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Manolo Cuadra: el eterno desterrado político de la dictadura somocista

Por combatir a la dictadura somocista, fue decena de veces a la cárcel, al exilio y al destierro en El Salvador, en Costa Rica, Little Corn Island

Manolo Cuadra

Manolo Cuadra, uno de los mayores exponentes de la generación de la Vanguardia en Nicaragua, considerado el padre de la narrativa moderna nicaragüense. // Foto: Archivo | Revista Niú

Natalia Cuadra Dumke

15 de febrero 2024

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“Vos sos pariente de Manolo Cuadra, el poeta; no lo olvidés”—me susurró alguien en mi oído mientras trataba de comprender mis primeras letras: los postulados escritos con tiza por mi abuelo Ramiro Cuadra (hijo de Ramiro Tipitapa Cuadra) en las paredes delanteras de una casa prestada en Tipitapa en donde se nos dio de vivir gran parte de mi niñez en ese pueblo con calles adoquinadas y polvorientas con viviendas que tenían rótulos que decían: “Hoy no fío, mañana sí”.

Mi tío-bisabuelo, Manolo Cuadra (1907-1957) nació, al igual que gran parte de sus hermanas y hermanos, en Malacatoya, Granada. Pero eventualmente la familia entera se establecería en Masaya para finalmente terminar, alguno de ellos, incluyendo al poeta, en Tipitapa. El padre de Manolo Cuadra fue Manuel Cuadra, un comerciante, y su madre fue Josefa Vega Fornos, una maestra de escuela que escribía versos (segurísísimo) sólo cuando el tiempo se lo permitía a pesar de que la literatura le golpeara las puertas suplicándole a gritos: “¡abrime!” Es a ella a quien los Cuadra le deben la herencia de las letras y de quien nunca sabremos (al menos en esta vida) su capacidad literaria por culpa de los tiempos que le tocó vivir que le exigieron casarse, rezar el rosario y parir una ristra de hijos (nueve en total). Desafortunadamente, ella murió de tuberculosis a los cuarenta años y tampoco es que sus hijas pudieran dedicarse a lo que ella nunca pudo porque esos mismos tiempos también las alcanzaron de la misma forma que lo hicieron con su madre. Por algo no sabemos nada de ellas, aunque sí de ellos ––los hermanos Cuadra.


La muerte de doña Josefa le causó gran desosiego al poeta quien sólo tenía trece años cuando esto ocurrió. Entonces aún se llamaba “Manuel”. Pues más tarde fueron los amigos quienes le apodaron “Manolo” y así se quedó de por vida, porque sí. Es la misma respuesta que dio cuando peleó contra Sandino en las Segovias: “¡porque sí!” —una respuesta muy entendiblemente cuadrada viniendo de un De la Quadra. Pero todas esas aberraciones cuadriláteras pronto las abandonó uniéndose a la lucha de Sandino y su loquito ejército que peleaba contra la invasión norteamericana (1912-1933).

Manolo comenzó su carrera literaria en 1927 publicando sus primeros poemas en los periódicos San Fernando (Masaya), La noticia ilustrada y La semana (Managua). Más tarde trabajaría como periodista y escribiría artículos de opinión bajo las columnas “Bombas de mano…lo”, “Con DDT”, “Santo y seña”y “Suceda lo que suceda, la dictadura caerá”.  Esta última se la debe a la dictadura somocista (1936-1979) que Manolo combatió, en sus propias palabras, “sin interrupción por veinte años”. Y es precisamente su tinta en contra de ella la que lo llevó, no una, sino decena de veces a la cárcel, así como también al exilio y al destierro en El Salvador, en Costa Rica, y dentro de la misma Nicaragua, a Little Corn Island, en 1937— de cuya experiencia escribiría una especie de memorias— “Itinerario de Little Corn Island”,convirtiéndolo en uno de los primeros, sino en el primer escritor nicaragüense que se aventuró en la literatura testimonial.En abril de ese año, Manolo cayó preso en una redada por “comunista” pues como él mismo decía: “se me echa a la cárcel por gusto y disgusto” (carta a su hermano Luciano Cuadra, 1936). Ocurrió mientras salía de las oficinas del semanario “El Gráfico: Semanario Nacional Ilustrado” en Granada. Allí, lo metieron a la cárcel “La Leona” en donde le dieron 97 centavos para el gasto del viaje que duraría diez días hasta llegar al destino de su confinamiento en compañía de otros dos presos políticos más y un par de guardias que los trasladarían a los tres hasta allá. En “La Leona” se bañaba tres veces al día, hacía ejercicios de respiración profunda y recibía y escribía cartas mientras se esperaba la llegada del vapor “El Victoria” (que cruzaría el Cocibolca) en donde ya una vez abordo, empiyamado (con una piyama que su hermano Gilberto le había ido a dejar dos horas antes de zarpar junto con un suéter y una sábana de lino) y borracho hasta los queques pues en el puerto le había pedido el favor a un cochero de que le comprara dos botellas de aguardiente, aunque a los guardias somocistas les había dicho que se trataba de “kerosene para el exilio”— se le acercó una muchacha que le había dicho que siempre lo había querido conocer, aunque el poeta se lamentara que el hecho ocurriera en esas fachas en que se encontraba: un poeta empiyamado. Para el poeta, esta muchacha resultó ser más “comunista” que él, pues a la mañana siguiente en San Jorge cuando ya ella se había bajado de “El Victoria” para tomar el tren se dio cuenta que se le había llevado su suéter.

Dentro de los primeros días que Manolo Cuadra arribó a Little Corn Island, éste le escribió una carta a su padre fechada el 12 de abril de 1937 en donde le describe el lugar como “una isla fértil con gente que se dedica a explotarla con ahínco y honradez. [Es] gente ingenua y muy decente que ignora la política”, le explicó. En medio de esa gente vivió junto a sus compañeros de exilio: “el Indio Maravilla” y Leclaire cerca de cuatro meses en un pequeño rancho al que le pusieron un rótulo de madera en la parte delantera que decía: “EXILED RANCH” (“Rancho del exilio”). En la isla Manolo comenzó a escribir un diario que describía sus observaciones sobre la vida allí, pero sobre todo sobre su día a día. Desde un principio él tenía claro que de esta experiencia saldría un libro al que ya una vez en Managua le daría por título: “Itinerario…”. En el prólogo él nos advierte: “confieso que a veces me gana la literatura y el recuerdo de una muchacha muerta; pero el paisaje esencial, oceánico, psicológico y agrario es sincero”.

Pero este exilio de Manolo no sólo estuvo acompañado de literatura. Tanto él como Maravilla y Leclaire tuvieron que trabajar para ganarse el pan pues, aunque en la isla se encontraron con gente sencilla y noble que compartían con ellos sus modestas comidas y bebidas también se las daban, pero a cambio de jornadas de trabajos que bien podrían comenzar a las cuatro de la madrugada. Así es como se ganaban las cocciones de frijoles, quequisque, plátanos y papas, torta de yuca, hojaldres de harina, sopa aguada de arroz, tibio, pinol, agua de tamarindo azucarada, té de zacate de limón, café de maíz con leche de coco, “wabul agrio” (banano triturado con leche de coco) y de vez en cuando alguno que otro platillo exótico como sopas de tortugas carey y de cangrejo.

Entre los trabajos que estos tres exiliados políticos del somocismo hicieron fueron: estibar bananos, acarrear quequisque, cavar hoyos y zanjas, trabajar en cañaverales y en la plantación de Cleveland Carlson—un criollo de raíces holandesas al que el poeta describe como un hombre avaro que tiene “manos de oso y bigote de foca”. “Un verdadero sabatista que les vivía recitando párrafos de la biblia” y quien les cobraba 15 centavos por el almuerzo; casi todo el salario que él mismo les pagaba por el jornal lo cual les dificultaba comprar (a través de alguien cuando iba a Big Corn Island) kerosene, fósforos, cigarrillos y papel para escribir cartas a sus familias y en el caso del poeta, para escribir su diario, además de estampillas para enviar su correspondencia a Managua.

Cabe destacar que si es cierto que Manolo Cuadra combatió la dictadura somocista clamando una libertad ligada a sus principios democráticos, y en contra de una política nicaragüense “miserable por tradición” (carta a su hermano Luciano Cuadra, 1928), por lo que él también protestaba era en contra de la avaricia de la dinastía somocista que en cuanto se instaló en el poder comenzó a amasar una riqueza inmensa debido a su participación monopólica en sectores claves de la economía de Nicaragua muy al estilo de la actual dictadura Ortega-Murillo. Manolo Cuadra siempre peleó por la justicia social cuando esto aún no era un concepto per se. En 1925 fue a parar a la cárcel por primera vez por protestar por salarios atrasados (El gruñido de un bárbaro: visiones y confesiones 1994). Al toparse con el avaricioso Cleveland Carlson durante su exilio en Little Corn Island él lo tuvo bien claro que precisamente “por clamar contra ESO [la avaricia] hemos venido. Y como las autoridades dicen que calumniamos ahí les remito el caso de este honrado explotador”, escribió en “Itinerario…”.

Esta convicción y compromiso social se volvió aún más fuerte durante su destierro en El Salvador (1951), pero sobre todo en varios de sus destierros en Costa Rica en donde se tuvo que ganar el sustento como peón en las bananeras de la United Fruit Company en donde vio la gran avaricia corporativa de lo que un día se conoció como “el pulpo” y las condiciones precarias, por no decir, inhumanas en las que vivían los trabajadores de este monstruo que a todo árbol frutal de la América Latina que considerara “rentable” arrasaba con ellos y  con toda su mano de obra barata hasta desaparecerlos de la faz de la Tierra ya fuera matándolos directamente en las protestas que estos hicieran demandando salarios y condiciones de trabajos dignos o con cánceres causados por todos los químicos y pesticidas que estaban obligados a usar en las plantaciones.

Manolo Cuadra siempre dijo lo que pensaba sin importarle las consecuencias que pudieran tener sus palabras porque sus convicciones siempre fueron más fuertes y las defendió hasta el final. Y al que no le gustaran sus palabras (incluso a miembros de los grupos intelectuales por los que se movió) tenían que tragárselas con una aspirina si fuera necesario para que les aminorara el malestar. Ejemplo de esto es que no tuvo reparos en expresar a través de un ensayo su disgusto por las esculturas de Edith Gron. “Se cree que a las mujeres no se les debe decir la verdad. Eso está bien en una insípida reunión social” […]. “La artista nunca es mujer; es artista”, escribió (El gruñido de un bárbaro 1994.) Si aún viviera, Manolo no sólo estaría combatiendo (desde la cárcel o el destierro por supuesto) la actual dictadura en Nicaragua reclamando democracia, sino también clamando justicia social y un Estado de bienestar porque él siempre comprendió que para que hubiera democracia en Nicaragua era esencial atender los problemas del nicaragüense de a pie. Entendió con lucidez que no se le podía estar dando discursos a martillazos sobre democracia a estómagos hinchados. Si aún viviera escribiría que los dos únicos modelos que ha tenido Nicaragua: una derecha o una dictadura corporativa (que es lo mismo) ejerciendo un capitalismo depredador y una dizque izquierda clientelista y corrosiva se tiene que terminar de una vez por todas.

El paso de mi tío-bisabuelo Manolo Cuadra por esta Tierra fue muy efímero. Pero su corta vida respondió al llamado urgente de la poesía a sus puertas y al “cumplimiento de sus deberes políticos”, a pesar de que “la inestabilidad generalizada en que tuvo que crecer y subsistir afectó su vida entera” (Lizandro Chávez Alfaro, Solo en la compañía 2017). Enfermó de cáncer de riñón por el que fue tratado en Costa Rica y murió a los cincuenta años.

Un día mientras sumergía mi cuerpo en las aguas termales de esa Tipitapa de mis recuerdos, un viento huracanado me sopló al oído diciéndome: “yo sé quien sos vos. Vos sos algo de Manolo Cuadra. No lo olvidés”. Y yo le pregunté: “pero, ¿quién sos vos?” Y esa voz me dijo: “no me reconocés?” “No”, le dije. Y finalmente me dijo a carcajadas: “Yo soy la literatura”.

*Agradecimientos: a Nico Mendoza (bibliotecario de la Universidad de Kansas) quien me proporcionó una copia del libro “Itinerario de Little Corn Island”. Sin sus esfuerzos y la de sus colegas por escanear este libro—en un estado excesivamente frágil, no me hubiese sido posible la lectura de este texto valiosísimo que es parte de la memoria histórica nicaragüense en relación con los desterrados y exiliados políticos de la dictadura somocista. En Nicaragua uno de los escasos lugares que tienen posesión de este libro es el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA) secuestrado por la dictadura Ortega-Murillo—inaccesible ya para los académicos y el resto de los nicaragüenses.

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Natalia Cuadra Dumke

Natalia Cuadra Dumke

Profesora de Español en el Departamento de Lenguas y Literaturas Modernas de la Universidad de Mount Allison. Colaboradora con la revista alemana Hispanorama.

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