
10 de enero 2018
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A 40 años de su asesinato, el ejemplo de su vida y el legado de su ideario de reformas democráticas, cobra más vigencia que nunca
Los ciclos de la historia nunca se someten al dictado arbitrario del calendario, sino a los procesos de ruptura que marcan las grandes tendencias de cambio. En Nicaragua, por ejemplo, el siglo XX no terminó en el año 2,000 sino dos décadas antes con el derrocamiento de la dictadura de Somoza el 19 de julio de 1979. Un terremoto en las estructuras de poder que empezó el 10 de enero de 1978 con el estallido nacional provocado por el asesinato de mi padre, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, y concluyó con la derrota política de la revolución en las elecciones del 25 de febrero de 1990, cuando la victoria de la UNO bajo la presidencia de mi madre, Violeta Barrios de Chamorro, marcó el inicio de la transición democrática.
Paradójicamente, el siglo XXI con dieciocho años de calendario a cuestas, aún no ha comenzado en nuestro país. En 2018, Nicaragua vive una regresión autoritaria en la que se repiten patrones culturales de dominación del siglo pasado. Un proceso de concentración absoluta del poder bajo un régimen de Estado-partido-familia, que ha demolido las instituciones democráticas y apunta a entronizar una nueva dictadura dinástica. La libertad de prensa y la profesionalización y despartidización del Ejército y la Policía, otrora las joyas de la corona de la transición, han sucumbido ante un régimen de fuerza, que exhibe como su mayor éxito un sistema corporativista basado en la alianza económica con los grandes empresarios, a costa de transparencia, democracia y rendición de cuentas.
El resultado es un sistema político que ha engendrado el más grave y extendido fenómeno de corrupción de la historia nacional, bajo una total impunidad. La economía crece gracias al crecimiento poblacional y las inversiones, pero sin mejoras en la productividad o cambios en la matriz exportadora, mientras cuatro de cada diez nicaragüenses padecen de una situación de pobreza, a contrapelo de lo que proclaman la propaganda y las estadísticas oficiales.
En ese estado de desolación por la carencia inmediata de alternativas de cambio, el ejemplo de lucha y el ideario de Pedro Joaquín Chamorro que concibe la libertad y la democracia como un eslabón inseparable de la justicia social, emerge como una luz de esperanza para entrar en el siglo XXI. El legado de PJCH revela que el país cuenta con una reserva de valores éticos y un pensamiento estratégico, que se traduce en una propuesta democrática de reformas estructurales sobre el rol del Estado y el mercado que no forman parte del expediente del fracaso nacional, porque nunca se han puesto en práctica a cabalidad.
Ni las reformas sociales de la revolución echaron raíces, ni las reformas políticas de la transición, lograron consolidar las instituciones de un Estado democrático. La transición fue descarrilada por la corrupción y los pactos que despejaron el camino a una década de autoritarismo. Ambas, la revolución y la transición, representan dos oportunidades históricas perdidas y no tenemos certeza de que habrá una tercera. El desafío ahora es construirla de forma pacífica, aunque todo cambio verdadero genera un inevitable período de tensión política. Una auténtica reforma democrática que le ofrezca al país estabilidad y prosperidad a largo plazo, no surgirá de las presiones externas como las sanciones de Estados Unidos o las negociaciones con la OEA, sino únicamente como resultado de las luchas sociales y políticas y de la presión nacional para terminar con la nueva dictadura, a la que tarde o temprano deberán sumarse los líderes de la clase empresarial que hoy está acomodada al estatus quo de la estabilidad autoritaria.
En ese camino a contracorriente, PJCH es una guía imprescindible. Su obra fundada en un profundo humanismo cristiano, le heredó al país un ideario de principios democráticos refrendados por una vida coherente, aún en medio de las peores adversidades, derivadas del acoso, la represión, las traiciones y la miseria moral de la época en que le tocó vivir. Estos son algunos de esos principios que cobran más vigencia ante la emergencia de una nueva dictadura dinástica:
De su “Diario Político”, escrito entre febrero de 1975 y diciembre de 1977, extraigo algunas de las últimas reflexiones de su vida que hoy adquieren una sorprendente actualidad:
Es el camino de la lucha por la libertad sin concesiones; el camino de las alianzas y el pluralismo político para buscar soluciones nacionales; el camino de la democracia con justicia social. Es el camino de PJCH, para que Nicaragua vuelva a ser República y empezar el siglo XXI.
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Periodista nicaragüense, exiliado en Costa Rica. Fundador y director de Confidencial y Esta Semana. Miembro del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha sido Knight Fellow en la Universidad de Stanford (1997-1998) y profesor visitante en la Maestría de Periodismo de la Universidad de Berkeley, California (1998-1999). En mayo 2009, obtuvo el Premio a la Libertad de Expresión en Iberoamérica, de Casa América Cataluña (España). En octubre de 2010 recibió el Premio Maria Moors Cabot de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia en Nueva York. En 2021 obtuvo el Premio Ortega y Gasset por su trayectoria periodística.
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