24 de diciembre 2018
Hay terremotos de terremotos.
Y hoy en Nicaragua estamos viviendo, no un movimiento de tierra como el del 72, sino otro que igualmente está dejando familias de duelo, edificios clausurados, vidas rotas, niños y niñas huérfanos. Esta Navidad habrá sillas vacías en las casas donde faltan el padre o la madre, pantallas negras, nostalgia por el paisaje de la patria y el calor del hogar, pesar en tantos corazones que han visto sus vidas súbitamente interrumpidas. Habrá pesadillas, dolorosas imágenes, en los sueños nicaragüenses.
En el 72, las familias se apoyaron unas a otras, se volvió a lo más elemental de la vida. Se descubrió la riqueza de estar juntos, de compartir lo poco, descubrimos lo sencillo que era acostumbrarse a las carencias materiales y poder reír y abrazarnos mientras durante meses la tierra seguía temblando. Uno se acostumbró hasta al miedo que producía cada réplica sísmica, esa incertidumbre de no saber lo que pasaría si otro terremoto llegaba a destruir lo poco que había quedado.
El espíritu humano es un prodigio ante la adversidad porque la fuerza de la vida demanda que uno cada día de la cara al tiempo que sigue su curso. Días y noches no se detienen y pasan por encima del dolor y el espanto, hasta obligarnos a enfrentar la pregunta de cómo viviremos en lo sucesivo. Es allí cuando nos damos cuenta de que hay compromisos vitales y valores que no desaparecen en los terremotos. Llega el tiempo en que la generosidad, la valentía, la terquedad de vivir de acuerdo con principios honestos, el respeto a la vida, la coherencia entre acciones y palabras, el compromiso con las nuevas generaciones, se vuelven el tesoro, el único tesoro al que vale la pena aferrarse. Y es entonces cuando uno puede levantar la vista al futuro y volver a tener la energía para vivir, tener aspiraciones y luchar por hacerlas realidad.
Estamos “terremoteados”, como decíamos en el 72. Es el tiempo del desconcierto y el asombro demoledor, pero es también el tiempo de la solidaridad, de acompañarnos y cuidarnos mutuamente, de darnos fuerzas donde no hay, de respetar las diferencias, de acuerparnos y cuidarnos, de enfrentar juntos la tierra que se sacude para desplazarnos y aterrorizarnos.
Qué bueno darnos cuenta de que no estamos aferrados a la riqueza, ni a las honras que nos den los demás, que nuestras manos están limpias, y que hemos sido valientes y consecuentes. Qué bueno que, aunque estemos tristes, celebremos ese espíritu que nos empuja hacia el futuro.
Navidad es nacimiento. Seguiremos naciendo.