
28 de mayo 2020
Me duelen las muertes físicas, pero también el engaño que las ha hecho multiplicarse. Este virus no distingue entre sandinistas y no sandinistas.
La peor tragedia es que haya quienes les creyeron
Fui sandinista de 1970 a 1993. Sé lo que es la lealtad y la fe en una causa. Sé el efecto que tienen las asambleas, los discursos, los jefes con sus portes heroicos. También sé lo que es esperar por sueños que nunca suceden; la arrogancia de los dirigentes para oír críticas, el miedo, que poco a poco se riega, de decir lo que uno siente y piensa; el miedo a ser acusado de “contra “o convertirse en paria. O sea, comprendo por lo que están pasando muchos de ustedes, porque muchos de nosotros lo vivimos incluso en la época más romántica y vital de la revolución; esa que muchos de ustedes ni conocieron pero que se les vende como un sueño “cristiano, socialista y solidario”; un sueño que le costó a Nicaragua, más de 30 000 muertos, muertos que eran campesinos, que era nuestra propia gente nicaragüense, que se rebeló contra la falta de democracia y el autoritarismo que se impuso en los 80, pero que poniéndoles el rótulo de “contras” nos enseñaron a odiar, haciéndonos creer que hacerlo era ser “antimperialista”, hijos de Sandino y de Carlos Fonseca.
Las ideologías, cuando son impuestas y reclaman lealtad hasta la muerte, son muy peligrosas. Ceder la opinión propia, la capacidad de analizar y pensar, es muy peligroso; uno se convierte en oveja, en carne de cañón, en recitador de consignas, en opresor; uno se convierte en todo lo que pensó no era ser revolucionario: en chivato, agresor y asesino de su propia gente.
En esta pandemia terrible, que se está llevando a nuestros hermanos y hermanas, en muertes súbitas donde ni los podemos acompañar a sus últimas moradas, no puedo dejar de sentir profundo dolor. Me duelen las muertes físicas, pero también el engaño que las ha hecho multiplicarse. Y a eso quiero referirme, al engaño que ha sido una constante de este régimen de Rosario Murillo y Daniel Ortega; ese engaño que nos está enfrentando y causando grandes males a este país. Y la única manera de salir de ese engaño es no negarnos a ver la realidad.
Somos el país que tiene más altos funcionarios condenados mundialmente por violaciones a los Derechos Humanos por la matanza de 2018; con presos políticos que se están muriendo en la cárcel sin que se les brinde ninguna compasión, gente que por izar una bandera está presa. Hay 100 000 nicas en el exilio pasando las negras. La Policía nos vigila, los del barrio nos vigilan, hay patrullas y antimotines en las calles por miedo a que la gente vuelva a manifestarse, cosa que es un derecho ciudadano. Mientras otros países han repatriado a sus conciudadanos atrapados en el extranjero por la pandemia, aquí se les ha prohibido la entrada.
Este virus, como bien se advirtió, no distingue entre sandinistas y no sandinistas. No es el “ébola de los ricos” como alguien dijo. Quienes más han andado en la calle, asistiendo a eventos organizados por el Gobierno, han tenido más riesgos. Por eso han muerto policías, secretarios políticos, y están graves alcaldes. Mientras ustedes andaban en la calle, el comandante y su esposa, se han quedado guardados, bien guardados. No los hemos visto visitar barrios, ni hospitales para ver cómo está su gente.
Y siguen los engaños y los secretos: A los médicos no les dejan decir a los familiares qué es lo que pasa con sus enfermos. Entierran personas sin decirle a la familia. Las cifras del MINSA no son exactas, no lo han sido desde el principio. Mucha gente todavía sigue creyendo que las advertencias sobre la pandemia son exageradas cuando todos debíamos andar con mascarillas, guardar la distancia, no asistir a eventos con el montón de gente.
El libro blanco que sacaron en esta semana echa la culpa de la crisis económica a los imperialistas y a los vendepatrias y dice que por eso el país estaba menos preparado. Pero si el país estaba menos preparado, ¿por qué no se tomaron más precauciones?
Tras trece años del Gobierno de Ortega-Murillo seguimos siendo el segundo país más pobre de América Latina, ¿cómo se les ocurrió entonces aplicar el modelo de uno de los países más ricos y desarrollados de Europa, el “modelo sueco” que, por cierto, está fallando? Ya llevan más muertes que Dinamarca, Alemania y otros países que sí se cuidaron.
A mí, como nicaragüense y que conocí de cerca el sandinismo original de la lucha contra la dictadura, me inspira profunda rabia y dolor esta versión cruel, incompetente donde dos personas se han apropiado del país. Ellos se han hecho dueños y señores de nuestro destino y de la conciencia de tanto buen y abnegado compañero a través de engaños de la peor especie.
No podemos aceptar que nos manden a confrontarnos siempre, no podemos vivir como enemigos eternamente. Quién maneja un país a punta de engaños y de enfrentar unos contra otros amenazando con armas, no merece ninguna lealtad.
Si ustedes no ven ahora la ceguera y voluntarismo con que Daniel y Rosario han tratado esta pandemia, el engaño del que los han hecho cómplices arriesgando sus vidas y las de sus familias, ustedes perderán no solo sus derechos como militantes -si es que aún tienen alguno- sino que estarán condenando a ese sandinismo en el que creen al repudio y rechazo de todo el pueblo.
Poeta y novelista nicaragüense. Ha publicado más de quince libros de poemas, más de ocho novelas y decenas de cuentos. Su primera novela "La mujer habitada" (1988) ha sido traducida a más de catorce idiomas. Por su labor literaria ha ganado el Premio La Otra Orilla 2010; Biblioteca Breve, de Seix Barral (España, 2008); Premio Casa de las Américas, en Cuba; Premio Internacional de Poesía Generación del '27 en España y Premio Anna Seghers de la Academia de Artes de Alemania; Premio al Mérito Literario Internacional Andrés Sabella y Premio de Bellas Artes de Francia, ambos en 2014, entre muchos otros.
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