5 de agosto 2019
Entre las decenas de fotografías que nos han dejado las jornadas de la represión a los vandálicos, una de las más emblemáticas muestra a seis ancianos sentados al frente de una mesa y uno de pie que camina con paso plúmbeo de izquierda a derecha, como escenificando la trayectoria de la dirigencia del FSLN. A sus espaldas se alternan banderas azul y blanco y rojinegras hasta sumar cuatro de cada color. Sobre la mesa hay una solitaria botella de agua, austeridad de la que se puede inferir que en el ornato no metió mano la Vicepresidente. Dos de los señores tienen la mirada ausente y otros dos cierran los ojos, quizás obnubilados por el sol que les golpea de frente y al que deben estar ya poco acostumbrados. Otro –con barbita a lo Ho Chi Min- frunce el ceño y ensaya una mirada fiera.
Son los miembros de la Comisión Nacional de Atención al Sandinismo Histórico –sea lo que sea que se oculte tras ese pomposo nombre- que, en busca de sus 15 minutos de fama, se reunieron a mediados de julio en la ciudad de San Marcos, Carazo, para anunciar la creación del Batallón Estructurado para la Defensa del Poder Revolucionario, es decir, para oficializar las operaciones de las fuerzas paramilitares cuya existencia es negada por el General de Ejército y reivindicada como cuerpos de policías voluntarios por el Comisionado General de la Policía Orteguista. La foto apareció en la edición del 14 de julio de La Prensa, un diario que ahora lucha por su elemental sobrevivencia contra la censura aduanera del régimen.
Esa imagen derrocha fuerza simbólica porque es una muestra representativa del espíritu y personajes sobre los que se asienta el sandinismo en la actualidad, como también lo fueron las imágenes que mostraron a muchos de los que en la tarima acompañaron a Daniel Ortega en la celebración del 19 de julio: ex guerrilleros con hígados estragados por la cirrosis, ex militares caídos en el olvido e ingratitud de quienes los lanzaron a los campos de batalla, internacionalistas desorientados que vienen a Nicaragua creyendo a pie juntillas que visitan el epicentro de la lucha antiimperialista e incluso algún ex banquero y ex convicto que debe su libertad al dominio que el FSLN ejerce sobre el poder judicial. En suma: una pandilla de ancianos.
A partir de ese cuadro se puede pintar la rebelión de abril en blanco y negro, o en viejo y joven. Claro que hay jóvenes y viejos en ambos bandos. Pero no hay duda de que los viejos –y sobre todo un par de viejos- dirigen el bando rojinegro, y de que los jóvenes –con mucha reticencia de los viejos del gran capital- tienen un rol prominente en el bando azul y blanco. Como anticipo que esta versión bicolor –si quieren, maniquea- no cuadra con las narrativas refinadas, esgrimo mi excusa: cuando llueven las balas no hay tiempo ni ánimo para delicados matices. Y a veces el blanco y negro es más revelador de unos ángulos, el carácter de un rostro o lo vetusto de un ambiente. A partir de lo que ocurrió desde abril de 2018, la fotografía en cuestión nos dice mucho: es la imagen de un grupo de viejos que se prepara para seguir asesinando jóvenes.
Si hemos de buscar antecedentes en la región centroamericana de este tipo de cuerpos paramilitares que operan con la venia del Estado, hay que remontarse a los escuadrones de la muerte. Ese grupo de ex militares tal vez presume estar imitando a Sandino, Ho Chi Min o algún otro revolucionario de talla universal. Pero su antecedente es el ex mayor Roberto d'Aubuisson, fundador de los escuadrones de la muerte en El Salvador y responsable del asesinato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero. De ahí descienden en línea directa, no importa lo atarantados que estén en el rastreo de su árbol genealógico.
Más importante que descubrir su filiación o constatar su edad biológica, es poner en evidencia que esos señores de la foto proponen salvar una revolución que sólo está en sus cabezas y quieren hacerlo por medio de las armas. Son viejos con viejos recursos y no se percatan de que los jóvenes han decidido librar esta lucha con otros medios para no repetir la historia. No se trata de que ser viejo sea un mal en sí mismo y la juventud una garantía de probidad moral. Se trata de la inevitable cuenta regresiva a la que todo proyecto personal está sometido. Y se trata de que el telégrafo poco puedo contra el Smartphone.
Sin duda la juventud azul y blanco pondrá sobre la palestra política otro cúmulo de errores, pero –según como pinta la jornada- no se adentrará por la letal vía de dirimir las diferencias a balazos. Son jóvenes con nuevos y cívicos recursos contra viejos con pretéritos y sangrientos recursos. Un amigo historiador, muy conocedor del somocismo, me dijo hace un par de meses: “Daniel Ortega no tiene ningún chance. Es un viejo y se enfrenta a jóvenes.” No sólo es un viejo. Está sostenido sobre una legión de hombres viejos, algunos quizás meritorios tiempo atrás, pero ahora perplejos por un mundo que no comprenden y extraviados en esta Nicaragua de jóvenes que ni usan ni veneran las armas.