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Estados ¿Unidos?: la hiperpolarización de una sociedad quebrada

Campaña y triunfo de Trump expusieron líneas de batalla insalvables y una sensación de declive. ¿Cómo se proyecta un país con divisiones tan violentas?

Personas junto a una bandera estadounidense.

Personas junto a una bandera estadounidense cuando llegan a un evento de campaña. EFE | Archivo | Confidencial

Jordana Timerman

21 de noviembre 2024

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“Una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse”. Esta frase bíblica fue el eje de un discurso que dio el prócer estadounidense Abraham Lincoln hace 166 años, cuando se postulaba para la presidencia. Hablaba de la división en su país entre los estados cuya economía dependía del trabajo esclavo y los industrializados que se oponían al sistema de propiedad humana. Este discurso es parte del canon educativo de Estados Unidos, imposible ir al colegio ahí sin aprenderlo.

Sin embargo, es menos recordado el resto del discurso. Para Lincoln, la unidad necesaria para sobrevivir no vendría de la conciliación, sino de la victoria de uno de los bandos sobre el otro. El ganador se queda con la casa entera. El lado anti-esclavista que lideró ganó lo que resultó ser la guerra más sangrienta de la historia estadounidense –cobró más vidas que todas las otras guerras combinadas-. Aun así, las divisiones nunca se resolvieron del todo.

Las elecciones presidenciales de Estados Unidos este año fueron, según expertos, de las más polarizadas de los últimos tiempos. La campaña estuvo marcada por divisiones intensas en términos geográficos, de género, de generación y clase. Estas disparidades no son nuevas, ni exclusivas de Estados Unidos. Pero se exacerbó la tendencia de separación entre los dos bandos. En cada polo se percibe un abismo: el otro lado no es parte de una alternancia lógica dentro de un sistema democrático. Una encuesta de NBC News reveló que el 80% de votantes republicanos y demócratas creían que la oposición política representa un peligro para la democracia.

No se trata solo de políticas públicas, sino de creencias profundas sobre el mundo: el 80% de los votantes de Kamala Harris cree que el legado de la esclavitud sigue impactando significativamente en la vida de personas negras estadounidenses, mientras que solo un 24% de los votantes de Donald Trump lo comparte. Según el Pew Research Center, el 89% de los seguidores del republicano considera que la posesión de armas mejora la seguridad al permitir la autodefensa, una opinión compartida por solo un 18% de votantes de Harris. Son brechas que se repiten en temas como la importancia del matrimonio e hijos para la sociedad y la separación de la religión del Estado.


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La resistencia

Los peligros para la democracia que se evidenciaron esta campaña, como la polarización exacerbada por las redes sociales, la desinformación y la creciente segregación ideológica geográfica, son reales.

Bruce Stokes, autor de un informe de la usina de ideas Chatham House sobre un “divorcio nacional”, señala con preocupación el hecho de que la campaña de Trump se haya construido sobre mentiras.

“Me parece inquietante que la mitad de los partidarios de Trump dicen creer en la afirmación de que los inmigrantes haitianos estaban secuestrando y comiéndose a las mascotas”, mientras que otros consideran (incorrectamente) que hay estados en los que el aborto se puede practicar después del nacimiento (es decir, matar al bebe), señala Stokes, que fue director durante años en el Pew Research Center, a Cenital.

La elección polarizada deja en claro un país dividido, y el resultado no sugiere que ambas partes se acerquen. (Quizás ningún candidato tenía el potencial para lograr esa unión.) Lo que quedó claro es que cada lado de esta división política considera que el país está en decadencia, que no cumple con las promesas de estatus, calidad de vida, seguridad y derechos que formaban parte del mítico pacto social estadounidense.

El politólogo Adam Przeworski, eminencia en materia de sistemas políticos comparados, teoriza que la democracia se sostiene cuando, para los actores políticos, los costos de mantener el sistema son bajos. Es decir, cuando el costo de un golpe de Estado es mayor que el de esperar el próximo ciclo ante la pérdida de una elección. Przeworski, un polaco que se fue de su país en 1968 y vivió el golpe de Augusto Pinochet en Chile, señaló al New York Times que es clave que los perdedores de las elecciones sientan que el sistema les da la oportunidad de ganar el poder a futuro, y que los ganadores actúen con moderación. En un sistema hiperpolarizado, la legitimidad democrática del lado opositor entra en cuestión y se debilita el sistema. Aunque hablamos de Estados Unidos, esta realidad se siente cada vez más cercana.

Hoy en día es menos probable que haya un golpe de Estado a un proceso de retroceso democrático, con un desmantelamiento de instituciones y controles, como el que lidera Viktor Orban en Hungría. Para los opositores en Estados Unidos la resistencia debe concentrarse en defender estos espacios en un contexto adverso: Trump tendrá el apoyo mayoritario en el Congreso y cuenta con una Corte Suprema afín. El polémico sistema electoral indirecto de ese país hace que la polarización favorezca al Partido Republicano, que da por perdidos los votos de estados irrevocablemente demócratas y no tiene incentivo para moverse hacia el centro, según explican al New York Times Paul Pierson y Eric Schickler, autores de Partisan Nation, un libro sobre la dividida política estadounidense. Por eso, en 2000 y 2016, los republicanos ganaron el Colegio Electoral y no el voto popular, a diferencia de los comicios en que ganaron los demócratas. Trump, sin embargo, en esta oportunidad se quedó con todo.

La identidad y el wokeismo

Hay críticos que relacionan el giro hacia la derecha que se evidenció el martes pasado con la agenda de políticas de identidad, y sugieren que ese debe dejar de ser el foco ante su poca capacidad de aglutinamiento o la polarización externa que genera.

Pero la centralidad de estos temas no es solo una decisión política de los demócratas: las divisiones en torno a estos temas son propias de la expansión democrática que surgió a partir de la prohibición de discriminación racial en la votación, con el Voting Rights Act de 1965, que eliminó muchas de las prácticas que efectivamente limitaban la participación democrática de la población negra. Una vez más, las divisiones que motivaron la Guerra Civil nunca se subsanaron; se patearon para adelante.

“No debemos engañarnos en este momento. La democracia multirracial en los Estados Unidos tiene menos de 60 años. Siempre ha sido cuestionada, a menudo de manera violenta. Siempre ha sido frágil. Desde el comienzo de esta nación, grandes sectores de los estadounidenses blancos, incluidas las mujeres blancas, han afirmado creer en la democracia mientras, en realidad, han impuesto una etnocracia blanca”, escribió la periodista Nikole Hannah-Jones en redes sociales. “Ante el cambio demográfico, en el que los estadounidenses blancos perderán su mayoría numérica, vemos una creciente aceptación de la autocracia para mantener a los gobernantes ‘legítimos’ de este país en el poder”, escribió la coordinadora del proyecto 1619, que revisa la historia del impacto de la esclavitud en Estados Unidos y se convirtió en tema central de las guerras culturales de los últimos años.

Desde el otro lado de la brecha, las causas estructurales que se describen suenan como ataques por situaciones históricas en las cuales no se sienten implicados personalmente. En cambio, consideran que se deslegitiman sus preocupaciones económicas. Aunque la macroeconomía ha mejorado, muchos aún sufren dificultades económicas y no se consideran privilegiados; las acusaciones de que se benefician a costa de otros resultan alienantes. El enfoque identitario acentúa las diferencias y profundiza la sensación de desarraigo, de falta de comunidad y de ausencia de un proyecto nacional, lo que se percibe como un declive en comparación con las ‘viejas épocas’.

El día después

El presidente actual, Joe Biden, asumió con la promesa de sanar las divisiones originadas en la primera presidencia trumpista. Pero dejó un país dividido, con votantes que ratificaron lo que ahora se considera como la era de Trump.

Sin embargo, la contundente victoria de Trump representa una posible unidad, similar al saldo que dejó la Guerra Civil: un lado gana y el país le pertenece. En esta elección no hubo acusaciones de fraude (las hubiese hecho Trump si perdía), ni se espera que una turba violenta intente tomar el Capitolio (de vuelta, eso se esperaba ante una eventual derrota del magnate).

En cambio, la victoria de Trump probablemente reduzca la polarización por un tiempo, según Alexander Hinton, un antropólogo especializado en genocidio que estudió en profundidad el fenómeno de polarización en Estados Unidos.

Aunque muchos votantes de Harris estén incrédulos ante un líder al que las condenas criminales no lo afectaron, no cuestionan la legitimidad de la victoria. La conversación (por lo menos la productiva) se centra más en la resistencia a los esfuerzos que seguramente hará el Gobierno entrante para desmantelar los límites democráticos institucionales del Poder Ejecutivo y en analizar los errores de la campaña de la aspirante demócrata.

“De hecho, Trump tiene una increíble oportunidad de unificar el país y reinventarse”, señala Hinton en conversación con Cenital. “Probablemente no lo hará”. Sin embargo, no le conviene seguir polarizando en este momento de transición.

¿Es la economía, estupido?

Aunque la polarización fue un eje importante en la victoria de Trump, sus narrativas y propuestas concretas fueron más relevantes. Harris, que tuvo un tiempo abreviado para diseñar su candidatura, no logró articular una plataforma amplia. Su enfoque se centró en evitar el supuesto “fascismo” de Trump, una narrativa que no convenció a votantes que desestiman el caos y atropellos del expresidente y que, en cambio, están preocupados por sus condiciones de vida concretas. La convicción de que Estados Unidos va por mal camino y que hay un marcado declive fue más fuerte que el miedo a supuestas amenazas a instituciones democráticas, en las cuales, de todas formas, cada vez más personas desconfían. (Las similitudes con las elecciones argentinas del 2023 son notables).

Trump supo canalizar el descontento de gran parte del electorado, que considera que sus condiciones de vida han ido en declive. Promete volver a una época de gloria perdida, que ahora hace referencia a su propia presidencia pre-pandémica. Por eso, el eslogan “Make America Great Again” es tan relevante, porque evoca esta sensación de declive. También dio explicaciones concretas, culpando al gobierno de Biden por la inflación. Aunque este fenómeno bajó a niveles normales, persiste el malestar con precios que se mantienen altos. Este contexto favoreció a Trump.

“La pandemia creó distancia y propició la idealización de un pasado glorioso”, explica Hinton. Mucha gente recuerda positivamente la primera presidencia de Trump, y él se supo posicionar como una “época dorada”, cuenta el profesor de la Universidad de Rutgers que sigue de cerca la evolución de la extrema derecha en Estados Unidos.

Utilizaron muy sabiamente la idea de la renovación, en particular hacia votantes en zonas que perdieron prosperidad económica, impactadas por la crisis del fentanilo que devasta comunidades rurales pobres. La campaña de Trump tuvo un mensaje concreto para las quejas de estos grupos: “Es horrible lo que les pasa, el régimen socialista intenta sacarles los derechos, empobrecerlos, el idioma es siempre nosotros-ellos”. Los trumpistas tienen narrativas que explican los males, “siempre me sorprende que personas en la burbuja azul (los demócratas) no entienden el poder del mensaje que Trump tiene y tuvo. Lo subestimaron dramáticamente. Otra vez”, le contó Hinton a Cenital.

Trump también supo apalancar el malestar con la inmigración masiva, mientras que Harris y los demócratas no encuentran la fórmula para responder al fenómeno de forma tal que contente a la clase trabajadora y los votantes más progresistas preocupados por los derechos humanos.

Los demócratas padecen un problema más amplio: dejaron de representar la clase trabajadora, que giró hacia la derecha de Trump, según el líder progresista Bernie Sanders, senador de Vermont. Es un problema de larga data. Bhaskar Sunkara, presidente de The Nation, revista icónica de izquierda en Estados Unidos, argumenta que los partidos socialdemócratas se desalinearon de los intereses de la clase trabajadora y pierden votos en todo el mundo a raíz de este corrimiento -de vuelta, las similitudes con las elecciones argentinas de 2023 son muy interesantes-.

De hecho, hubo un giro general hacia la derecha, y Trump pudo atraer votantes de grupos tradicionalmente demócratas, incluyendo hombres negros y votantes latinos.

La realidad efectiva

Al final del día, ante la contundencia de los resultados, la respuesta a la narrativa de declive de Trump –y las convicción entre sus opositores de que el presidente electo representa un peligro para la democracia estadounidense– se reflejará en el gobierno de los próximos años. Al igual que ocurrió en las elecciones de medio término en el 2018, y luego con las presidenciales del 2020, cuando los propios votantes rechazaron la narrativa de Trump durante su administración. Esta lectura se presta al voto rechazo que caracteriza muchas de las elecciones internacionales en los últimos años: el voto por el cambio favorece a las oposiciones, pero la ventaja se pierde en el próximo ciclo.

La Guerra Civil de Estados Unidos mantuvo la unión del país, pero no pudo imponer unidad. La casa sigue dividida, enfrentándose a sí misma.

*Este artículo se publicó originalmente en Cenital

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Jordana Timerman

Jordana Timerman

Periodista especializada en América Latina. Editora del Latin America Daily Briefing. Vive en Buenos Aires, Argentina.

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