1 de abril 2024
La fórmula de una política exterior exitosa—con sustancia, trascendencia y resultados—reside en alinear los intereses estratégicos del Estado con los principios fundantes de la nación. Es decir, se trata que las decisiones del poder político, destinadas a maximizar la riqueza y el poder de dicho Estado, también proyecten y protejan los valores permanentes de su sociedad.
Ello hace a una política exterior predecible y consistente, y al Estado y el Gobierno, creíbles. En un mundo con fluctuaciones de poderío económico y supremacía militar, y en un sistema internacional con desigualdades en las normas y reglas de juego, el capital a acumular es la credibilidad. Es simple, la dimensión normativa construye reputación.
Lo anterior expresa la vieja tensión entre la racionalidad de corto plazo de un Estado maximizador (el interés) y la normatividad de un Estado con una identidad definida (los principios). Una contradicción permanente e inevitable, cuando no se resuelve adecuadamente se diluyen los objetivos, el corto y el largo plazo se contradicen entre sí, y las premisas terminan neutralizándose mutuamente.
De ahí que el “poder blando” sea tan o más importante que el “poder duro”. Con excepción de Costa Rica, dicha noción está con frecuencia ausente en buena parte de América Latina. Justamente, ello se observa con nitidez en el abordaje de los países del hemisferio de la guerra de Ucrania; siempre de manera contradictoria entre ellos, con marcados cambios entre gobiernos de un mismo país, y aún con incoherencias en un mismo Gobierno de un foro al otro y de una semana a la siguiente. Todo con la consiguiente disminución de capital reputacional.
Así sucedió con las posiciones de Cuba, Nicaragua y Venezuela, siempre alineadas con Rusia y con quien tienen acuerdos de cooperación militar que incluyen inteligencia, tropas y armamentos. O las abstenciones de Argentina durante el Gobierno de Fernández-Kirchner, así como las de Bolivia, El Salvador, Honduras, México y Brasil en la última Asamblea General de la OEA, en este caso supuestamente por la dependencia en los fertilizantes rusos.
Brasil, no obstante, condenó la violación de la soberanía territorial de Ucrania, pero no vota en su apoyo. En cuanto a contradicciones según el foro, nótese que Argentina, Brasil y México condenaron a Rusia en las Naciones Unidas tan solo siete días después de su abstención en la OEA.
De ahí que Kiev haya emprendido una iniciativa de política exterior: la Cumbre Ucrania-América Latina este 2024. Es evidente, con ello busca neutralizar la influencia de Rusia en la región, promoviendo el diálogo político y la cooperación en áreas de interés común y donde se comparten visiones normativas.
Ucrania y las naciones latinoamericanas dependen de la protección de las normas del derecho que sostienen la arquitectura de la seguridad internacional y un orden internacional basado en reglas. La erosión de dichas reglas los ha hecho similarmente vulnerables. A diferencia de Ucrania, América Latina no ha sufrido una guerra de agresión, pero sí ha sido invadida por el crimen organizado. De ahí que como región exhiba el trágico liderazgo planetario en muertes per cápita.
Por ello la agenda propuesta incluye paz y seguridad internacional, derechos humanos y democracia, así como cooperación en áreas comerciales complementarias, especialmente en tecnología agroindustrial. Ucrania y América Latina son productores de alimentos a nivel global: acabar con la inseguridad alimentaria en el planeta es posible con estrategias globales que incluyan y coordinen sus respectivas políticas agrícolas.
Dada su experiencia, Ucrania puede ser un aliado importante en el área de seguridad informática, esencial para contrarrestar la desinformación rusa en América Latina, dado que la misma y su propaganda son por demás activas en el hemisferio occidental. Ello viene vinculado a una cadena de actividades ilícitas en las que el régimen de Putin tiene intereses, y que incluyen las rutas globales del narcotráfico.
Finalmente, por medio de una agenda de diálogo y cooperación el gobierno de Zelenski aspira a involucrar a las naciones latinoamericanas en la discusión de su “Fórmula de Paz,” una aspiración de paz, pero manteniendo la integridad y la soberanía territorial de Ucrania.
Ya en su momento lo dijo el propio Zelenski: “¿De qué lado estaría Simón Bolívar en esta guerra que desató Rusia contra Ucrania? ¿A quién apoyaría José de San Martín? ¿Con quién simpatizaría Miguel Hidalgo? Creo que no ayudarían a alguien que solo está saqueando un país más pequeño como un típico colonizador”. El problema es que la convicción antiimperialista es selectiva en este continente de hoy, donde tantos nos abruman con pomposa retórica sobre el “imperialismo americano y sus lacayos”, recitando lo aprendido en Granma. Sin embargo, del imperialismo ruso ni se enteraron. Es hora que las relaciones internacionales de América Latina se basen en normas, principios y valores.
*Este artículo se publicó originalmente en Infobae