…el relato como una foto instantánea…de lo que fue y de lo que es… del cómo lo vi..
Los reclutadores llegaron al colegio en abril de 1988, buscando a los jóvenes en edad del Servicio Militar. Era un colegio solo de varones y Eliseo Núñez, de dieciséis años, era el presidente de los estudiantes. Junto a uno de los soldados, los muchachos se reunieron en una de las aulas para decir presente cuando este les llamara por sus nombres, de esta forma quedarían notificados de la fecha en la cual debían enrolarse en la guerra de defensa a la patria, que para entonces ya había acabado con la vida de al menos cincuenta mil nicaragüenses.
Empezó: –René Mariano Aragón Traña –No vino, respondió el presidente. –Antonio Enrique Sosa Barquero. –No vino, respondieron todos. ¡No vino!, ¡no vino!, dijeron cada vez. Es cierto que ahí estaban, pero ninguno dijo presente. Eran adolescentes que se protegieron con la única herramienta que portaban: sus voces, y con ese gesto estaban desafiando al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que llevaba para entonces nueve años gobernando.
Por mi parte, durante secundaria jamás me integré en política, pero fui testigo de la emigración de mi generación, de mi hermano y de otros familiares, vi como las calles de mi barrio iban quedando sin los amigos porque eso de la guerra era en serio, cada nuevo año escolar varios más se habían ido a Miami, a Costa Rica, al Servicio Militar o quién sabe donde, pero yo nunca me fui, y como consecuencia de crecer en esa realidad, normalicé las muertes de jóvenes, la escasez de alimento, la separación familiar, el adoctrinamiento político, las armas en todos lados y tanto más. Hasta que llegamos a 1990 e imaginé la posibilidad de una nueva realidad para mi país.
Ofrezco un poco más de contexto: después de los Acuerdos de Esquipulas II en 1987, el Gobierno Sandinista se vio comprometido a abrirse a la democratización del país, a desarrollar elecciones libres y a la fiscalización de las mismas. El sandinismo, que parecía omnipresente e inquebrantable ya sufría de una osteoporosis galopante, aunque no lo sabíamos. De manera que el 25 de febrero de 1990, se realizaron las elecciones en las que di mi voto a la Unión Nacional Opositora (UNO).
Ese día fue silencioso, había temor en las calles, y esa noche tan incierta dio paso a la mañana del 26, cuando nos despertó doña Nadia pegando alaridos, anunciando que había ganado Violeta Barrios de Chamorro, con el 54.7% de votos.
Incrédulos y felices, ni ese día ni ningún otro hubo celebración porque habría sido muy peligroso. El fanatismo sandinista podía explotar como dinamita, estaban sumamente dolidos por la pérdida electoral, y había demasiadas armas en manos de civiles.
Sin embargo celebrábamos en privado, llamábamos por teléfono a los parientes que habían emigrado, ¡lo logramos!. Teníamos mucha incertidumbre pero también una profunda sensación de libertad. Eliseo ya no tendría que alistarse para la guerra y mi hermano pudo regresar, al igual que miles más. Empezó así lo que para mí es la década más bonita de Nicaragua.
Violeta, de sesenta y un años, con canas dóciles y cabello corto, de rostro amable y sonrisa fácil, de ojos negros expresivos, alta, elegante, que vestía de lino blanco, que alzaba sus brazos al cielo como abrazándonos, apoyada en su bastón o sentada en silla de ruedas porque se había lesionado una pierna. Ella, conservadora y mujer de fe, le ganó al comunismo de la época, a Daniel Ortega, a los militares y a la guerra, cuya campaña electoral encendida en rojo y negro avivaba al macho dentro del cuerpo de sus seguidores, quienes en esa jornada se rindieron con el 40.8% de los votos.
Ella no la tuvo fácil, tampoco el país. Su presidencia hizo compromisos con Estados Unidos, con el gobierno saliente, con los múltiples partidos políticos, con los grupos armados y el ejército. Llegó el neoliberalismo con su jugoso dinero, aportado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, entonces Nicaragua hizo un giro en U muy violento, al pasar de economía de estado a capitalista, y así llegó lo que yo llamo: el desmadre.
Enfrentamos levantamientos en las calles azuzados por Ortega, quien proclamó que “gobernaría desde abajo”. En esa coyuntura, yo, junto a miles de estudiantes protestamos en las calles por la autonomía universitaria, sin ser capaces de ver que éramos parte de la estrategia para crear caos, que incluyó la toma de edificios, bloqueo de carreteras y mucho más.
Cabe destacar que más rápido de lo previsto, la Revolución Sandinista botó la máscara, salieron a luz los vicios, la corrupción y entonces vino el desencanto entre sus militantes.
Mientras tanto, Violeta Barrios continúo haciendo su trabajo, apoyada por sus muchachos: el gabinete de ministros jóvenes y tecnócratas como se les llamaba. Reconciliando a un país quebrado, consolando a su gente en duelo; literalmente, enterrando las armas y construyendo encima un faro que fuese símbolo de la paz, mismo que fue derribado en 2014, cuando Ortega volvió a ser presidente del país y quiso borrar la memoria.
Su hija Cristiana, dice que Violeta sufrió los dilemas derivados del poder, pero que su valentía fue colosal, y que se sentía inmune a la crítica porque para ella primaba el bien común. Cuenta que con su visión maternal, parecía no intervenir en nada pero que estaba presente en todos los detalles de su gobierno. Además, yo la recuerdo muy divertida, sobre todo cuando le salía natural romper los protocolos con Papas, reyes y príncipes.
Violeta no era feminista ni pretendía llevar esos emblemas, pero también se encargó de que esos movimientos se desarrollaran en esa nueva Nicaragua. Cuenta María Teresa Blandón que a pocos meses de terminar su mandato, en 1996, dio el discurso central en un macro evento de la coalición de mujeres, en el que acordaron trabajar por lo que llamaron la Agenda Mínima: violencia de género, pobreza, tenencia de tierra, salud y participación política de las mujeres. Tere, entonces de treinta y cinco años, feminista, exsandinista y organizadora del evento, estuvo ahí y dice que su discurso fue potente, hablando con su voz –que yo recuerdo era algo chillona–, frente a tres mil mujeres, validando así con todas ellas, los temas importantes sobre los cuales harían el camino.
Para mí –una votante de diecinueve años–, fue la década más bonita de Nicaragua, estábamos extenuados del esquema sandinista, por lo cual la economía de mercado –con todo y sus defectos–, nos permitió vivir el espejismo de haber alcanzado el ritmo del mundo, que celebraba la caída del muro de Berlín, el fin de la guerra fría y los inicios del email, el Yahoo y los teléfonos celulares. Llegó la televisión por cable para ver MTV y Univisión, abrieron salas de cine modernas, llegaron las manzanas al supermercado y las toallas sanitarias de buena calidad.
Por otro lado, mi generación X, en nuestros veintes, queríamos vivir en Nicaragua. Yo me regresé de Suiza en parte porque el país me atraía para quedarme, me visualicé trabajando ahí. Teníamos la hermosa promesa de vivir en un país mejor. Fue nuestra belle époque.
En los pasillos de mi carrera en Comunicación Social conversábamos con jóvenes que habían sido de la Contra, y con los que habían sido cachorros, también compartíamos café barato y pan dulce con los Miami boys, que habían regresado llenos de historias vividas en sus exilios. Hablábamos de las clases, de las noticias, de la nueva libertad de expresión, de música, de fotografía, de ir a otros destinos y también hablamos del amor. Para los jóvenes urbanos, Nicaragua se abría extensa.
Adelantemos el tiempo treinta y cinco años : Violeta Barrios muere en Costa Rica, exiliada, el 14 de junio del 2025, con noventa y cinco años. Su memoria casi apagada debido a un accidente cerebrovascular, quizá había olvidado todo, o quizá solo recordaba la sustancia de su vida, aquello imborrable: a su marido Pedro Joaquín Chamorro (asesinado por Somoza en 1978); las voces y el tacto de sus hijos e hijas y por supuesto, el sabor a sal del mar en Nicaragua.
Su hijo Carlos Fernando, dice que de niño él supo que tenía a la mejor mamá del mundo: ella joven y bella, que bateaba bien en baseball y arreaba el ganado montada a caballo, vital, femenina, esposa, madre, intuitiva, pianista autodidacta, y que sabía conectar con las personas desde las emociones.
Por mi parte, asistí a la misa de su funeral cruzada por el absurdo saber de que tanto ella, Eliseo, Tere y yo compartimos este exilio, compartimos esta injusticia… Al final, cantamos el himno nacional y fue inevitable que una lágrima cayera de mis ojos…¡Salve a ti, Nicaragua! en tu suelo, ya no ruge la voz del cañón….
Notas:
Generación X: Personas nacidas entre 1965 y 1980
La belle époque: Fue un período histórico que abarca aproximadamente desde finales del siglo XIX hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial (1871-1914), caracterizado por un ambiente de optimismo, progreso científico y cultural, y un florecimiento en las artes y la vida social, especialmente en París. (Tomado de internet)
Contras: se llama Contras a los nicaragüenses que durante la década de los años 80, combatieron en oposición al Gobierno sandinista, en su mayoría eran campesinos apoyados por el gobierno de Estados Unidos.
Cachorros: Los jóvenes que se integraron de manera voluntaria u obligatoria al servicio militar, en Nicaragua, durante la década de los años 80
Miami-boys / Miami-girls: Término despectivo en referencia a los jóvenes que se iban de Nicaragua durante los años 80, escapando de la guerra y de la crisis económica. Muchos se iban a Miami. El término aún es vigente y se usa en referencia a personas que se visten a la moda y denotan actitudes superficiales.
**Este artículo se publicó originalmente en el blog Mujer Urbana