15 de mayo 2018
El país está en una profunda crisis de gobernanza. Las instituciones del Estado y los poderes constituidos ya no pueden seguir desempeñándose como lo hacían hasta hace tres semanas y una parte muy significativa de la población ya no desea regresar al estado original de cosas. Como la llaman muchos, esta es también una crisis de las conciencias. La conciencia que se rebela contra el abuso de autoridad y la corrupción, contra la injusticia y la impunidad, contra la matonería y el uso indebido del poder. Fueron las y los jóvenes quienes despertaron esas conciencias. Cobraron vida las palabras proféticas de Fernando Cardenal S.J.
En esta crisis ha figurado como instrumento represivo la llamada Juventud Sandinista. Ya desde años pasados se venía perfilando como una fuerza cercana a la pareja presidencial y la veíamos en movilizaciones, aplaudiendo en las tarimas, frente a pantallas gigantes viendo partidos del Barsa y el Real Madrid y hasta en una que otra campaña por el medio ambiente. Su iniciación pública en el robo y la matonería ocurrió en 2013 con #OcupaINSS. Su graduación como fuerza de choque, señores de horca y cuchillo y émulos de las juventudes fascistas y hitlerianas se ha dado en estos meses de abril y mayo.
Quien me conoce sabe de dónde vengo y mi forma de pensar y de actuar. Quien no, sepa que aporté mi grano de arena en la lucha insurreccional, fui militante de la 2da promoción del FSLN y con todo el vigor de los veinte años, al igual que miles de muchachas y muchachos, participé activamente y a mucha honra -en 9 de los 10 años de la revolución- en la Juventud Sandinista “19 de Julio”. Dejé el Frente a inicios de los 90s, no participo en ningún partido y sigo siendo Sandinista.
¡Qué diferencia entre la de los 80s y la que hoy usa el mismo nombre! No es que la de los 80s haya sido santita, ni que haya estado ajena a abusos y errores. Digo que teníamos ideales que giraban alrededor no de individuos, sino de un programa histórico. Fuimos partícipes de una causa social que implicó la alfabetización, los cortes de café, caña de azúcar y algodón; la educación, la salud, la cultura y el deporte, implicó también la defensa de la revolución. Y en todo lo que hacíamos estaba el ejemplo individual. La generación de San José de las Mulas cantando “Venceremos”.
No era la matonería ni el abuso cobarde, no era la fuerza bruta al amparo del garrote, ni el vandalismo a mansalva.
Al igual que yo, muchas y muchos de los que participamos en la antigua JS, creemos en la libertad de expresión, de organización, de movilización, en la libertad de prensa y en el debate de las ideas. Defendemos las elecciones libres, la separación de poderes, la rendición de cuentas de los gobernantes, la transparencia en las finanzas públicas y el estado de derecho. Considero que la reelección continua no ha sido buena compañía en nuestra historia, de la misma manera que hay que desterrar el odioso culto a la personalidad, el caudillismo, los destinos manifiestos y los mesianismos. Debemos ser tajantes en liquidar el cáncer del aprovechamiento de los recursos del Estado para fines partidarios, las coimas, las mordidas y los dobles presupuestos.
La salida de esta crisis es la mesa del diálogo y hay unos primeros puntos indispensables. Sin justicia y democracia no hay paz posible. En esta crisis y una vez que comencemos a salir de ella, debemos reconocernos en nuestra condición de personas y reconocer los derechos inherentes a tal condición: los derechos humanos. Ellos nos ofrecen un punto de partida y una meta de desarrollo. En términos de Paulo Freire, la “utopía posible”, donde tengan vida la igualdad, la equidad, la solidaridad y la justicia, la libertad, la riqueza en la diversidad y el respeto mutuo. El respeto a la dignidad humana. Tiene que ser posible en Nicaragua.