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Después del duelo de Fidel

Fotografía de la serie Tiempos habanísticos, de Daniel Loaiza.

Rafael Rojas

8 de diciembre 2016

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Quienes festejan o lloran la muerte de Fidel Castro viven dos latitudes de un mismo duelo. Para unos se trata de un acto de justicia, que juzga crímenes del pasado. Para otros es el paso previo a la resurrección, a la mutación del muerto en una entidad ideológica, eterna o inmortal, que seguirá legitimando al régimen de la isla y a sus aliados en el mundo. Es lo que hemos escuchado, en estos días, en la Plaza de la Revolución de La Habana: la promesa de un fidelismo eterno.

Pero después del duelo viene la realidad: Cuba sobrevivió a Castro, la historia del país apurará su entrada al siglo XXI y quienes le darán forma no serán únicamente los guardianes del legado. La muerte biológica de Fidel es, en buena medida, la muerte política de la élite del poder que él construyó, a base de lealtad a su persona. A partir de ahora deberá acelerarse una recomposición de la clase política cubana que, de no hacerse con un mínimo de apertura o flexibilidad, podría derivar en violencia.

El primer instinto de la vieja generación será imponer la “unidad” desde las estructuras del ejército y el partido. Pero en la Cuba actual no sólo cuentan las instituciones: son indispensables los liderazgos. Después de Fidel y Raúl no hay otro político con el tipo de legitimidad histórica que hasta ahora ha requerido la conducción del país. Las reglas internas de acceso al poder deberán rediseñarse de acuerdo con criterios no fundados en la autoridad moral de haber intervenido en la gesta revolucionaria.

La nueva generación de políticos cubanos, en el gobierno y la oposición, tiene la responsabilidad de rebasar el duelo y ofrecer a la ciudadanía una modalidad de gobierno más acorde con las sociedades complejas del siglo XXI. Ya no se trata de “resistir al imperio” o “luchar contra el bloqueo” sino de gobernar una población heterogénea, nacida después de 1959, con un potencial migratorio de cientos de miles de jóvenes al año y una creciente diáspora de más de dos millones.

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Hasta ahora, en Cuba, la política económica y las relaciones internacionales se han subordinado a la reproducción de un régimen totalitario. En los últimos años, la propia dirigencia de la isla tuvo que reconocer que el saldo fue desfavorable para la economía, ya que hereda un país improductivo y dependiente, tecnológicamente atrasado, donde crecen la desigualdad y la pobreza. Los jóvenes políticos cubanos tienen el deber de alterar la ecuación y poner la política exterior y el modelo económico en función de una nueva democracia soberana en el Caribe.

Más allá de los discursos continuistas de huérfanos o aliados demagógicos, que aprovechan el duelo para perpetuarse en sus respectivas naciones, eso es lo que espera y desea la mayoría de la población insular y de la comunidad internacional. El mundo lleva años preparándose para una Cuba posterior a Fidel Castro. Esa Cuba ya comenzó a construirse, dentro y fuera de la isla. Quienes logren dar forma a ese cambio serán los estadistas cubanos del siglo XXI.

Publicado en Prodavinci. 


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Rafael Rojas

Rafael Rojas

Historiador y ensayista cubano, residente en México. Es licenciado en Filosofía y doctor en Historia. Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) de la Ciudad de México y profesor visitante en las universidades de Princeton, Yale, Columbia y Austin. Es autor de más de veinte libros sobre América Latina, México y Cuba.

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