18 de diciembre 2020
Siempre, al finalizar el año, hacemos todos un balance de lo que el año que se va, nos deja, y vemos, tratando de proyectarnos, lo que el año entrante nos traerá.
Cuando finalizaba 2018, con la sangre de nuestros mártires fresca, la herencia era de lucha activa, las brasas rusientes del fuego desatado por la masa abierta que perseguía la salida del dictador, acalladas por las caravanas de la muerte, pero rusientes: los presos políticos mantenían enhiesta la estafeta; así, 2018, se iba, dejando la lucha por herencia… y dolor, mucho dolor. La herencia de ese año se podría resumir en dos frases que todos oímos: “me duele respirar” y "Esta no es una mesa de diálogo. Es una mesa para negociar su salida".
La herencia de 2019 fue distinta, de las “3M”: mediatización, mediocridad y malestar, o del juego sucio. La lucha se había ido disipando por los cantos de sirena de la politiquería de los políticos, profesionales y aprendices; y, aunque muchos jóvenes se aventuraban a protagonizar protestas express, el terror había hecho y hacía lo suyo, la seudoamnistía invisibilizó a los presos políticos que quedaron en las cárceles y que se incrementaron, bajo cargos de tráfico de drogas, robo y cosas parecidas; luego de la salida de varios cientos de ellos, muchos se fueron al exilio, otros bajo asedio permanente, sus familias bajo amenaza.
2019 fue al año en que los “aprendices de brujo” se dedicaron a crear siglas, supuestamente en aras de una unidad que realmente ninguno de ellos quería y que a todos ellos pesaba, ocupados, cada uno, en el diseño sus carreras personales para el 2021 electoral que declararon inevitable, olvidándose de lo que fue la meta de la masa, renuncia del dictador y elecciones anticipadas. Estos mismos “aprendices de brujo”, dejaron en manos de la comunidad internacional su responsabilidad, nuestra responsabilidad; las rotondas de Managua tomadas por la policía, un vivac en cada una; los paramilitares, flanqueados por un ejército que desnudó su hipocresía, asesinando selectivamente a valientes campesinos; las universidades tomadas por la juventud mussolinimurillista; la empresa privada tratando de sanear sus cuentas, más preocupados por sus ganancias que por la justicia y la democracia. Esa fue la herencia del 2019: frustración… y dolor. El dolor subsistirá mientras no vivamos nuestrol duelo y aun no lo hemos vivido.
2020… 2020… 2020: un año que duró más de lo que el cuerpo aguanta. Se atribuye a Einstein decir que no dura lo mismo un minuto sentado en una plancha al fuego que un minuto sentado junto al ser deseado; una pandemia que la dictadura ignoró, ocultó la información y nos expuso al contagio; el Covid no nos asoló, aunque se llevó a muchos, porque nuestros vecinos del norte y del sur, tomaron medidas drásticas a lo interno de sus sociedades, lo que nos aisló en buena medida de mayor contagio; 2020: desempleo y pobreza mayor de la habitual, al menos en ese triste renglón somos los primeros en Latinoamérica; dos huracanes, uno tras otro, se llevaron las cosechas. El hambre, más hambre, nos amenaza; los “aprendices de brujo”, cierran el año, pidiendo compasión al dictador, no justicia para los presos políticos; la juventud, nervio de la masa, terminó el año entendiendo -mejor tarde que nunca y ese es quizás el único saldo positivo-, que no hay futuro posible si no volvemos a las calles para apoderarnos de él, que la posible justicia, sin acción de calle, se desvanece como se desvanecen los sueños, que la democracia no será posible sin justicia, y que, sobre su generosidad y sacrificio se refocilan -cual coprófagos y necrófagos- los oportunistas que en 2018 se escondían huidizos del tremor social y del retumbo de los morteros, más que de las balas asesinas que sabían no eran para ellos.
¿Qué nos deja el 2020 además del dolor por un duelo pendiente que solo superaremos cuando recuperemos la memoria, cuando cese la impunidad y se garantice que no habrá repetición de lo acontecido?: ¡Nos deja tristeza… mucha tristeza!
Dolor y tristeza, frustración, impotencia. La bestia apoltronada bebiendo sangre de nuestra sangre, sangre sagrada en cáliz sucio; sus comparsas desgarrando nuestras carnes en festín profano, el pueblo huérfano, viendo llorar a las madres, sin poder llorar con ellas; y los oportunistas que salieron de sus ratoneras luego del estallido, sin importarles nada, quieren ser parte en el festín, esperan su turno para ocupar la mesa, ya se reparten, ambiciosos, cargos, funciones que no existen. Los jinetes que anuncian el apocalipsis campean a sus anchas en medio del dolor.
Esa es desgraciadamente la herencia de este año que desearíamos que nunca hubiese sido… pero fue; sin embargo, el planeta sigue girando sobre sí y alrededor del sol, inevitablemente habrá un nuevo amanecer y un nuevo año comenzará a contarse. ¿Superaremos el dolor en el 2021?; ¿podremos finalmente llorar a nuestros muertos?; ¿podremos nuevamente abrazarnos y sonreír?; ¿darnos un beso? ¡Creo que no!... no todavía.
En 2021, eso sí lo creo, veremos caer muchas caretas, el juego de las elecciones -como si las elecciones, fueran la democracia- desnudará a los ambiciosos que luego de haber jugado a los “aprendices de brujo”, competirán ahora, alegremente, como “aprendices de dictador”, probablemente contra el mismo dictador, contra la actual vicedictadora o contra sus comparsas y entre ellos, cada uno haciendo llamados a la unidad… en torno a ellos. Ya en sus trincheras, cómodas por cierto, rodeados de sus aprendices de comparsas, preparan planes en que sus perfiles encajen… para que el juego parezca democrático. Quizás ellos creen que eso, que las elecciones son la democracia y que las libertades ciudadanas y la justicia se logrará con el ejercicio electoral, sueño vacío. Quizás incluso muchos, la mayoría incluso, lo hagan de buena fe, que, al fin y al cabo, como dice el dicho, “el camino al infierno está empedrado con buenas intenciones”.
Ahora bien, si revisamos las herencias de los últimos años; 2018, 2019 y 2020 que hemos tratado de sintetizar, salvo las secuelas de la pandemia y los huracanes Eta e Iota que son obra de la naturaleza, el dolor por la muerte violenta, los secuestros parapoliciales, los procesos judiciales falsos y las acusaciones infundadas que los sostienen, la invisibilización de los presos políticos, la renuncia a la lucha, la mediatización, el terror y el miedo que éste siembra y, la corrupción como sistema, son fenómenos sociales; igual son de naturaleza social el espejismo falaz de las elecciones como panacea, y la incoación de nuevos caudillos con aspiraciones dictatoriales.
El estallido social fue y será, obra de la naturaleza humana, distinto de los fenómenos sociales que hemos enumerado antes, en tanto que el estallido de la masa, fue y será espontáneo, mientras que los otros son planificados. La masa se presenta, crece y estalla, cuando se han agotado todas las posibilidades y quiere destruir lo que le agobia. Si queremos prevenir, desde la racionalidad, un nuevo estallido social y no se crea que, con esta afirmación, pretendemos hacer llegar una amenaza al dictador, es más bien una advertencia para los “aprendices de brujo”, abandonen el peligroso juego de “aprendices de dictador” que han iniciado y comencemos a estructurar, sin nombres ni apellidos, un plan de nación basado en la justicia, la igualdad y el irrestricto respeto de los derechos ciudadanos.
Construyamos la nación que nos han negado, que nos hemos negado y caminemos hacia ella. Podemos participar en elecciones, aún contra el dictador y su oprobioso sistema, pero estando claros que las elecciones no son el alfa y el omega de la democracia. Construyamos la nación, que por generaciones nos hemos negado, con dos piedras angulares: ciudadanía y justicia, si perdemos -o nos roban- las elecciones, sigamos trabajando en la construcción de la nación, formando ciudadanos y exigiendo justicia. La democracia como corona de la nación requiere ciudadanos.
Que el año 2021 debe ser de formación ciudadana y de exigencia de justicia, para que, al finalizar el año, aun con nuestro dolor que no sanará mientras no vivamos nuestro duelo, podamos decir que heredamos esperanza, para conquistar la justicia y alcanzar la democracia anhelada.