Anne-Marie Slaughter / Mary-Ann Etiebet
30 de noviembre 2024
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La pérdida de una madre puede devastar a su familia, empezando por los otros hijos que ya pueda tener
Una embarazada es revisada por una doctora. Foto: EFE
Ninguna madre debería dar su propia vida para dar vida a otro ser. Por desgracia, la prevención de la mortalidad materna sigue siendo un desafío global persistente. El tercer Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas compromete a los países a reducir su tasa de mortalidad materna a menos de 70 por cada 100 000 nacidos vivos para 2030. Al ritmo actual, se prevé que el mundo estará muy lejos de alcanzar esta meta, lo que provocará más de un millón de muertes adicionales, en su inmensa mayoría evitables.
Acabar con las muertes maternas evitables es asombrosamente difícil. Para empezar, en todas las fases del embarazo pueden darse muchas causas diferentes, lo que dificulta determinar el éxito de una intervención política y su capacidad para lograr un cambio duradero. En segundo lugar, las muertes maternas anuales se cuentan por cientos de miles —no por millones—. Dadas estas circunstancias, los donantes y los responsables de las políticas prefieren invertir en otros imperativos de salud pública, donde pueden tener un mayor impacto y recibir información más precisa y oportuna sobre los resultados.
Pero eso no debe restar importancia a la mortalidad materna. La pérdida de una madre puede devastar a su familia, empezando por los otros hijos que ya pueda tener. También es probable que cuidase de parientes o gente mayor en su comunidad, o que desempeñara un papel económico importante como agricultora o comerciante. Su muerte puede afectar directamente y de manera negativa a 10-20 personas, o más, a lo largo de varias generaciones. Las investigaciones sugieren que los niños con madres sobrevivientes tienen más probabilidades de vivir más allá de los diez años y de permanecer más tiempo en la escuela.
Activistas, médicos y responsables de las políticas han realizado notables progresos en la lucha contra la mortalidad materna en países como Etiopía, India, Nigeria, Sierra Leona y Tanzania. Para ayudar a otros países a replicar estos resultados, recientemente hemos copresidido “Sala 17”, un grupo de trabajo vinculado al ODS 17 para revitalizar las asociaciones —como parte de la Iniciativa 17 Salas—. Convocamos a destacados profesionales del campo de la salud materna y a expertos en la vanguardia del rediseño de las instituciones mundiales para debatir un enfoque de “eje de impacto” para el problema.
Un eje de impacto es una organización que conecta a actores gubernamentales y no gubernamentales para perseguir una misión singular y mensurable, con un foco en incrementar las soluciones efectivas en lugar de empezar de cero. En el caso de la salud materna, varias organizaciones regionales y globales, entre ellas el Fondo Global de Financiación, la Alianza para la Salud de la Madre, el Recién Nacido y el Niño y AlignMNH ya realizan algunas de estas funciones.
Para complementar los esfuerzos existentes, el grupo de trabajo propone un eje de impacto mundial centrado en el objetivo de cero muertes maternas para 2030. Para medir el progreso hacia este objetivo, el centro convocaría a profesionales especializados en salud materna para desarrollar una métrica fiable a nivel clínico, como “días sin muertes”. En lugar de centrarse en el número de muertes, este enfoque —que ya se ha puesto a prueba en Etiopía y Sierra Leona— hace hincapié en la vida, y los médicos y las familias celebran un parto sano para el bebé y la mamá.
El uso de un sistema de pago por resultados vinculado a esta métrica común le permitiría al eje de impacto coordinar los esfuerzos de múltiples socios y donantes. También podría ofrecer programas de capacitación y formación sobre herramientas e intervenciones que puedan apoyar la salud materna de forma holística. Por ejemplo, los responsables de las políticas podrían ofrecer transferencias digitales específicas de efectivo para superar las barreras financieras a la atención en el parto, al tiempo que implementan estrategias para mejorar la atención prenatal y postnatal e invierten en un personal de atención sanitaria materna integral.
Por supuesto, estos esfuerzos deben adaptarse a los contextos locales. Las comunidades varían mucho en términos de fragilidad política y económica, resiliencia del sistema sanitario, necesidades culturales y prioridades de atención materna. Las transferencias digitales de efectivo pueden tener un mayor impacto en contextos económicamente frágiles, mientras que los programas de formación que mejoran la detección precoz de embarazos de alto riesgo son más eficaces en regiones con sistemas sanitarios resilientes. Al vincular la financiación con los resultados en lugar de con estrategias prescritas, el eje de impacto podría apoyar una serie de soluciones.
Asimismo, esta organización mundial no sólo reuniría financiación y otros recursos. También podría generar una red de ejes de impacto nacionales y locales unidos por su compromiso de lograr cero muertes maternas para 2030 (y por su voluntad de utilizar los mismos criterios de medición). De este modo, a los profesionales y financiadores del desarrollo les resultaría más fácil superar la tensión entre darles a las comunidades la autonomía necesaria para desarrollar estrategias adaptadas a las condiciones locales y mantener la conectividad global necesaria para compartir conocimientos, recursos y objetivos.
Además de ampliar las soluciones probadas, estos ejes también incentivarán la innovación ascendente y la inversión en nuevas estrategias. Pero la alianza mundial debe tener en cuenta los potenciales problemas, como la “fuga de cerebros” de la atención sanitaria, por la que las comunidades más ricas o innovadoras atraen a comadronas y otros profesionales de la atención materna de las comunidades más pobres, así como las dificultades de integrar las transferencias digitales de efectivo en la infraestructura existente del sistema sanitario.
El eje de impacto propuesto podría fomentar una auténtica alianza mundial, desde los proveedores locales hasta los sistemas nacionales de salud y las organizaciones internacionales, todos ellos comprometidos con acabar con el flagelo de la mortalidad materna. Si conectamos el trabajo orientado a la comunidad que realizan sobre el terreno personas extraordinarias con una misión global con apoyo específico e hitos cuantificables, quizá podamos por fin abrazar la alegría de una nueva vida sin la sombra de la muerte.
*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.
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Exdirectora de planificación de políticas en el Departamento de Estado de Estados Unidos. Profesora emérita de Política y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. CEO del grupo de expertos New America.
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