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Vargas Llosa, latinoamericano inmortal

En el discurso de ingreso a la academia francesa, apreciamos de nuevo el resplandor de su verbo, su compromiso y defensa a ultranza de la literatura

Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa posa con su espada académica en la biblioteca de la Academia Francesa de la Lengua, en París. Foto: EFE

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A mi padre, quien tuvo a Francia, como epicentro de la cultura moderna.

¿Cómo apreciaría en su intimidad Mario Vargas Llosa, haber entrado a la Academia Francesa de la Lengua? Igual que Jorge Luis Borges, descree en la existencia de otra vida más allá de la muerte. Siendo tan vanidoso, ¿cómo impactaría en su fuero interno el ingreso al recinto de los inmortales? Desde que la academia fue fundada por el cardenal Richelieu en 1635, sus miembros cargan con este apelativo. Sus vínculos con Francia han sido para siempre. Era más que merecedor de esta distinción. El jovencito llegó a París con la ilusión de convertirse en escritor. Coronó sus sueños y alzó vuelo. Se convirtió en referente de la literatura universal. La consagración llegó temprano. En solo el despegue de su dilatada carrera literaria. La ciudad y los perros (1963) y La casa verde (1966), lo hicieron ganar sendos reconocimientos. El peruano pisaba tierra firme.


Para testimoniar los vínculos con Francia, el colombiano Carlos Granés, compiló parte de los ensayos de Vargas Llosa, relacionados con escritores franceses. Antes había publicado en Alfaguara, El fuego de la imaginación, Tomo I. Obra Periodística, (noviembre, 2022). Dedicó una sección a la literatura francesa. Cuatro meses después —febrero de 2023— publicó, Mario Vargas Llosa Un bárbaro en París Textos sobre la cultura francesa, bajo el mismo sello de Alfaguara. Un compendio que nos pone al día y convalida las razones por las cuales la academia francesa le confirió su más alta distinción. Es la primera vez que se la otorgan a un escritor que no sea oriundo de Francia. El más fervoroso creyente de Gustavo Flaubert, fue compensado por su devoción con decenas de autores que contribuyeron a forjar su estilo literario y su compromiso irreductible con la literatura.

En medio de una llovizna inquieta, libre de calores infernales, me dediqué a saborear los diecinueve ensayos y su discurso de ingreso a la academia. Un plato suculento. En su nueva propuesta, Granés incluyó solo dos ensayos que figuran en El fuego de la imaginación. En El último maldito, (2008), Vargas Llosa realiza una lectura desprejuiciada de la obra de Louis Ferdinand Céline. Lejos está de ser su apologista. Su condición panfletaria y antisemita, no constituyen motivo para regatearle el lugar que se ganó en la literatura francesa. En el ensayo Los réprobos (2011), asume la defensa de Céline. El ministro de Cultura de Francia, Frédéric Mitterrand, lo sacó del listado de escritores celebrados en 2011. Fiel a su visión literaria, Vargas Llosa alzó la voz en su defensa. Como Rilke, está convencido que los seres humanos somos ángeles y demonios.

Tampoco hace causa común con el autor de Muerte a crédito, sus argumentos rebatiendo la exclusión de la que fue víctima Céline, forman parte de su concepción del escritor y su obra. La determinación de excluirlo esconde una falacia. Si el criterio de la escogencia reposara en que debía ser buena persona, debería considerarse que también fuese buen escritor. Ser una persona cargada de buenas intenciones, no basta. Ceñirse a este criterio implicaría que solo un puñado de escritores lo lograrían. Atenerse al juicio antisemita —el prejuicio racial o religioso contra los judíos— supondría dejar fuera del reconocimiento público a una multitud de poetas, escritores y dramaturgos: Quevedo, Pío Baroja, Shakespeare, T. S. Eliot, Balzac, Claudel, Ezra Pound, Cioran, etc. No debemos asociar automáticamente al escritor con sus creencias raciales, religiosas o políticas.

II

Zambullirme en sus aguas resultó refrescante, sus apreciaciones sobre sus escritores más queridos, son muy elocuentes. El ensayo sobre Jean Paul Sartre, supone un ajuste de cuentas. No le perdona haber dicho que la literatura era un traste inservible. Creció bajo su influjo. En su despertar, ningún escritor influyó más en su destino, como lo hizo el último mandarín de la cara Lutecia. En sus acercamientos, Vargas Llosa no pierde el balance. Un equilibrio que muy pocos críticos son capaces de mantener. Sin Sartre, Vargas Llosa no hubiera roto de inmediato con escritores que le servían de modelo. El francés fue un fogonazo deslumbrante. Uno de los primeros autores señalarle el valor y trascendencia de la literatura. Cómo iba a perdonarle que, debido a su militancia política, adjurara de las grandes lecciones impartidas y que él había asimilado muy bien.

La insistencia de Vargas Llosa, sus constantes elogios y amor desmesurado por Flaubert, invitan a releer al autor de Madame Bovary. No se cansa de rendirle tributo. Con absoluta certeza, Flaubert piensa que los creadores son auténticos dioses. ¿Será que fue por él que decidió llamar “deicidas” a los escritores de novelas? ¿No fue entonces de Ernesto Sábato de quién la tomó prestada? El novelista es el suplantador de Dios sobre la tierra. Creador de esa otra realidad alterna, compite con Dios. Flaubert es para Vargas Llosa el fundador de la novela moderna. En esos desplantes a los que nos tiene acostumbrado, estima que sus aportes están por encima de los juegos pirotécnicos de James Joyce. Con idéntica fruición exalta a Bataille. Existe un motivo fundamental. La literatura es la única disciplina capaz de expresar toda la experiencia humana, especialmente su parte maldita.

Portada del libro Mario Vargas Llosa Un bárbaro en París Textos sobre la cultura francesa. Foto: Tomada de internet

El aspecto irracional resulta determinante en la ficción literaria. Los demonios deben conducir los impulsos creativos. En momentos que los llamados políticamente correctos se atrincheran, achicando espacio a los creadores, condenándoles por el uso de determinadas expresiones, compeliéndoles a alejarse de un vocabulario lleno de ambigüedades y palabras rudas, la parte maldita de la condición humana, como apunta Bataille, “aunque reprimida y negada por la vida social (el Bien) está ahí escondida pero viva, presionando desde la sombra, insinuándose, pugnando por manifestarse y existir”. El inconsciente, batalla por salir a la superficie. Hay que vencer las aprehensiones con la que ciertos díscolos pretenden apresarlo, para mantenerlo a raya y sujetarlo. Está comprobado que los mejores escritores son aquellos que dejan que sus demonios salgan a flote.

Son notables sus encuentros y desavenencias con novelistas que elevó a los altares, distanciándose después de ellos por motivos que rozan con el ámbito político. En ese desdoblamiento, deja atrás a Sartre para aproximarse a Camus. No renegó de Malraux, discrepa de los prejuicios que algunos tienen con su obra. El disentimiento surgió debido a que sus restos fueron trasladados al Panteón. Gran parte de escritores a los que Vargas Llosa rinde culto, no hubieran resistido la prueba de su presencia en ese lugar. ¿Cómo hubieran podido entrar al Panteón escritores como Flaubert, Baudelaire o Rimbaud? Malraux no desentona en ese lugar, tampoco su obra. Su imagen no se empobrece entre mármoles fríos. Como gran contradictor, el peruano realiza una apreciación a contracorriente. Un militante que exponía sus tesis sin importar las consecuencias.

III

Su inclinación por identificarse con novelistas con los que comparte creencias políticas, es más que notoria. Jean François Revel, cuenta con los atributos que el peruano valora de forma especial, en el campo creativo y político. Su actitud frontal y capacidad como polemista, son muy parecidas a las suyas. El libertario, como le llama, disparó sus flechas contra quienes sostienen el absurdo de pensar, que la verdad desciende de las ideas hacia las acciones humanas, siendo a la inversa. Poseen una afinidad tangible. Los hechos a Revel interesaban más que las teorías. Combatió a quienes sostenían lo contrario. El nexo más sobresaliente viene a ser su abierta militancia, condenando por igual, el zarpazo histórico más dañino de finales del siglo veinte: el ejercicio despiadado y atrabiliario de la censura. Cuando cesa la libertad en una sociedad, todo lo demás tiende a desaparecer.

Una de las constantes más destacables en los ensayos de Un bárbaro en París, está conformada por un bloque homogéneo de autores que defienden la libertad y condenan la censura. A eso se debe que resienta la actitud de los franceses. Se acorazaron esgrimiendo la cláusula de la excepción cultural. Un país que enarboló las banderas de la universalidad, no puede cerrar sus fronteras, temeroso de las producciones culturales provenientes de otras partes del mundo, especialmente de Estados Unidos. El intercambio con otras culturas origina el engrandecimiento de las naciones. La cultura francesa más que cualquier otra cultura europea, ha contribuido a emancipar al individuo de la servidumbre gregaria. Su apuesta por la libertad se tornó vital para que el ser humano dejara de ser simple pieza del mecanismo social y adquiriese plena soberanía.

Dos ensayos (La odisea de Flora Tristán (2002) y Las huellas del salvaje, (2012) nos remiten a El paraíso en la otra esquina, novela publicada hace más de veinte años. Sobrecogido por la vida tormentosa de abuela de Paul Gauguin, Vargas Llosa escribiría esta obra para destacar los vínculos familiares que guardaban entre sí con la tierra de sus mayores. La bastarda, rebelde y temeraria, Flora Tristán, jamás fue reconocida por los hermanos de su padre. Le robaron su herencia. El despojo la llevaría a reivindicar esta condición, en uno de sus libros más apetecidos: Peregrinaciones de una paria (1837). Su nieto, Paul Gauguin, renunció a su vida de burgués acomodado. Dejó todo en búsqueda del paraíso perdido. Su mayor aporte fue haber sacado a la cultura occidental de su confinamiento, abriendo puertas y ventanas para comunicarla con el resto del mundo, oxigenándola.

En el discurso de ingreso a la academia francesa, apreciamos de nuevo el resplandor de su verbo, su compromiso y defensa a ultranza de la literatura. Una especie de regreso al momento en que leyó, La literatura es fuego, alegato pronunciado en Caracas, al momento de recibir el Premio Rómulo Gallegos en 1967. Me ganó en momentos que las dudas me asaltaban. El vigor de sus palabras y su reproche de las dictaduras militares, resplandecieron en la oscurana que vivía América Latina. Volvió de nuevo a repetir frente al auditorio de los consagrados: “la novela salvará a la democracia o será sepultada con ella y desaparecerá”. Los novelistas conmueven con sus historias. Provocan ambiciones y nos ofrecen una vida mejor o al menos distinta a la que vivimos, como hemos podido comprobar en las novelas de Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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