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De la guerra híbrida a la política híbrida

Putin está usando los mismos medios para distorsionar, erosionar y dividir a la opinión pública europea

Un manifestante sostiene una pancarta de 'Stop Putin' durante una manifestación contra la invasión rusa de Ucrania frente al edificio del Parlamento suizo. Foto: EFE | Confidencial

Fernando Mires

16 de marzo 2024

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El concepto de política híbrida viene de otro concepto, de uno extraordinariamente popularizado desde el momento en que Putin comenzó su guerra de anexión en Ucrania. Se trata del concepto de “guerra híbrida”.

Por guerra híbrida entendemos una conflagración militar donde uno, o los dos adversarios, además de medios militares de lucha, recurren a medios no militares para lograr objetivos militares. En cierto sentido podría argüirse que dicho concepto no pasaría de ser un pleonasmo pues, si observamos la historia de las guerras modernas, no vamos a encontrar ninguna, o casi ninguna, donde los medios de lucha sean puramente militares. Si la guerra no es total o absoluta, siempre aparecerá mezclada con la economía y con la política, tanto con la nacional como con la internacional.

Política de guerra


De hecho, en la tan citada definición de Clausewitz, “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, no está dicho que con la guerra termina la política, sino algo muy diferente: que en tanto es continuación de la guerra, la política persistiría en la guerra, aunque sí, subordinada a los objetivos de la guerra. Hay, en efecto, una política de guerra como hay una economía de guerra, y por cierto, una diplomacia de guerra. De modo que cuando hablamos de guerra híbrida nos estamos refiriendo a una proporcionalidad comparativa, en este caso, al excesivo peso alcanzado por los medios no militares en las guerras de la actualidad.

Las guerras decimonónicas con ejércitos formados en correcta formación, con penachos y tambores, con himnos patrios y arengas heroicas, pertenecen más a la historia del cine que a la historiografía. Las intrigas, la elaboración de mentiras, los sobornos, el ataque artero, el terrorismo, el acoso a la población civil, los embargos económicos, y otras inhumanidades, han sido y serán siempre partes del dudoso arte de la guerra. 

No sin motivo la división que prevalecía en el pasado era la de guerras irregulares en contraposición a las supuestas guerras llamadas regulares. Pero igual, en el exacto sentido del término, nunca ha habido guerras regulares. Lo que sí ha habido es una mayor o menor proporción entre la irregularidad y la regularidad de las guerras. Y en la guerra iniciada por Putin a Ucrania, la irregularidad ha alcanzado dimensiones colosales.

Para evitar justamente que las guerras se conviertan en radicalmente irregulares, existen las convenciones y las reglas sobre las guerras, avaladas por las Naciones Unidas. Pero, ¿quién les hace caso? Putin, lo sabemos todos los días, nunca, jamás. Al contrario, el dictador ruso funge como el artífice del irregularismo bélico de nuestro tiempo. También es verdad que los EE UU en sus muchísimas guerras pasaban por alto las reglas básicas de la guerra convencional. Basta recordar los bombardeos con napalm a la población civil en Vietnam, entre otros tantos crímenes de guerra cometidos. Pero así y todo hay que convenir en que una cosa es saltarse las reglas de la guerra y otra muy distinta es sentarse en ellas convirtiendo el desacato a las reglas, en una regla. Ese es el caso de las guerras de Putin (no solo a Ucrania, también en Chechenia, Georgia, Siria).

En ese mismo contexto conviene diferenciar entre las irregularidades que se cometen en las guerras y una guerra irregular. Partiendo de esa diferencia, veremos que no hay nada más irregular que una guerra de anexión territorial, en este caso, a una nación como Ucrania reconocida como libre y soberana por la inmensa mayoría de los países de la ONU. Ahora, siendo en su origen, irregular, nadie podrá extrañarse que la guerra de Putin a Ucrania sea también llevada a cabo con medios irregulares. Más todavía si se tiene en cuenta que esta es probablemente la primera guerra realizada sin objetivo fijo.

Después de muchas experiencias ya sabemos que el objetivo de la guerra a Ucrania lo cambia Putin de acuerdo al interlocutor que tiene al frente. A un visitante antimperialista de izquierda, declara que la suya es una guerra en contra de los "fascistas" que se han apoderado de Ucrania. Frente a un enviado chino, la declara como una guerra destinada a subvertir el orden político mundial en contra del predominio norteamericano. A un ultraderechista europeo, o a un islamista, la declara como una guerra en contra de los pseudovalores de un Occidente moral y sexualmente degenerado. Y si tiene frente a sí al siniestro monje Kiril, la declara como una guerra santa, una cruzada para propagar la verdadera religión en contra de los apóstatas ucranianos. ¿Cuál será la versión más exacta para Putin? Probablemente eso no lo sabe ni el mismo dictador, a todas luces una persona a quien no se puede creer lo que dice, ni saber lo que piensa. Alguna vez los historiadores de esta nueva guerra, si no mundial, con connotaciones mundiales, subrayarán la diferencia que mantiene Putin con Stalin pero no con Hitler: la de no saber, ni desear negociar.

Dicho de modo taxativo: no solo la guerra es irregular, Putin mismo es un dictador irregular. A esa convicción parece haber llegado al fin Emmanuel Macron después de sus muchos y siempre vanos intentos para establecer algún tipo de comunicación política con Putin. No así el canciller alemán Olaf Scholz quién, sabe dios de acuerdo a cuáles misteriosos cálculos, parece –o necesita- creer que Putin se va a ajustar alguna vez a cierta racionalidad política. Definitivamente –eso es lo que no quiere entender Scholz- estamos frente a un fenómeno psicopolítico; y es el siguiente: la mente dividida de Putin puede llegar a dividir a dos gobiernos llamados a ejercer la dirección de la resistencia en contra de Putin en Europa. Nada menos que una división estratégica entre Francia y Alemania. La culpa, en todo caso, no sería de Macron.

Según la versión de Olaf Scholz, acorazar a Ucrania con armas de mayor alcance letal, entre ellas los tanques Taurus, conlleva el peligro de convertir a Alemania en “parte” de la guerra. Para Scholz, evidentemente, se trata de conservar la ficción relativa a que Rusia y Alemania no son enemigos militares, solo políticos. Según la neo-versión de Macron en cambio –si es propuesta por su deseo de convertirse en líder de Europa o por mejorar su perfil nacional no tiene aquí mucha importancia– Europa está tan cerca de la guerra que no se puede excluir la posibilidad (solo posibilidad) de que la OTAN, en caso de que Rusia escale, se vea obligada a enviar contingentes militares a Ucrania. Según el tono de Scholz, esa posibilidad no se puede ni siquiera mencionar si es que no queremos quemar todas las naves diplomáticas.

Las palabras de Macron no llevan a deducir que el presidente francés está a favor de una guerra, pero sí que está por una política nacional y europea que no excluya la posibilidad de una guerra, no porque el sea un militarista, sino porque en la práctica, esa política de guerra ya ha sido desatada por el propio Putin, tanto en su dicción como en los hechos.

El ministro de defensa alemán, Boris Pistorius, cuando señaló que Alemania debe desarrollar una predisposición frente a la posibilidad de una guerra, estaba de hecho deletreando una gramática mucho más cercana a la de Macron que a la de Scholz, para quien la sola palabra guerra debe ser excluida del vocabulario. En la misma dirección, cuando el exministro del exterior de Alemania, Joschka Fischer se pronuncia por la reimplantación del servicio militar obligatorio, está diciendo que, de aquí en adelante, Alemania no puede seguir pasándolo tan bien como durante el periodo Merkel y si se trata de defender a la democracia frente a sus enemigos externos hay que hacerlo no solo con las mejores armas sino también con los mejores soldados.

Ni Pistorius ni Fischer, mi mucho menos Macron quieren provocar a Putin. Pero tampoco intentan esconder la cabeza en la arena.

Descifrando la política híbrida

Por lo menos Putin ya ha declarado la guerra política a Occidente y en el hecho, la que lleva a cabo, no solo es una guerra híbrida, sino también una política contaminada con la guerra, es decir una política también híbrida. O dicho de este modo: así como Putin intervino en la política norteamericana a favor de Trump, está usando los mismos medios para distorsionar, erosionar y dividir a la opinión pública europea con respecto a Rusia tanto en los canales mediales, tanto en el complejo económico, e incluso, como he tenido oportunidad de observarlo directamente, dificultando la divulgación de opiniones contrarias a la estrategia rusa entre los propios usuarios de los espacios digitales.

La política en tiempos de guerra es necesariamente una política híbrida pues así como la guerra híbrida contiene elementos políticos, la política híbrida contiene elementos de la guerra, sin dejar de ser política

En el hecho, Putin ha decidido participar directamente en la política interna de los países europeos y occidentales, apoyando, promoviendo e incluso financiando a organizaciones y partidos putinistas, algunos de ellos muy cerca de alcanzar el poder en sus respectivos países. No es casualidad -digamos claramente- que la izquierda francesa detrás de Melenchon y la derecha francesa detrás de Le Pen sean abiertamente anti-occidentales y objetivamente putinistas. Lo mismo en Alemania: AfD, un partido post-fascista, y Die Linke, un partido post- stalinista, a los que se suma el partido formado por la ex izquierdista Sahra Wagenknecht, apoyan, a veces directamente, las estrategias militares de Putin.

Posiciones ambiguas como las que representa Scholz en Alemania, más las necesarias normas constitucionales a las que siempre hay que respetar en democracia, dificultan señalar a los "caballos políticos de Troya" de Putin como lo que son: “traidores a la la patria” y, por lo mismo, oponer en contra de ellos un discurso basado en un patriotismo constitucional, en el sentido adoptado por Jürgen Habermas, cuando se refiere a la defensa de los valores democráticos de una nación. No obstante, hechos como las demostraciones alemanas en contra de las reivindicaciones de las estrategias de deportación nazis descubiertas entre miembros de AfD, demuestran que no son pocos actores los que perciben que derrotar políticamente a los destacamentos locales de Putin es una condición necesaria para derrotar los objetivos expansionistas trazados por el dictador. Scholz, y nadie sabe por qué, al no marcar claramente su posición frente a Putin y su malvada guerra, no puede hacerlo tampoco con la oposición putinista interna, e incluso, con la que existe dentro de su propio partido. 

Es posible derrotar a los enemigos de la democracia usando las armas políticas que la misma democracia proporciona. Pero para que eso ocurra –y este es el centro del problema- se requiere de liderazgos en condiciones de señalar a la ciudadanía donde están los peligros y donde están los enemigos de la, por Popper llamada, “sociedad abierta”. 

Eso es lo que no logra entender Olaf Scholz. Eso es, o parece ser, lo que está recién comenzando a entender Emmanuel Macron.

*Artículo publicado originalmente en el blog Polis: Política y Cultura.

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Fernando Mires

Fernando Mires

Historiador y escritor chileno. Profesor emérito de la universidad de Oldenburg, Alemania. Se diplomó como profesor de Historia y tiene estudios de postgrado en Historia Moderna. En 1991 recibió el titulo de Privat Dozent, el más alto grado académico que confieren las universidades alemanas.

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