordóñez

Doctor en Derecho Internacional. Phd Universidad de Madrid / MA, GW University, Washington DC. Profesor en la Universidad de Costa Rica (UCR).

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