3 de mayo 2019
En su discurso más reciente, Daniel Ortega despotricó en contra de sus interlocutores de la Alianza Cívica, en la llamada “mesa de negociación”. Les llamó “miserias humanas”. Un indicativo claro de sus afanes de “paz y reconciliación”.
Pero Ortega dijo más. Y, aunque resulte odioso escucharlo y referirse a sus palabras, no hay más remedio, porque estamos obligados a confrontar sus discursos y planteamientos.
Ortega volvió con el cuento de los “vende patrias”. El mismo personaje que, con la fábula del canal interoceánico, hipotecó al país por cien años con un oscuro especulador chino, es el mismo que se atreve a utilizar la expresión vende patria.
El mismo personaje que perpetró el acto de entreguismo más vil de la historia de Nicaragua, ni siquiera comparable con el tratado Chamorro Bryan, es el mismo que aparece lavándose las manos, como cualquier Pilatos. Todavía más. La concesión vende patria, convertida en ley y elevada a rango constitucional por Ortega y su séquito, sigue vigente, pesar de haberse desvanecido la quimera. Sigue vigente como plataforma para trasiego de capitales.
Pero Ortega no tuvo empacho en profanar una vez más la memoria de Sandino. Si de Sandino hablamos, atendamos lo que afirmaba sobre el Tratado Chamorro Bryan:
“Se nos han robado nuestros derechos sobre el canal...Teóricamente se nos pagaron tres millones de dólares. Nicaragua, o más bien, los bandidos que controlaban el gobierno por esa época…recibieron unos cuantos miles de pesos, que, repartidos entre todos los ciudadanos nicaragüenses, no hubieran bastado para comprar una galleta de soda y una sardina para cada uno. Por medio de ese contrato que firmaron cuatro traidores, perdimos nuestro derecho sobre el canal. Las discusiones acerca de esta venta se llevaron a cabo dentro de un congreso espurio, a puertas cerradas, que guardaban soldados…”
Pareciera que Sandino escribió exactamente para la tropelía de Ortega, pues describe con precisión lo ocurrido en el 2013: cuatro traidores y “un congreso espurio, a puertas cerradas, que guardaban soldados…”
Ortega también arremetió, con sus falsedades de siempre, con el tema de las sanciones. Y dijo:
“No he escuchado de parte de ellos, ni de parte de quienes coinciden con ellos en los diferentes campos, económicos, mercantiles, o espirituales, no he escuchado una sola palabra de condena a las sanciones que le han venido aplicando a Nicaragua”.
¿Y a cuenta de qué? ¿Cuáles son esas sanciones que le han venido aplicando a Nicaragua? ¿Qué tienen que ver las sanciones impuestas a jerarcas del régimen con la soberanía nacional?
Nada tienen que ver.
Todo el mundo sabe que las sanciones se han aplicado, hasta el día de hoy, a personas individuales y al BanCorp, el banco privado de Ortega. Ninguna sanción se ha aplicado a Nicaragua. El problema es que Ortega, igual que todo dictador con pretensiones mesiánicas, en sus extravíos mentales se considera a sí mismo como la encarnación de la patria.
Esa confusión es idéntica a la que tenía Anastasio Somoza Debayle. En su libro de memorias “Nicaragua Traicionada”, Somoza, refiriéndose a la administración Carter escribe lo siguiente: “Mi patria, mi pueblo y yo fuimos traicionados…ni yo ni ninguna otra de las personas del mundo que aman la libertad podemos comprender las razones por las que Nicaragua fue traicionada”.
Para el tirano Somoza, igual que para el tirano Ortega, ellos son la patria. Ellos son Nicaragua.
En el mismo libro, Somoza relata el momento antes de montar en el helicóptero que lo conduciría al aeropuerto para salir para siempre de Nicaragua: “Al contemplar por última vez las luces de Managua, me corrieron las lágrimas por las mejillas…No era que en aquel momento yo estuviera teniendo lástima de mí mismo…Sentí profundamente todo el buen trabajo que habíamos realizado en Nicaragua y que se había desvanecido como el humo…”.
Ningún sentido de responsabilidad. Ningún cargo de conciencia sobre el país que dejaba destruido. El tirano que derramaba lágrimas, era insensible a los ríos de sangre en que se anegaba Nicaragua. Igual ahora. Ortega afirma que Nicaragua vivía sus mejores tiempos, con más del 40% en condición de pobreza, según Fideg; más del 60% de la fuerza laboral en desempleo o subempleo, según Inide; Casi el 80% de la población laboral en la informalidad, según BCN; y con la seguridad social en quiebra.
Las primeras víctimas de las sanciones son los pobres, proclamó.
¿Qué tienen que ver los pobres con Roberto Rivas, ejemplo depravado de corrupción e impunidad?
¿Qué tienen que ver los pobres con el BanCorp -un banco de ricos- donde la camarilla gobernante escondía un patrimonio de 2 500 millones de dólares, en el país más pobre de América Latina?
Un patrimonio que, por cierto, creció en más de 230 millones de dólares en el año 2018. Los magnates del poder aumentaron sus caudales en plena crisis, mientras los empresarios grandes, pequeños y medianos pasaban y siguen pasando “el Niágara en taburete”. Y las familias se acuestan y se levantan con la aflicción y la incertidumbre de si podrán llevar el alimento a su hogar.
El pueblo nicaragüense no participó en la decisión de hipotecar el país por un siglo. Porque el pueblo no es vendepatria. Los vende-patria son los traidores, de ayer y de hoy, a los que se refería Sandino.
El pueblo nicaragüense no es víctima de ninguna sanción porque no es corrupto, ni comparte intereses con ningún magnate económico.
El internacionalmente señalado de cometer delitos de lesa humanidad habla de miserias humanas. Miserias humanas son los que están condenados al basurero de la historia.