31 de agosto 2022
Pasan los días.
Veinticuatro horas repetidas.
¿Tendrán reloj los presos?
¿Les habrán dejado guardar en sus muñecas
un registro del tiempo?
¿O acaso viven una noche sin día
un día sin noche?
Pienso en el privilegio de mi ventana,
de mi teléfono despertador,
los mensajes que me avisan de citas
y obligaciones.
No imagino el tiempo convertido
en un cosmos oscuro.
¿Será el hambre puntual
o tan desenfrenado
que ya tampoco ayuda a llevar cuenta del tiempo?
Un criminal preso
pensará en su crimen;
el encarcelado por amar
¿maldice su amor?
Yo siento la piedra de la injusticia
como un peso en el pecho.
A veces me cuesta respirar,
a mí que estoy libre.
Cuando estoy sola
un libro puede acompañarme
como una multitud
ellos sólo tienen la compañía
de sus recuerdos.
Veinte y cuatro horas
con la infancia,
los rostros de sus hijos,
de la esposa o el esposo,
los sonidos apagados de lo que fuera
su vida cotidiana,
la lluvia en el jardín
el ladrido de sus perros
¿Quién tocará las trompetas
que rompan los muros?
¿Quién quebrará los cristales
del silencio?
Tendremos que soplar vientos
que acareen gritos.
Robarnos las llaves.
Doblar los barrotes.
Atravesar la oscura impaciencia,
la cárcel del miedo.