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El asedio a la Basílica de San Sebastián en Diriamba

Pude ver a monseñor Mántica con arañazos en la cara y a monseñor Báez con el brazo herido y con su cadena obispal rota

Turbas orteguistas agreden a sacerdotes y obispos en la Basílica menos de San Sebastián, en Diriamba. Confidencial | Archivo

Juan Sebastián Chamorro

15 de abril 2024

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En la mañana del 9 de julio de 2018, nos enteramos de que algunos obispos de la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN), viajarían a Diriamba y Jinotepe para tratar de evitar un ataque paramilitar que se estaba orquestando. Sandra Ramos, Harley Morales, Douglas Castro y yo decidimos acompañarlos cómo miembros de la Alianza Cívica. Salimos en mi camioneta, conducida por Santiago Obando. Nos detuvimos a unos kilómetros al norte del Crucero, en El Boquerón, para esperar a la caravana que se retrasó en la Nunciatura, donde el nuncio, Waldemar Sommertag se unió a la comitiva, tal como lo hizo antes en un viaje similar a Masaya.

Al retomar el viaje, la caravana la encabezaba un vehículo de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH), conducido por Álvaro Leiva. Avanzamos sin novedad hasta las Cuatro Esquinas, donde el día anterior capturaron y golpearon a varios muchachos. Ahí nos esperaba una gran cantidad de policías y vecinos del lugar con banderas rojinegras y gritando con violencia.  Eso fue un aviso de que la jornada sería diferente a lo ocurrido en Masaya, donde la población recibió a los obispos ondeando la bandera nacional. Los piquetes de sandinistas se extendieron hasta la entrada de Diriamba, y conforme avanzábamos, empecé a sentir cierta aprehensión.


Al entrar a Diriamba fue evidente que no éramos bienvenidos. Observé un par de caras asustadas detrás de las ventanas de las casas; y cerca de la gasolinera donde había muerto un joven, dos tipos de apariencia militar levantaron la mano y nos hicieron la “guatusa”. 

Doblamos un par de cuadras antes de la Torre del Reloj y mientras avanzamos, los paramilitares vestidos de camisas negras y armados de AK se multiplicaron. Frente a la Basílica de San Sebastián, había una multitud alborotada; por un momento pensé que era gente que nos esperaba, pero me equivoqué. Las recriminaciones e insultos no se hicieron esperar, en especial contra monseñor Silvio Báez. El cardenal Leopoldo Brenes lucía sereno mientras trataba de apaciguar los ánimos. Nos movimos del atrio de la Basílica a la entrada de la sacristía, ubicada en el otro extremo del templo; pero la turba siguió creciendo y estaba cada vez más agitada.

La angosta entrada de la sacristía era insuficiente para tanta gente. Sacerdotes, periodistas, defensores de derechos humanos y los cuatro miembros de la Alianza Cívica, estábamos ahí buscando resguardo. De pronto un sacerdote se apostó en la puerta y dijo que sólo pasarían los sacerdotes. Pero los insultos y agresiones de la turba eran tan violentos que, a punta de empujones, todos terminamos adentro de la sacristía de ese que es uno de los templos más hermosos y espaciosos del país. 

La mayor parte del grupo se quedó en la sacristía, pero los cuatro miembros de la Alianza Cívica nos dirigimos a la puerta principal del templo, que estaba cerrada y trancada con muebles.  Se nos acercaron tres mujeres que, a todo pulmón, nos gritaban improperios y maldiciones. Aseguraban que los azul y blanco las habían agredido y que en el campanario había franco tiradores. Un muchacho, que era parte de la turba anticlerical, en tono educado nos aseguró que, en las dos torres del templo, había francotiradores, y que desde ahí le disparaban a la gente inocente. Le propuse organizar un equipo de ocho personas, nosotros cuatro y cuatro de ellos, para subir a las torres a corroborar la presencia de los francotiradores.

En eso estábamos cuando un grupo de seis paramilitares, vestidos de camisa negra y encapuchados, entraron a la Basílica. Venían de la sacristía donde golpearon al obispo Silvio Báez y a monseñor Miguel Mántica, al padre Edwin Román y a otros sacerdotes. Siguieron hasta el altar y agarraron a dos mujeres, creo que eran enfermeras, que estaban atendiendo a unos heridos, en un improvisado hospital y se las llevaron. 

Posteriormente, los paramilitares se dirigieron a nosotros, a Dios gracias, no nos reconocieron, quizás creyeron que éramos parte de la turba, porque estábamos juntos y sin provocar conflicto. Llamó más su atención la cámara de video de un periodista y uno de los paramilitares se la arrebató.  La tiró con tanta furia contra el piso, que se quebró en mil pedazos que rodaron por el templo; mientras nosotros, lo mirábamos a la espera de que luego se vinieran contra nosotros. Pero él se entretuvo, recogiendo los pedazos de la cámara para volver a estrellarlos contra el piso, hasta que uno de los encapuchados, seguramente el líder, con pistola en mano, le gritó en tono militar y levantando el brazo hizo señas, ordenando que debían retirarse.  De manera disciplinada, todos los encapuchados siguieron al líder y para nuestro alivio, en cuestión de segundos, salieron del templo.

Me dirigí a la sacristía y el escenario era caótico. Jackson Orozco, periodista de 100% Noticias estaba bañado en sangre, con heridas en la cabeza y su camisa blanca llena de manchas. Monseñor Mántica con arañazos en la cara, monseñor Báez con el brazo herido y su cadena obispal rota y otra cámara de televisión destruida en el piso.

En el atrio del templo la turba creció considerablemente y estaba cada vez más enardecida.  Estábamos secuestrados, no podíamos salir de la Basílica.

En medio de ese caos, se me acercó el nuncio Sommertag, me llevó al altar y me dijo que la presencia de miembros de la Alianza Cívica en la Basílica molestó mucho al Gobierno y a sus bases y nos tildaron de ser los responsables del ataque a los obispos. Señalamiento que fácilmente pudimos demostrar que era falso, ya que los agresores ni siquiera nos reconocieron. Luego me dijo que se estaba comunicando con el Gobierno para que nos dejaran salir, pero que debíamos hacerlo por separado. 

Me acerque a Harley, Douglas y Sandra, que no daban crédito a lo que el nuncio Sommertag me acababa de pedir. Era imposible salir sin la protección del cardenal Brenes y los obispos. De pronto Álvaro Leiva me tomó del brazo y con tono severo me dijo: escuché lo que te han dicho y te lo digo a vos: “con los obispos venimos, y con los obispos nos vamos”.  Su propuesta me pareció razonable, así que decidimos no hablar mucho con los obispos y únicamente seguirlos cuando salieran de la Basílica. 

Colocaron un microbús detrás del templo, protegido por un grupo de antimotines que impedían que la turba, que no dejaba de gritar improperios contra los obispos, se acercara. Mi camioneta estaba atrás de los antimotines, en medio de la turba, así que era imposible llegar hasta ella para salir del lugar. Entonces, me acerque al chofer del microbús y le pedí que lo adelantara unos metros, eso permitió que Santiago Obando moviera el vehículo y al superar la barrera de los antimotines, quedara fuera del alcance de la turba. 

En medio de una enorme confusión, entre gritos e insultos de todo tipo, los obispos subieron al microbús y nosotros a la camioneta. La caravana fue escoltada por los paramilitares y salimos ilesos de Diriamba.

Las implicaciones de tener al representante del papa Francisco, secuestrado en un templo pudieron ser catastróficas. Esa fue la última vez que acompañamos a los obispos en una misión de defensa de derechos humanos. Primero porque el nuncio Sommertag, fue claro al advertir que no era recomendable que anduviéramos juntos; y segundo, porque no se volvió realizar una operación de este tipo. Como todo el episodio fue transmitido en vivo por televisión y radio, la preocupación de nuestros familiares y amigos fue enorme, pocos podían creer que salimos de ese ataque sin un rasguño, sobre todo porque incluso los obispos fueron agredidos.

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Juan Sebastián Chamorro

Juan Sebastián Chamorro

Economista, político y exreo de conciencia nicaragüense, desterrado por órdenes de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Hijo del periodista Xavier Chamorro Cardenal, fundador de El Nuevo Diario. Tiene un máster en Economía con mención en Políticas Sociales y un doctorado especializado en Econometría. Fue viceministro de Hacienda y Crédito Público, secretario técnico de la Presidencia, coordinador del Sistema Nacional de Inversión Pública y director ejecutivo de la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides). Es Miembro de la opositora Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia y ex precandidato presidencial.

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