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La mentira que enciende pasiones y la democracia que sucumbe

“La más ligera brisa de rumor a veces cambia por completo las opiniones de la gente” Cicerón

Foto: EFE | Confidencial

María Teresa Ronderos

9 de noviembre 2023

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Cuando los españoles intentaban dominar al imperio Inca en los meses que siguieron a su primer encuentro en noviembre de 1532, en la plaza de Cajamarca (Perú) se esparcieron rumores e historias extraordinarias que servían a los intereses más sentidos de cada parte. Circularon versiones de libros que hablaban de caballos que se enfurecían con la gente y se la comían; y de ataques que duraban un año, pero sólo en luna llena. Según lo que encontró el investigador Gonzalo Lamana, los relatos venían mezclados, cada cultura imitando y apropiándose de la otra y cada cuál buscando legitimar su relato y salir triunfante del brutal choque cultural.

Siempre han existido el rumor, la cizaña, la representación monstruosa del enemigo en la guerra y los chismes malintencionados para destruir la reputación del competidor. Los antropólogos e historiadores han estudiado su papel en la construcción de la moral pública y la cohesión de las sociedades. También han dicho algunos que, en política, el “voz a voz” ha sido el medio de comunicación del ciudadano de a pie, con el que éste ha organizado levantamientos populares o socavado el prestigio de un poder abusivo.


¿Qué es entonces lo nuevo, lo perturbador de esta fuerza que han adquirido el rumor y la mentira desde la reciente invención de las redes sociales? Facebook fue creada en 2004, YouTube en 2005 y Twitter (hoy X) en 2006. En cuanto a los servicios masivos de mensajería instantánea, WhatsApp nació en 2009 y Telegram en 2013. ¿Por qué le preocupa tanto al mundo democrático que se esté socavando la confianza de la ciudadanía en las reglas de juego?

Para empezar, la tecnología hizo posible la creación de una máquina formidable para que esa simple opinión que antes no salía de la familia o los amigos alcanzara el otro lado del mundo en instantes. Cualquiera puede ahora circular pública o privadamente información verdadera o falsa; u opiniones de buena o mala índole. Hasta ahí se podría argumentar que se ha democratizado la comunicación humana y ampliado la libertad de expresión, porque ahora ese pequeño poder del “voz a voz” puede poner a temblar a poderosos.

Sin embargo, la transformación no para allí. Gobiernos y empresas privadas con ética de caucho se están apalancando en las grandes plataformas. ¿Para qué?: para sustituir el poder y la libertad que le dieron a la gente común las redes sociales, por conversaciones falsas entre personas inventadas y mediarla por “medios” que imitan al periodismo pero sirven para la propaganda o la desinformación.

Plataformas, páginas de comercios o gobiernos, y aplicaciones de celular recogen los datos personales, las redes de amistad y el historial de uso de quienes pasan horas frente a las pantallas. Esa enorme cantidad de información les permite ofrecer a la gente más bienes o servicios que suelen comprar. Pero también hace posible diseñar perfiles psicológicos de cada cual, una llave para que otros alimenten sus incertidumbres o temores con doctrinas pseudorreligiosas o teorías políticas conspirativas. El ciudadano ni se da cuenta de cómo lo están llevando de la nariz a convertirse en activista de un grupúsculo extremo, porque está convencido de que forma parte de mayorías.

En una democracia, esta combinación de poderes –incentivar la radicalización y enfocar con precisión los mensajes políticos a cada individuo, sabiendo lo que interpela sus emociones— puede ser fatal.

“Podría decirse que más invasiva que la información obviamente falsa es la implacable difusión de opiniones hiperpartidistas, que juegan con los miedos y prejuicios de la gente, con el fin de influir en sus planes de voto y en su comportamiento. Nos enfrentamos a una crisis relacionada con el uso de los datos, su manipulación y la difusión de opiniones perniciosas”, reportó un comité del parlamento británico en 2018.

Meses antes, un consorcio periodístico de Estados Unidos y el Reino Unido había revelado cómo los datos de millones de personas, extraídos de Facebook por un profesor de psicología y empresas del conglomerado SCL group (incluida la famosa Cambridge Analytica) habían sido usados para enviar a votantes mensajes micro-dirigidos en la campaña presidencial estadounidense de 2016, en la que resultó electo Donald Trump. Algo similar, se comprobó luego, hicieron titiriteros del presidente de Rusia, Vladímir Putin, en las elecciones de junio de 2016 en que los británicos se decidieron por el Brexit, influenciados por las mentiras con las que fueron bombardeados.

Diversas investigaciones legislativas, periodísticas y académicas comprobaron más tarde que hubo campañas de desinformación, cortadas a medida de las angustias y las iras de grupos de la población, en diversas elecciones en Filipinas, Brasil, Argentina y Kenia, entre otros países; en las guerras de Siria y Ucrania; y en los ataques a los críticos de dictaduras como la de Nicolás Maduro en Venezuela o de gobernantes corruptos como Jacob Zuma, en Suráfrica.

Alumnos aventajados

En nuestra América Latina, políticos y gobiernos corrieron a contratar firmas extranjeras que trajeran a estas tierras sus adelantos de la ciencia de la manipulación en la era del Internet. Al tiempo, agentes criollos desarrollaron esos conocimientos rápidamente. Eso es lo que el equipo del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP) ha venido descubriendo -con medios aliados en todo el continente- en varias investigaciones sobre desinformación. La última de ellas, Mercenarios Digitales, es la que ha tenido mayor impacto

Desde que existen los medios de comunicación ha habido consultores que asesoran a candidatos y gobiernos en cómo conectar mejor con el ciudadano o cómo convencerlo de una idea. Nada de ello es indebido. No obstante, ante los nuevos poderes que les da el acceso a los datos íntimos de las personas y la capacidad para trabajar su sicología y llegar a ellos directa y masivamente, muchos de estos consultores traspasaron un límite ético.

“El odio moviliza a la gente”, enseñaba el consultor Xavi Domínguez, dueño de la firma Wish & Win, en un congreso sobre comunicación política en marzo de 2023. “Si ustedes van a un proceso electoral y se olvidan de estudiar qué cosas son las que el electorado odia, tienen un problema y una desventaja en el arranque de la elección”.

Luego de que Domínguez fuera consultor del derrotado candidato por el Partido Nacional de Honduras (el empresario Nasry Asfura) en las elecciones presidenciales de 2021, Meta eliminó doce cuentas de Facebook, 172 páginas y 11 cuentas de Instagram que tenían más de medio millón de seguidores: comprobó que realizaban “operaciones inauténticas coordinadas” en violación a las reglas de la plataforma. Los colegas del medio hondureño Contracorriente, mediante el seguimiento de su rastro digital, encontraron varios medios y perfiles que estaban asociados a Wish & Win. Revelaron cómo éstos mintieron para acabar con la reputación de contrincantes.

Analizamos en detalles empresas de estrategia y mercadeo político de alcance transnacional. Sus consultores presumen de haber fabricado candidatos de la nada, o haber “hecho elegir” a éste o al otro personaje. Son carismáticos y desfachatados al punto de inventarse su propia biografía para esconder pasados más prosaicos, como haber sido investigado por la justicia como autor de agresiones o haber sido taxista.

Alinearse con gobiernos de izquierda en México, Bolivia o Ecuador o con la ultraderecha en Chile, Brasil o Argentina, da un poco lo mismo, porque su tarea suele ser similar. Algunos usan cuentas de personas inventadas, o manejadas por personas a sueldo y con libreto, o incluso robotizadas para que vomiten odio a ritmo de metralla. En el argot digital se conocen como granjas, troles o bots. Por supuesto, muchos niegan tajantemente haber usado algún arma de ese arsenal.

Pero hay evidencias de lo contrario. Cazadores de Fake News, una organización dedicada a la investigación digital, encontró por ejemplo en X (antes Twitter) a “Ana María Fernández”, quien en 2021 difundía propaganda chavista en Venezuela y, sin cambiar ni un pelo, en 2022 impulsaba a un candidato del Partido Revolucionario Democrático (PRD) de Panamá. Por su comportamiento se pudo saber que “Ana María” era una persona falsa, no existía. Su actividad, como la de otros troles, coincidió con los contratos de asesoría política de la empresa panameña Venqis, creada por un brasileño, que niega haberlos usado en sus asesorías.

A veces estos estrategas trabajan para gobiernos –o en ocasiones, incluso, los aparatos de la mentira funcionan dentro de las propias instituciones-. Apenas una semana antes de que Daniel Ortega y Rosario Murillo se hicieran reelegir otra vez presidente y vicepresidenta de Nicaragua el 7 de noviembre de 2021 –en unos comicios denunciados por la comunidad internacional como fraudulentos–, Meta sacó de su red social Facebook 896 cuentas personales, 132 páginas y 24 grupos porque actuaban de forma coordinada, no eran auténticas (no representaban a personas y opiniones que existan en la realidad) y diseminaban propaganda o desinformación en favor del régimen.

De las operaciones desmanteladas hasta ese momento, esta fue, según Meta, la que encontró “la mayor cantidad de entidades estatales operando al mismo tiempo”, entre ellas la propia Corte Suprema de Justicia. El Confidencial de Nicaragua descubrió, además, que muchas de estas cuentas y páginas eliminadas resucitaron, como Lázaro, con nombres parecidos o iguales para hacer las mismas operaciones de lambonería al régimen y ataque a críticos que hacían antes de que las expulsaran de la plataforma.

El menú de desinformación

En la investigación encabezada por CLIP identificamos diversas técnicas a las que apelan los manipuladores digitales. No todas son utilizadas, pero hay varias de uso frecuente:

Pagan a personas en redes con muchos seguidores para que opinen según su libreto. A veces los influencers son auténticos militantes políticos y trabajan para sus jefes de partido, pero abundan aquellos que han descubierto el negocio de radicalizar a la gente, bien porque las propias plataformas premian la mayor interacción o porque alguien les paga para hacerlo.

Inventan encuestas que les den ventaja. Una encuesta de la firma del consultor argentino Fernando Cerimedo, a comienzos del proceso constituyente en Chile, auguraba el fracaso absoluto del voto por el Apruebo en contravía de todas las demás encuestas. Su publicación ayudó a ambientar la idea de que el Rechazo podría recuperarse. Cerimedo alegó que la encuesta fue un error honesto. Su argumento sería creíble si no fuera porque después, con una campaña fraudulenta, asustó a la gente diciendo que la Asamblea Constituyente le iba a quitar su casa, utilizando un logo casi idéntico al de la Asamblea real, y más adelante dijo sin evidencias que el presidente Gabriel Boric estaba enfermo. 

Crean medios o sitios web para diversos públicos, donde publican propaganda o noticias falsas. Según contó el mismo consultor Paul Anria en un congreso internacional, para la elección de Alejandro Giamattei en Guatemala en2019, creó noticieros propagandísticos en un país distinto al de su candidato porque en ese país estaba prohibido por la ley. Los colegas de MCCI y de Animal Político pudieron conectar a Neurona de México, del consultor César Hernández, con al menos 116 sitios web en diversos países. De ellos, 31  hacían propaganda para el presidente Andrés Manuel López Obrador y su partido Morena, y a otros partidos y gobernantes de  izquierda en Bolivia y Ecuador.

Activan bots o perfiles de respuestas automáticas que hacen creer a los ciudadanos que quien les chatea es un personaje al que les duelen sus problemas. Eso sucedió en Costa Rica, donde el diez por ciento de la población recibió mensajes personales del bot del candidato, y hoy presidente, Rodrigo Chaves.

Lanzan videos falsos como ataque a contradictores. El bloguero bolsonarista Oswaldo Eustaquio, quién se había refugiado en Paraguay huyendo de tres órdenes de captura de la justicia brasileña que lo acusa de apoyar el intento de golpe de Estado en ese país en 2022, difundió la especie de que, con el apoyo de “hackers brasileños” apoyados por el presidente de Brasil, Lula da Silva, las autoridades paraguayas estaban haciendo fraude en contra de Santiago Peña, el candidato cartista. En un video afirmó que el intento de Brasil para extraditarlo era parte de una conspiración para tapar la supuesta conspiración. Peña ganó la elección y la teoría de Eustaquio quedó desmontada.

Acusación de fraude electoral. La narrativa de Eustaquio no fue un alegato solitario. Siguiendo la línea trazada por estrategas internacionales como la Fundación Disenso -creada por Vox, partido de ultraderecha de España- para impulsar “el cambio cultural en la Iberósfera”, y Steve Bannon, el gurú de comunicaciones de Donald Trump y pionero en manipulación como vicepresidente de Cambridge Analytica, varios consultores y políticos repiten un idéntico mantra en la región: que hubo, hay o habrá fraude en las elecciones. No importa de qué país o bajo qué circunstancias, el todo es sembrar la duda frente a las instituciones democráticas.

El caso más emblemático sucedió cuando Cerimedo, asesor de Javier Milei, candidato presidencial de Argentina que el 19 de noviembre competirá en la segunda vuelta electoral, presentó en directo un alegato sosteniendo que en algunas urnas de voto electrónico se pudo haber favorecido a Lula da Silva en las elecciones presidenciales de Brasil en 2022. Bolsonaro había perdido hacía apenas cuatro días y con su hijo Eduardo, cercano a Steve Bannon, venían empujando el mismo relato de fraude desde antes de los comicios. La presentación, avalada por tablas y gráficos, parecía creíble. Pero según las verificaciones legales, no hubo tales urnas sesgadas. Unas 400 mil personas vieron esa presentación en directo y muchos bolsonaristas ayudaron a viralizarla. Según diversos observadores, esta pieza de desinformación contribuyó a que centenares salieran a la calle a acompañar el intento de golpe de Estado el 8 de enero de 2023, convencidos del supuesto fraude. Por este atentado contra la democracia, la Corte Suprema de Justicia ha condenado a Bolsonaro y a varios de sus seguidores.

¿Qué consiguen estos manipuladores?

Inventan multitudes que no existen, creando el campo fértil para que ideas y teorías conspirativas, tan insólitas como aquellas de hace 600 años de que los caballos se enfurecen y se comen a la gente, se vean como mayoritarias y la gente, por razones emocionales, termine sumándose a algo que no tiene el menor sentido si se saca de ese contexto.

En esos trending topics que crean artificialmente los estrategas cabalgando sobre los eficaces algoritmos de las redes sociales, caen con frecuencia los medios de comunicación, que terminan haciendo de megáfono a las mentiras, aun los que piensan que lo hacen con buena intención. En otra investigación de CLIP sobre cómo cundieron mentiras sobre supuestas curas milagrosas a la Covid-19, que enriquecieron a unos pocos negociantes, constatamos cómo medios incautos ayudaron a viralizar la propaganda.

Mirados desde más lejos, estos nuevos gurús de la manipulación política han contribuido en varios países de América Latina a borrar el centro político. Con ello han carcomido el respaldo a los sistemas democráticos, una acción que se ve facilitada por los gobiernos.

Aunque se ufanan de que su trabajo logra elegir candidatos, eso aún está por probarse. Lo que sí se sabe es que cooptan y suplantan la opinión pública auténtica, crean confusión y sentimientos intensos de desesperanza y desprotección. Sobre esos sentimientos se elevan los Bukeles, Bolsonaros, Maduros u Ortegas como los salvadores y garantes del orden perdido. 

*Publicado originalmente en “Democracia bajo Fuego: Especial de El Faro, 25 años”.

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María Teresa Ronderos

María Teresa Ronderos

Periodista colombiana, directora del Centro Iberoamericano de Investigación Periodística (Clip). Columnista de El Espectador y miembro del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Por su destacada carrera periodística, recibió el Premio Maria Moors Cabot en 2007.

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