12 de mayo 2018
Los dictadores no tienen imaginación. Con independencia de las particularidades de cada época, una y otra vez repiten las mismas tácticas, la misma ceguera, los mismos discursos, la misma arrogancia, las mismas patrañas. En el fondo siempre está el aferramiento enfermizo al poder.
No tenemos que ir demasiado lejos. Quienes tuvimos oportunidad de vivir los años 1978 y 1979 podemos evocar en nuestra memoria muchas de las sensaciones que nos toca revivir en el presente.
En primer lugar, el rechazo generalizado de la población al régimen. Las expresiones de rechazo se reproducen a lo largo y ancho del país. Las gigantescas marchas realizadas en Managua y, en particular, la espectacular demostración del miércoles pasado, son fiel testimonio de la determinación popular por el cambio.
Protestan jóvenes, adultos y personas de la tercera edad, varones y mujeres, empresarios de todos los tamaños, trabajadores, empleados, desempleados y profesionales. En pocas ocasiones se ha producido unidad semejante en nuestra historia nacional.
Precisamente, la frase más coreada por la gente es “El pueblo Unido, jamás será vencido”. Una frase que viene de la lucha contra Somoza y que ahora renace en el corazón del pueblo.
¿Unidad en torno a qué?
En primer lugar, justicia. No más impunidad. Los culpables de los crímenes deben ser procesados y condenados. Ortega a este clamor ha respondido con sus artimañas de siempre, inventaron una comisión de la verdad que rápidamente fue descalificada por la gente como comisión de la mentira. Nadie les cree. ¡Y quién les va a creer! si la presidenta de la Corte Suprema de Justicia, que encabeza el órgano que supuestamente debe aplicar la ley, aparece muy campante al lado de Ortega en la movilización que montaron el 30 de abril.
El segundo pilar de esta unidad se resume en la frase: que se vayan. La gente exige un cambio porque llegó a la convicción de que el régimen no tiene nada que ofrecer para el futuro del país.
El tercer pilar de la unidad es la paz. La gente quiere un cambio pacífico. Por eso sus formas de lucha son cívicas. La gente se moviliza por sus propios medios. Ni buses, ni acarreados. La gente camina tranquila, pero con mucha energía. Termina la marcha y retornan a sus casas las banderas en el camino. La bandera azul y blanco. La violencia irrumpe cuando aparecen las turbas criminales del régimen y sus fuerzas represivas.
El cuarto pilar de la unidad es la libertad. La gente exige democracia. Exige respeto a sus derechos.
Y esas son las banderas. Justicia, democracia y paz.
¿Cómo ha respondido Ortega al clamor de la gente?
Con represión y violencia. Igual que Somoza. La diferencia está en que Somoza enfrentaba una insurrección armada. Ortega se ensaña en una insurrección cívica, desarmada. Somoza se ensañó en la juventud. Ortega repite lo mismo. En el programa de Jaime Arellano, una joven dirigente manifestó el sentimiento de rechazo y de miedo que sentía al ver un policía. Ortega también está condenando a miles de jóvenes y oficiales de la policía a comportarse como enemigos del pueblo. Y en esas batallas, el pueblo siempre triunfa. Más tarde, o más temprano.
Porque la represión tiene un límite. Llega un momento, cuando la represión es indiscriminada, que la gente pierde el miedo y termina sumándose a la lucha. Es lo que está ocurriendo. Hasta la UNAN Managua, otrora bastión del orteguismo, se transformó en centro de resistencia juvenil.
Los dictadores también repiten el mismo discurso. Somoza hablaba de una conspiración del comunismo internacional. Ortega habla de una conspiración dirigida y financiada por Estados Unidos.
En su ceguera, Somoza quiso exhibir que contaba con respaldo popular y montó una concentración, el primero de mayo de 1979, La multitud escuchaba el coro de los parlantes “No te vas, te quedás”. Ortega no se quedó atrás en su imitación al somocismo y montó una patética concentración, y vean qué casualidad, precisamente con ocasión del primero de mayo, solo que la hizo el 30 de abril. Los acarreados de siempre, las listas de asistencia de siempre y los hipócritas discursos de siempre.
Igualmente Somoza quiso utilizar el diálogo para manipular y ganar tiempo, dividir a la oposición, confundir a la población y neutralizar a la comunidad internacional. Aquí estuvo por semanas una comisión de mediación designada por la OEA. Somoza estiró y encogió, encogió y estiró hasta que resolvió dinamitar el diálogo cuando agotó su arsenal de manipulaciones.
Ortega sigue aferrado al poder, pero se trata de una batalla que ya no puede ganar. El desenlace está escrito. Solo falta escribir el cómo y el cuándo.
El problema es que cada día que permanece aferrado, los nicaragüenses lo pagamos con vidas humanas, con luto y dolor. Cada día lo pagamos con destrucción. Cada día lo pagamos con perjuicios económicos para familias, empresarios, trabajadores. Para el país entero y el futuro de todos.