26 de septiembre 2016
La decisión de Consejo Nacional Electoral sobre la recolección del 20% no trajo ninguna sorpresa. Era exactamente lo que se podía esperar.
Si partimos de que su objetivo empírico es defender a la Revolución, no hay que ser demasiado perspicaz para entender que sus decisiones estarán dirigidas a evitar o demorar la ejecución del Referendo Revocatorio, sabiendo que ese evento significaría la salida del poder del presidente Nicolás Maduro, del chavismo en su conjunto y, por supuesto, del propio directorio del CNE.
Sin embargo, las decisiones de este tipo no están completamente descubiertas de maquillaje. Aunque durante los últimos tiempos hayan mejorado en eso notablemente, siempre veremos las fintas que intentan dar un viso de legalidad, formalidad e institucionalidad a lo que en realidad es otra cosa.
En este caso demoraron la decisión de convocar la recolección de firmas todo cuánto podían, con la excusa de “analizar” y “discutir” lo que desde el principio sabían que harían: quemar unos días más y así mezclar un anuncio que mate las esperanzas de que el Referendo Revocatorio pueda ocurrir antes del 9 de enero de 2017 (o por lo menos dejarlas moribundas) y plantear, en adición, el peor escenario en términos de condiciones para cumplir el requisito que convoque ese referendo.
¿Tenían ustedes alguna duda que el CNE se iba a tirar el barranco de obligar a la recolección del 20% de las firmas por estados y no nacional, cambiando incluso la interpretación que ese mismo organismo (y casi las mismas personas) hicieron de la ley cuando se convocó el referendo contra Hugo Chávez y que ni siquiera hayan tenido la gentileza de explicarnos de dónde proviene semejante cambio “filosófico” de reglas de juego?
Ni siquiera lo pusieron explícito en su documento. Apenas lo dejaron entrever.
Ahora bien: nada es imposible. No quiero decir aquí que la decisión del CNE impide definitivamente la recolección de las firmas. La oposición tiene tamaño, motivación y ganas suficientes de lograr el cambio. Y eso puede romper con cualquier expectativa negativa. Pero esta decisión eleva a la enésima potencia los riesgos de la oposición y pretende retarla, dividirla y radicalizarla, para así llevarla al plano donde el gobierno tiene ventaja.
Tratan de convertir a la oposición en una fuerza rebelde que aparentemente “debe” desobedecer la ley.
Y ésa es una situación desesperada para la oposición, que sin duda tiene graves tensiones sobre el tema.
Los grupos más duros dirán que es absurdo aceptar esas condiciones e ir directo al despeñadero. Los moderados dirán que no ir sería un error y que hay que organizarse para hacer posible lo titánico y convertirlo en un referendo anticipado.
Cualquiera que sea la decisión (que, para el momento de escribir este post aún no se conoce) parte con una pata coja.
Sin embargo, el gobierno corre también un grave riesgo. Está burlándose la gente en su propia cara. No de la dirigencia ni de la MUD. Se burlan de una contundente mayoría que quiere cambio y siente que no le dan espacios para que ello ocurra institucionalmente y en paz.
Es verdad: existe un escenario posible donde el abuso de poder gana la batalla y crea un país que se habitúa, que se primitiviza, que se congela debido a la apatía y el miedo. Pero también hay otro escenario que no debemos descartar: ese volcán dormido al que están haciendo bullying y en cualquier momento se despierta.
Tal como están las cosas, no será una lucha fácil para nadie. Y probablemente tampoco será inocua. En cualquiera de los caso, es un drama que hayamos llegado hasta aquí.
Si alguien entiende el sentimiento de frustración de la gente y logra hacerlos soñar que sí se puede, estaremos entrando en una nueva fase donde más venezolanos sentirán que tienen una responsabilidad personal, familiar e histórica: rescatar la democracia y adecentar el país.