19 de febrero 2021
Deshumanizar es quizá la mejor estrategia discursiva para justificar colectivamente, como un proyecto social, la eliminación física y violenta de un adversario. Desde el inicio de la crisis de abril en Nicaragua la habilidad para degradar a una condición de sub-humanidad la ejerció eficazmente Rosario Murillo, vicepresidenta y esposa de Ortega, para legitimar los asesinatos a jóvenes estudiantes que protestaban cívicamente por los abusos del régimen.
El Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) creado por la CIDH, documentó ampliamente el discurso de odio de Murillo y su relación con las violaciones a los derechos humanos de quienes protestaban. Refiriéndose a la vicepresidenta, la GIEI observó que “los calificativos que emplea la autoridad para definir a la oposición: minúsculos, vándalos, vandálicos, mareros, terroristas, plaga, vampiros (entre otros), de profunda connotación negativa, se reproducen en espacios sociales de comunicación. Al reproducirse por esta vía se amplifica en su difusión y alcance y genera el espacio social de aceptación de acciones ‘correctivas’ desde el poder en contra de la disidencia.” (GIEI Nicaragua (2018). Informe sobre los hechos de violencia ocurridos entre el 18 de abril y el 30 de mayo de 2018, (p.65).
Ese discurso maniqueo y violento de Murillo parece bien enraizado en la cultura política nicaragüense del pacífico del país. Ha operado históricamente para afianzar una verdad sobre otra, los abusos y la imposición de un proyecto social o personal sobre la otra parte definida como enemiga o adversaria. Ha sido un marco simbólico recurrente – en la subjetividad política de las élites – por que funciona, contribuye a avanzar sus ideas de poder, de control y subordinación. (Cruz S. Consuelo (1995). Political Culture and Institutional Development in Costa Rica and Nicaragua World Making in the Tropics, Cambridge: Cambridge University Press).
Recientemente un joven nicaragüense exiliado, perseguido político del régimen de Ortega – y proveniente de una familia de activos participantes de la contra, – la resistencia armada que se opuso de la Revolución Sandinista durante los años ochenta – sugirió conocer el origen de una palabra común en el vocabulario polarizador de nuestros conflictos políticos.
Piricuaco
Por supuesto. El término es muy conocido en Nicaragua y – con mayor o menor medida – en el resto de los países de Centroamérica. Se acuñó y luego se masificó en el lenguaje del conflicto armado entre Sandinistas y antisandinistas, para denominar la “amenaza comunista” en la región en la década de 1980s. En Wikipedia la palabra piricuaco tiene su registro, aunque ausente de fuentes académicas: “se dice que proviene de un dialecto nicaragüense piri (perro), cuaco (rabioso)”. Y en el Internet se pueden encontrar un gran número de especulaciones sobre el término, distintas teorías sobre su origen y sus usos. La Academia Nicaragüense de la Lengua le atribuye el siguiente significado: “Soldado sandinista que no tuvo escuela militar.” Una versión popularizada en el país le atribuye a piricuaco el significado de “perro sediento de sangre humana.”
Mi familiaridad con el diccionario Miskito-Español del ilustre profesor Dionisio Melgara, me permitió localizar muy rapidamente el significado independiente de las palabras Miskitu “perro,” “sangre,” “sed,” y “humana(o).” Y tambien de la palabra “soldado.”
"yul, perro, can (yuli; yulam; ai yula); la palabra "tala" se usa para decir sangre; mientras que sed, se dice diran; lî diran; diranka; lî din wan dauki ba. En cambio, la palabra aiklaklabra se usa para decir "soldado" o "guardia." Humano, en Miskitu se dice: upla aihwa.
Entonces, nada que ver. Ninguna composición que hiciese sentido.
Independientemente de su origen exacto, puedo recordar que piricuaco es un término altamente ofensivo, provocador de las más intensas batallas verbales entre nicaragüenses de uno y otro bando político – en el espectro sandinismo vs anti-sandinismo, y usado también por las fuerzas de la contra en las acciones armadas frente a los soldados del Ejército Popular Sandinista durante la guerra. Las personas en mi generación tienen recuerdos muy vivos del sentido de agravio que piricuaco provocaba, capaz de alterar intensamente las emociones, pasiones y convicciones políticas más profundas.
Este joven en el exilio, que junto a sus compañeros de lucha en las calles fue deshumanizado por Murillo, recurre a la palabra piricuaco para defenderse del agravio, y al hacerlo, enraíza su estrategia discursiva en la genealogía criolla de la polarización política, del prolífico lenguaje que usamos en Nicaragua para envilecernos unos a otros, como si se tratara de un deporte nacional.
Tiene su efecto. Aquellas familias, cuyos traumas de la guerra son intergeneracionales, existen a lo largo del espectro político que dividió a los y las nicaragüenses hace tres décadas. La mas reciente crisis política, entre otras cosas, tuvo el efecto de desenterrar fantasmas que creíamos olvidados, abrir heridas que creíamos sanadas y, claro está, hacer traer las palabras que también causan dolor y que hacen nuestras emociones políticas adversarias más intensas aún.
“La palabra piricuaco es de origen Miskitu,” me dice con toda certeza este joven excarcelado. En ese momento no tuve certidumbre si hay evidencias de esa palabra en el idioma Miskitu o si es una leyenda nica para destacar sus credenciales rebeldes. Se me ocurrió que valdría la pena indagar si en la memoria social Miskitu del conflicto armado había un registro de una palabra o palabras para nombrar a los soldados del ejército, con quienes se enfrentaron en intensos combates durante los primeros años de los 1980s a lo largo de las entonces conocidas como zonas especiales I y II, luego llamadas Regiones Autónomas del Atlántico Norte y Sur, respectivamente.
Lo que encontré – hasta ahora – es tan inusitado como revelador.
Piricuaco es, aparentemente, una palabra de origen Miskitu. Wilfredo Davis, joven politólogo, concejal regional por YATAMA en el Caribe Norte, recurrió a la memoria de su niñez, las conversaciones con su abuela (kuka):
“Escuchaba a los comunitarios referirse a los soldados sandinistas con la palabra Pirikuakua. No podría explicar con claridad el sentido dado. Sin embargo, la palabra Piri o pir en miskitu significa persona ajena, sin parentesco. Y kuakua, es un insecto, escarabajo. Los abuelos decían muchas veces: ‘no te mueras como el escarabajo: kuakua baku prupara.’ Es un insecto muy tonto y pierde muy rápido su vida.”
Con esta pista generosa de Wilfredo, mi búsqueda en el acervo del profesor Melgara fue mas acuciosa.
Ajeno / extraño, pir; mientras que inmundo o maligno, se traduce como pirit tâski; pirit saura. Y la palabra escarabajo, como kwakwa; kwakwa tara.
Así, la palabra compuesta Piri-kuakua o Piri-kuaku (en el nicaragüismo, ‘Piricuaco’), se revela en todo su sentido como: “el escarabajo que es ajeno o tonto” o el “escarabajo maligno, extraño”
Nada mas alejado al sentido popularizado de piricuaco que le conferimos los nicaragüenses a esa palabra, como perro rabioso o sediento (de sangre), o de soldado sin escuela. Si bien la etimología de piricuaco insinúa un imaginario social impregnado por la extrañeza, alteridad, y también resistencia, es posible entender porqué – en un contexto de intensa polarización – la palabra adquirió en la narrativa anti-sandinista una trágica notoriedad para deshumanizar. Wilfredo agrega que: “todavía no nos acercamos al porqué se le designaba con ese nombre al sandinismo. Y según me refieren era una palabra muy ofensiva.”
Y lo sigue siendo.
Reconocer y reflexionar críticamente sobre el uso maniqueo del lenguaje que utilizamos para fomentar nuestra polarización es una tarea necesaria para crear otros principios orientadores de la política. Para afianzar la humanidad que los y las nicaragüenses tenemos en común. Y un día, quizá, confinar para un memorial de ultrajes, la letalidad de las frecuentes alocuciones de Murillo.