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El Charco de los Patos

Sobre El Charco de los Patos circulaban rumores, no sabía cuáles eran ciertos y cuáles formaban parte de la leyenda urbana que rodeaba al lugar

Charco de los Patos

Foto: Cortesía/Nicolás López Maltez.

Guillermo Rothschuh Villanueva

22 de octubre 2023

AA
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A Mario Membreño Mendioroz
y Bosco León Báez

“Si alguien te ve y te grita ‘marica’, el problema tiene
más que ver con esa persona que contigo”.

Harris Reed

I


Una respuesta mal interpretada en clase de Gramática Superior dada por un gordo, provocó una risería entre mis compañeros. Con ciento veinte libras de peso y recién llegado de Juigalpa me abstuve de sumarme al coro. Este sería el último año (1969) que los estudiantes de primer ingreso a la UCA fuimos rapados. Al salir al receso el gordo me estaba esperando en el andén. Sin mediar palabras me ofreció un cigarrillo, le dije que no fumaba. Vamos a echarnos unos tragos, tampoco bebo, agregué. ¿Me vas a decir qué no te gustan las mujeres? Son los seres más bellos del universo, respondí. Salgamos el próximo jueves, yo te aviso. ¿Me premiaba por no haberme reído? Me enteré que el gordo se llamaba Mario, siempre caminaba junto con Francisco Gutiérrez, Ricardo Toledo, “Pico” y Jimmy Molina. Estábamos a unos días de entregar el primer trabajo que nos dejaban en la universidad, una crítica a El mono desnudo de Desmond Morris.

Lunes por la mañana, el Gordo Membreño me preguntó risueño si había hecho el análisis. Sin rodeos me pidió que por favor agregara su nombre. Se excusó diciendo que él no había tenido tiempo para hacerlo. Mi respuesta fue positiva. ¿Y el del “Pico”? Con gusto. ¿Y el de Pancho? También. Se había convertido en su gestor oficioso. No contento sondeó si podía poner su nombre de primero en la presentación. No puse reparos. Solo les pido que elaboren de nuevo la primera página. La decisión selló nuestra amistad. El 24 de febrero de 1969 Mario estaba celebrándome el cumpleaños en un reservado del Club Social Managua. “Pico” aliñó un porro. “Tirate uno. Vas a dar una nota riquísima. Te va a encantar”. Solo alcancé a sonreír. Como en mi cabeza rondaba el nombre de El Charco de los Patos, días después pedí al Gordo que me llevara a conocerlo. A la provincia ganadera llegaban ecos de su existencia. En Chontales era imposible un lugar parecido.

Sobre El Charco de los Patos circulaban rumores, no sabía cuáles eran ciertos y cuáles formaban parte de la leyenda urbana que rodeaba al lugar. Uno decía que había sido fundado por Bernabé Somoza Urcuyo. Otro sostenía que el hijo del expresidente Luis Somoza Debayle solo era asiduo. En Nicaragua existían dos formas de desprestigiar a las personas. Asegurar que eran “Patos” o bien soplones de la Oficina de Seguridad Nacional (OSN). El Gordo tomó la Avenida Bolívar, en la esquina de Bellas Artes dobló a la izquierda, pasamos frente a La Prensa, nunca imaginé que tres años después trabajaría en ese diario por invitación expresa de Pedro J. Chamorro. Dos cuadras abajo del Parque de San Sebastián, dobló hacia el lago y al alcanzar la calle de La Bombonera, giró hacia la izquierda. Veinte metros antes de llegar a los billares del “Fokker” el Gordo estacionó el carro. El sitio no se ajustaba en nada a los parámetros que me había formado.

Bernabé Somoza Urcuyo, verdad o mentira, siempre se dijo que era asiduo en el Charco de los Patos. Foto tomada de Novedades

La roconola sonaba música de la Sonora Matancera, no recuerdo si quién cantaba era Celio González o Leo Marini. Me impresionó que el piso fuese de tierra. Al fondo junto al estanco estaba el clásico cajón de aserrín, los parroquianos escupían después de echarse un doble de guarón. La visita de unos muchachos no llamaba la atención. El carro verde Oldsmobile del Gordo pasó desapercibido. Después supe porque me lo dijo Pedro Yokota, que a ambos lados del sitio se aparcaban carros de diversas marcas y colores. Un recuerdo persistente en la memoria del hijo de don David Yokota, dueño del taller de mecánica automotriz colindante con “El Charco de los Patos”. Indagamos por la presencia de las más conocidos entre la fauna capitalina. No estaban. Tal vez porque era lunes. Pensé que conocería a la “Sebastiana”, una chica guapa, bien torneada, alta, ojos azules, como me la describieron entusiasmados mis compañeros en la UCA.

La Sebastiana, la de mayor renombre en el Charco de los Patos.

La existencia de El Charco de los Patos suponía un desafío para una sociedad pacata. Aun estando ubicado en la periferia de la capital, implicaba un reto para la doble moral que anidaba en el corazón de los managuas. Solo las personas más osadas se atrevían a salir del clóset, algunos de ellos contertulios del local. Se aparecían a cualquier hora del día o de la noche rememora Yokota. Recriminados en casa y en su barrio, solo unos pocos participaban en los concursos de belleza. Ser homosexual suponía lo peor. Los curas tronaban en sus sermones condenándolos a la hoguera. Las familias pudientes mandaban al extranjero a los jóvenes que salían “manitos caídas”, jerga utilizada por quienes recelaban y apostrofaban en su contra. Deseaban mantenerlos lejos de las miradas reprobatorias de sus amistades. Eran vistos de menos. En Chontales la “Sebastiana”, antítesis de “Sebastiana” capitalina, en chancletas y tripuda, era objeto de burlas.

II

En los años sesenta adquirieron notoriedad por sus desplantes, “Anita del Mar”, “La Reina de los Tártaros”, “La Reina del Twist” y “Chanela”. Aunque Miguel Vanegas, mi exalumno en la clase de Sociología en la UCA, incluye a “Cony” una bailarina de calidad por su condición de baletista. Don Ramón Vanegas, padre de Miguel, rentaba el local a “Payo Cochón”, su dueño y administrador. “Sebastiana” vendía refresco de cacao en las inmediaciones del Cine Apolo. “Anita del Mar” era musculosa, vivía a unos metros del Parque Candelaria. Subsistía poniendo inyecciones a domicilio, así la recuerda Bosco León Báez, su vecino. Nunca usó faldas. Se imponía a golpes contra quienes pretendían mofarse de sus preferencias sexuales. Para llegar al sitio reverenciado cruzaba Managua de este a oeste. “La Reina de los Tártaros” adquirió su nombre después de haber presenciado una película que dejó marcas en su corazón desvalido.

“La Reina del Twist” ganó el apelativo a puro pulso. En los días que debutó en El Charco de los Patos estaba de moda el cantante estadounidense Chubby Checker.  "The Twist" un éxito menor en la voz de Hank Ballard lanzó al estrellato a Checker. Un furor entre la muchachada nicaragüense de inicios de los años sesenta. Toda una generación bailó de manera frenética de un extremo a otro del país, la música de un cantante que cambió para siempre la manera de bailar en Estados Unidos. La canción marcó la vida de Checker. Como muchas veces ocurre terminó adjurando de ella. La minifalda se había impuesto entre las jóvenes. Se convirtió en símbolo mundial de liberación femenina. “The Beatles” encendían los ánimos. “La Reina del Twist” lucía una faldita corta, retorcía graciosamente el cuerpo generando aplausos entre los contertulios del local. Muy pocos asiduos se lanzaban al ruedo a acompañarla. Se mostraban tímidos.

“Chanela” no tuvo prisa por adquirir su nombre de guerra. Se pasó buen tiempo viendo películas y ojeando revistas. Ningún nombre satisfacía sus deseos por mostrarse original.  Un requisito básico para destacar en ese mundo consistía en encontrar un seudónimo provocativo. ¡Qué llamara la atención! Mientras continuaba buscando un nombre que se ajustara a sus deseos, un día vio un anuncio del perfume Chanel No 5. Indagó sus virtudes entre sus amistades. Es la fragancia más conocida y que más gusta a las mujeres, le aseguró una dama encopetada. Como todo letrado siguió indagando sobre la vida y milagros de su creadora. Sintió enorme afinidad al enterarse que Coco Chanel había sido inducida por su amante, el Conde Demetrio Románov, a sentir un goce especial por los perfumes. Tanto que dedicó buena parte de sus años a crear uno que la enalteciera. “Chanel: Chanel(a). Luce bello, me gusta”, reafirmó.

Un registro de La fiesta blanca, en 1991. Tomada de El Nuevo Diario

Las cosas comenzaron a cambiar en Nicaragua veintitantos años después. En 1991 un grupo de jóvenes homosexuales se autocelebraron. Decidieron montar “La fiesta blanca” en los alrededores del Parque Las Palmas y les fue prohibida. Imposible que las autoridades accedieran. La casa de la presidenta de Nicaragua, doña Violeta Barrios de Chamorro quedaba a solo cien metros del local. Se vieron obligados a mudar hacia un costado del Estadio Anastasio Somoza García. Las pautas de conducta comenzaban a cambiar. La fundación de la discoteca Le Bistró generó confianza entre la comunidad homosexual. Un paso necesario para salir del clandestinaje permanente en que vivían. El camino comenzaba no solo a ser desbrozado, estaba siendo pavimentado. Luego surgió la discoteca “Miss Nigth”, en el mismo local donde fue prohibida “La fiesta blanca”. Con “Locos” a media cuadra de Salud Integral, Jeremías Delgado dio el puntillazo.

La aparición de “Tabú” fue la apoteosis para homosexuales, transexuales, trasvestis, etc. Instalado una cuadra arriba y una al lago del busto en homenaje del prócer cubano José Martí, los promotores de la discoteca aprovecharon el momento para que el local ganara estatus social. Una especie de discriminación aparecía en el horizonte. Jóvenes pertenecientes a familias pudientes y de reconocida trayectoria nacional visitaban el local de manera furtiva. El traslado posterior de “Tabú” hacia las inmediaciones de la Mansión Teodolinda implicó su consagración. Un salto de calidad. Las ganancias fueron netas para la comunidad homosexual. El acoso y el miedo declinaban. Se batían en retirada. Todas las noches era visitada y departían relajados. El Charco de los Patos el primero y más conocido forma parte sustancial de este recorrido histórico. Abrió brecha. Entre los cronistas capitalinos su existencia sigue ocupando un lugar preferencial.   

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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